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#1892 - ALATORRE: El brujo de Autlán

 

El próximo lunes, 25 de julio, se cumplirán cien años del nacimiento del filólogo Antonio Alatorre, uno de los personajes centrales de la cultura de México y del español. Un maestro que se ocupó siempre de la poesía y los poetas, de los distintos modos de la escritura. Incluso en un tomo de microhistoria sobre su pueblo natal y sobre su paisano de tres siglos antes, Marcos de Monroy, El brujo de Autlán.

Además de la novela de Marcos y de la novela de Autlán, hay la novela del investigador que “se quemó las pestañas” transcribiendo y analizando los asuntos del proceso de Marcos, escritos algunos de ellos en letra bastante dificultosa. Ese investigador soy yo. Y mi novela comienza en la cuna. Yo nací en el mismo Autlán de Marcos. Sólo otro autleco como yo podría haber puesto en la investigación el gusto, el interés personal, el amor casi, que yo he puesto. En ningún momento pensé limitarme a la transcripción paleográfica y publicarla, con unas cuantas notas pertinentes, como “Contribución histórica…” o “Materiales para…” Las ganas de investigar (que significa hacer conexiones, atar cabos, reconstruir, interpretar, imaginar, y también titubear brotaron en mí con la mayor naturalidad del mundo. Y la finalidad de la investigación siempre fue clara: contar a mi manera la historia de Marcos y tratar de conseguirle lectores.
Digo historia y no novela porque, en efecto, el resultado de mi investigación es un fragmento de historia, o más bien de microhistoria; muestra un sector de la vida de mi pueblo, visto como en un microscopio en cierto momento de su transcurrir. No es historia objetiva y científica, pero ninguna historia lo es. El precepto de Fustel de Coulanges, “contar las cosas tal como sucedieron”, rara vez puede obedecerse al pie de la letra. En la historia más objetiva, en la más documentada, la simple elección de lo historiable es ya una acción subjetiva.
Ninguno de los personajes me es indiferente, y lo que siento por algunos –Marcos, desde luego, y varios otros, comenzando con Ana de Contreras– es una descarada simpatía. A algunos de ellos, hombres y mujeres, les pongo rasgos de personas que conocí de niño en Autlán. Antonio de Langarica se parece un poco a mi papá. La afición a las fiestas en que hay música y se quema gloriosamente un castillo, yo la viví. Esa calle que lleva a la iglesia, y en medio de la cual “puso” Marcos una piedra con una culebra prieta, para que cuando alguien, camino de la iglesia, pisara la piedra, saliera de dentro de ella la culebra y lo mordiera, es probablemente la calle de mi casa, una de las que convergen a la iglesia. (Calle algo chueca, como otras que conservan la traza del siglo XVI.) Oigo a Ana de Contreras: “Llegó Cárdenas a mi casa como a las diez de la mañana, y estando yo sentada en esta puerta, y él en el corredor…”: y oigo también a Langarica: “Estaba yo en mi cuarto acabándome de vestir cuando llegó Francisco Guerrero y me saludó desde el corredor…”, y uno y otro corredor son el de mi casa (y seguramente Francisco Guerrero no se sentó en una silla, sino en uno de los equipales). Además, desde mi casa se veía, en el Cerrito, la boca de la cueva que Marcos eligió para escenario de un diabólico aquelarre…
Pero nada de esto pone en peligro la veracidad de mi historia.



1892 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
23-VII-2022. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos (INBAL)

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