Ir al contenido principal

#1939 - RODRÍGUEZ GALVÁN: Profecía de Guatimoc

 

Cumbre del romanticismo, la “Profecía de Guatimoc”, de Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842), fue escrita medio año después de que la Guerra de los Pasteles terminó. En una noche de “moribunda luna”, el poeta llora sus desventuras en la soledad de Chapultepec. Al conjuro del silencio, se atreve a invocar al espectro de Cuauhtémoc, “varón inmortal, valeroso y desgraciado”. Y el fantasma acude, lujosamente vestido pero cargado de cadenas y con las huellas del tormento en los pies carbonizados. No voy a contar lo que están por leer. Baste decir que el tlatoani llora la perdición de su pueblo, describe con horror el estado del país, asolado por el mal gobierno y las guerras, y profetiza el castigo de sus verdugos.

Profecía de Guatimoc


No fue más que un sueño de la
noche que se disipó con la aurora.
San Juan Crisóstomo
Tras negros nubarrones asomaba
pálido rayo de luciente luna
tenuemente blanqueando los peñascos
que de Chapultepec la falda visten.
Cenicientos a trechos, amarillos,
o cubiertos de musgo verdinegro
a trechos se miraban, y la vista
de los lugares de profundas sombras
con terror y respeto se apartaba.
Los corpulentos árboles ancianos,
en cuya frente siglos mil reposan,
sus canas venerables conmovían
de viento leve al delicado soplo
o al aleteo de nocturno cuervo,
que tal vez descendiendo el vuelo rápido
rizaba con sus alas sacudidas
las cristalinas aguas de la alberca,
en donde se mecía blandamente
la imagen de las nubes retratadas
en su luciente espejo. Las llanuras
y las lejanas lomas repetían
el aullido siniestro de los lobos
o el balar lastimoso del cordero,
o del toro el bramido prolongado.
¡Oh soledad, mi bien, yo te saludo!
¡Cómo se eleva el corazón del triste
cuando en tu seno bienhechor su llanto
consigue derramar! Huyendo al mundo
me acojo a ti. Recíbeme y piadosa
divierte mi dolor, templa mi pena.
Alza mi corazón al infinito,
el velo rasga de futuros tiempos,
templa mi lira, y de los sacros vates
dame la inspiración.
Nada en el mundo,
nada encontré que el tedio y el disgusto
de vivir arrancara de mi pecho.
Mi pobre madre descendió a la tumba
y a mi padre infeliz dejé buscando
un lecho y pan en la piedad ajena.
El sudor de mi faz y el llanto ardiente
mi sed templaron. Amistad sincera
busqué en los hombres, y no hallé... Mentira,
perfidia y falsedad hallé tan sólo.
Busqué el amor, y una mujer, un ángel
a mi turbada vista se presenta
con su rostro ofuscando a los malvados
que en torno la cercaban, y entre risas
de estúpida malicia se gozaban,
que en sus manos sacrílegas pensando
la flor de su virtud marchitarían
y de su faz las rosas... ¡Miserables!
¿Cuándo la nube tempestuosa y negra
pudo apagar del sol la lumbre pura,
aunque un instante la ofuscó? ¿Ni cuándo
su irresistible luz el pardo búho
soportar pudo?...
Yo temblé de gozo,
sonrió mi labio y se aclaró mi frente,
y brillaron mis ojos, y mis brazos
vacilantes buscaban el objeto
que tanto me asombró... ¡Vana esperanza!
En vez de un alma ardiente cual la mía,
en vez de un corazón a amar creado,
aridez y frialdad encontré sólo,
aridez y frialdad ¡indiferencia!...
Y mis ensueños de placer volaron
y la fantasma de mi dicha huyóse,
y sin lumbre quedé perdido y ciego.
Sin amistad y sin amor... (la ingrata
de mí aparta la vista desdeñosa,
y ni la luz de sus serenos ojos
concede a su amador... En otro tiempo,
en otro tiempo sonrió conmigo.)
Sin amistad y sin amor, y huérfano.
Es ya polvo mi padre, y ni abrazarlo
pude al morir. Y abandonado y solo
en la tierra quedé. Mi pecho entonces
se oprimió más y más, y la poesía
fue mi gozo y placer, mi único amigo.
Y misteriosa soledad de entonces
mi amada fue.
¡Qué dulce, qué sublime
es el silencio que me cerca en torno!
¡Oh cómo es grato a mi dolor el rayo
de moribunda luna, que halagando
está mi yerta faz! Quizá me escuchan
las sombras venerandas de los reyes
que dominaron el Anáhuac, presa
hoy de las aves de rapiña y lobos
que ya su seno y corazón desgarran.
"¡Oh varón inmortal! ¡Oh rey potente!
Guatimoc [Cuauhtémoc] valeroso y desgraciado,
si quebrantar las puertas del sepulcro
te es dado acaso ¡ven! Oye mi acento:
contemplar quiero tu guerrera frente,
quiero escuchar tu voz..."
.
II
Siento la tierra
girar bajo mis pies, nieblas extrañas
mi vista ofuscan y hasta el cielo suben.
Silencio reina por doquier; los campos,
los árboles, las aves, la natura,
la natura parece agonizante.
Mis miembros tiemblan, las rodillas doblo
y no me atrevo a levantar la vista.
¡Oh mortal miserable! tu ardimiento,
tu exaltado valor es vano polvo.
Caí por tierra sin aliento y mudo,
Y profundo estertor del hondo pecho
oprimido salía.
De repente
parece que una mano de cadáver
me aferra el brazo y me levanta... ¡Cielos!
¿Qué estoy mirando?...
"Venerable sombra,
huye de mí: la sepultura cóncava
tu mansión es. ¡Aparta, aparta!”
En vano
suplico y ruego; mas el alma mía
vuelve a su ser y el corazón ya late.
De oro y telas cubierto y ricas piedras
un guerrero se ve. Cetro y penacho
de ondeantes plumas se descubren; tiene
potente maza a su siniestra, y arco
y rica aljaba de sus hombros penden...
¡Qué horror! Entre las nieblas se descubren
llenas de sangre sus tostadas plantas
en carbón convertidas; aun se mira
bajo sus pies brillar la viva lumbre.
Grillos, esposas y cadenas duras
visten su cuerpo, y acerado anillo
oprime su cintura; y para colmo
de dolor, un dogal su cuello aprieta.
"Reconozco, exclamé, sí, reconozco
la mano de Cortés bárbaro y crudo.
¡Conquistador! ¡Aventurero impío!
¿Así trata un guerrero a otro guerrero?
¿Así un valiente a otro valiente?..." Dije
y agarrar quise del monarca el manto;
pero él se deslizaba y aire sólo
con los dedos toqué.
III
“Rey del Anáhuac,
noble varón, Guatimoctzín valiente,
indigno soy de que tu voz me halague,
indigno soy de contemplar tu frente.
Huye de mí”. "No tal", él me responde,
y su voz parecía
que del sepulcro lóbrego salía.
"Háblame, continuó, pero en la lengua
del gran Netzahualcóyotl."
Bajé la frente y respondí: "La ignoro."
El rey gimió en su corazón. "¡Oh mengua,
oh vergüenza!" gritó. Rugó las cejas
y en sus ojos brilló súbito lloro.
"Pero siempre te amé, rey infelice.
Maldigo a tu asesino y a la Europa,
la injusta Europa que tu nombre olvida.
Vuelve, vuelve a la vida,
empuña luego la robusta lanza,
de polo a polo sonará tu nombre,
temblarán a tu voz caducos reyes,
el cuello rendirán a tu pujanza,
serán para ellos tus mandatos, leyes;
y en México, en París, centro de orgullo,
resonará la trompa de venganza.
¿Qué de estos tiempos los guerreros valen
cabe [a los pies] Cortés sañudo y Alvarado
(varones invencibles si crueles)
y los venciste tú, si, los venciste
en nobleza y valor, rey desdichado!"
“Ya mi siglo pasó. Mi pueblo todo
jamás elevará la oscura frente
hundida ahora en asqueroso lodo.
Ya mi siglo pasó. Del mar de Oriente
nueva familia de distinto idioma,
de distintas costumbre y semblantes,
en hora de dolor al puerto asoma;
y asolando mi reino, nuevo reino
sobre sus ruinas míseras levanta.
Y cayó para siempre el mexicano,
y ahora imprime en mi ciudad la planta
el hijo del soberbio castellano.
Ya mi siglo pasó."
Su voz augusta
sofocada quedó con los sollozos.
Hondos gemidos arrojó del seno,
retemblaron sus miembros vigorosos,
el dolor ofuscó su faz adusta
y la inclinó de abatimiento lleno.
“¿Pues las pasiones que al mortal oprimen
acosan a los muertos en la tumba?
¿Hasta ella el grito del rencor retumba?
¿También las almas en el cielo gimen?"
Así hablé y respondió. "Joven audace,
el atrevido pensamiento enfrena.
Piensa en ti, en tu nación; mas lo infinito
no será manifiesto
a los ojos del hombre: así está escrito.
Si el destino funesto
el denso velo destrozar pudiera
que la profunda eternidad te esconde,
más, joven infeliz, más te valiera
ver a tu amante en brazos de tu amigo
y ambos a dos el solapada acero
clavar en tus entrañas,
y reír a tu grito lastimero
y, sin poder, morir, sediento y flaco,
agonizar un siglo, ¡un siglo entero!”
Sentí desvanecerse mi cabeza,
tembló mi corazón, y mis cabellos
erizados se alzaron en mi frente.
Miróme con terneza
del rey la sombra y desplegando el labio
de esta manera prosiguió doliente:
"¡Oh joven infeliz! ¡cuál tu destino,
buscará la verdad tu desatino
sin encontrar la vía.
Deseo ardiente de renombre y gloria
abrasará tu pecho,
y contigo tal vez la tu memoria
expirará en tu lecho.
Amigo buscarás y amante pura,
mas a la suerte plugo
que halles en ella bárbara tortura,
y en él feroz verdugo.
Y ansia devoradora
de mecerte en las olas del océano
aumentará tu tedio, y será en vano,
aunque en dolor y rabia te despeña,
que el destino tirano
para siempre en tu suelo te asegura
cual fijo tronco o soterrada peña.
Y entre tanto a tus ojos
¡que terrífico lienzo se despliega!
Llanos, montes de abrojos;
el justo, que navega
y de descanso al punto nunca llega.
Y en palacios fastuosos
el infame traidor, el bandolero,
holgando poderosos,
vendiendo a un usurero
las lágrimas de un pueblo a vil dinero.
La virtud a sus puertas
gimiendo de fatiga y desaliento,
tiende las manos yertas
pidiendo el alimento,
y halla tan sólo duro tratamiento.
El asesino insano
los derechos proclama,
debidos al honrado ciudadano.
Y más allá rastrero cortesano,
que ha vendido su honor, honor reclama.
Hombre procaz, que la torpeza inflama,
castidad y virtud audaz predica,
y el hipócrita ateo
a Dios ensalza y su poder publica.
Una no firme silla
mira sobre cadáveres alzada...
Ya diviso en el puerto
hinchadas lonas como niebla densa,
ya en la playa diviso,
en el aire vibrando aguda lanza,
de gente extraña la legión inmensa.
Al son del grito de feroz venganza
las armas crujen y el bridón relincha;
oprimida rechina la cureña,
bombas ardientes zumban,
vaga el sordo rumor de peña en peña
y hasta los montes trémulos retumban.
¡Mirad! mirad por los calientes aires
mares de viva lumbre
que se agitan y chocan rebramando;
mirad de aquella torre el alta cumbre
cómo tiembla y vacila y cruje y cae,
los soberbios palacios derrumbando.
¡Escuchad, escuchad!... Hondos gemidos
arrojan los vencidos.
¡Mirad los infelices por el suelo,
moribundos, sus cuerpos arrastrando,
y su sed ardorosa
en sus propias heridas apagando!
¡Oídlos en su duelo
maldecir su nación, su vida, el cielo!...
Sangrienta está la tierra,
sangrienta el alta sierra,
sangriento el ancho mar, el hondo espacio,
y del inmoble rey del claro día
la faz envuelve ensangrentado velo.
Nada perdona el bárbaro europeo:
todo lo rompe y tala y aniquila
con brazo furibundo.
Ved la doncella en torpe desaliño
abrazar a su padre moribundo.
Mirad sobre el cadáver asqueroso
del asesino aleve
caer sin vida el inocente niño.
¡Oh vano suplicar! Es dura roca
el hijo del Oriente:
brotan sangre sus ojos, y a su boca
lleva sangre caliente.
Es su placer en fúnebres desiertos
las ciudades trocar. ¡Hazaña honrosa!
Ve el sueño con desdén, si no reposa
sobre insepultos muertos.
¡Ay pueblo desdichado!
Entre tantos caudillos que te cercan
¿quién a triunfar conducirá tu acero?
Todos huyen cobardes, y al soldado
en las garras del pérfido extranjero
dejan abandonado
clamando con acento lastimero:
¿Dónde Cortés está? ¿dónde Alvarado?
Ya eres esclavo de nación extraña,
tus hijos son esclavos,
a tu esposa arrebatan de tu seno...
¡Ay si provocas la extranjera saña!...
¿Lloras, pueblo infeliz y miserable?
¿A qué sirve tu llanto?
¿Qué vale tu lamento?
Es tu agudo quebranto
para el hijo de Europa implacable
su más grato alimento.
Y ni enjugar las lágrimas de un padre
concederá a tu duelo,
que de la venerable cabellera
entre signos de gozo
lo verás arrastrado
al negro calabozo,
do por piedad demanda muerte fiera.
¡Ay, pueblo desdichado!
¡Dónde Cortés está? ¿dónde Alvarado?
¿Mas qué faja de luz pura y brillante
en el cielo se agita?
¿Qué flamígero carro de diamante
por los aires veloz se precipita?
¿Cuál extendido pabellón ondea?
¿Cuál sonante clarín a la pelea
el generoso corazón excita?
¡Temblad, estremeceos,
oh reyes europeos!
Basta de tanto escandaloso crimen.
Ya los cetros en ascuas se convierten,
los tronos en hogueras
Y las coronas en serpientes fieras
que rencorosas vuestro cuello oprimen.
¿Qué es de París y Londres?
¿Qué es de tanta soberbia y poderío?
¿Qué es de sus naves de riqueza llenas?
¿Qué de su rabia y su furor impío?
Así preguntará triste viajero.
Fúnebre voz responderá tan solo:
¿Qué es de Roma y Atenas?
¿Ves en desiertos de África espantosos,
al soplar de los vientos abrasados
qué multitud de arenas
se elevan por los aires agitados,
y ya truécanse en hórridos colosos,
ya en bramadores mares procelosos?
¡Ay de vosotros, ay, guerreros viles,
que de la inglesa América y de Europa,
con el vapor, o con el viento en popa,
a México llegáis miles a miles
y convertís el amistoso techo
en palacio de sangre y de furores,
y el inocente hospitalario lecho
en morada de escándalo y de horrores!
¡Ay de vosotros! Si pisáis altivos
las humildes arenas de este suelo,
no por siempre será, que la venganza
su soplo asolador furiosa lanza
y veloz las eleva por los aires,
y ya las cambia en tétricos colosos
que en sus fornidos brazos os oprimen,
ya en abrasados mares
que arrasan vuestros pueblos poderosos.
Que aun del caos la tierra no salía
cuando a los pies del Hacedor radiante
escrita estaba en sólido diamante
esta ley, que borrar nadie podría:
El que del infeliz el llanto vierte,
amargo llanto verterá angustiado;
el que huella al endeble, será hollado;
el que la muerte da, recibe muerte;
y el que amasa su espléndida fortuna
con sangre de la víctima llorosa,
su sangre beberá si sed lo seca,
sus miembros comerá si hambre lo acosa.
IV
Brilló en el cielo matutino rayo,
de súbito cruzó rápida llama,
el aire convirtiose en humo denso
salpicado de brasas encendidas
cual rojos globos en oscuro cielo.
La tierra retembló, giró tres veces
en encontradas direcciones; hondo
cráter abriose ante mi planta infirme
y despeñose en él bramando un río
de sangre espesa, que espumoso lago
formó en el fondo, y cuyas olas negras,
agitadas subiendo mis rodillas
bañaban sin cesar. Fantasma horrible
de formas colosales y abultadas,
envolvió su cabeza en luengo manto
Y en el profundo lago sumergiose.
Ya no vi más...
¿Dó estoy? ¿Qué lazo oprime
mi garganta? ¡Piedad! Solo me encuentro...
Mi cuerpo tembloroso húmeda yerba
tiene por lecho; el corazón mis manos
con fuerza aprietan, y mi rostro y cuerpo
tibio sudor empapa. El sol brillante,
tras la sierra asomando la cabeza,
mira a Chapultepec cual padre tierno
contempla al despertar a su hijo amado.
Los rayos de su luz las peñas doran,
los árboles sus frentes venerables
inclinan blandamente, saludando
al astro ardiente que les da la vida.
Azul está el espacio, y a los montes
baña color azul, claro y oscuro.
Todo respira juventud risueña
y cantando los pájaros se mecen
en las ligeras y volubles auras.
Todo a gozar convida; pero a mi alma
manto de muerte envuelve, y gota a gota
sangre destila el corazón herido.
Mi mente es negra cavidad sin fondo
y vaga incierto el pensamiento en ella
cual perdida paloma en honda gruta.
¡Fue sueño o realidad? Pregunta vana...
Sueño sería, que profundo sueño
es la voraz pasión que me consume;
sueño ha sido, y no más el leve gozo
que acarició mi faz; sueño el sonido
de aquella voz que acarició mis penas;
sueño aquella sonrisa, aquel halago,
aquel blando mirar... Desperté súbito
y el bello Edén despareció a mis ojos
como oleada que la mar envía
y se lleva después. Sólo me resta
atroz recuerdo que me aprieta el alma
y sin cesar el corazón me roe.
Así el fugaz placer sirve tan sólo
para abismar el corazón sensible,
así la juventud y la hermosura
sirven tan sólo de romper el seno
a la cansada senectud. El hombre
tiene dos cosas solamente eternas:
a Dios y la virtud, de Él emanada...
Yo me sentí mecido de mis padres
en los amantes cariñosos brazos,
y fue sueño también... Mujer que adoro,
ven otra vez a adormecer mi alma
y mátame después, mas no te alejes...
La amistad y el amor son mi existencia,
y el amor y amistad vuelven el rostro
Y huyen de mí cual de cadáver frío.
¡Venid, sueños, venid! y ornad mi frente
de beleño mortal: soñar deseo.
Levantad a los muertos de sus tumbas:
quiero verlos, sentir, estremecerme. . .
Las sensaciones mi alimento fueron,
sensaciones de horror y de tristeza.
Sueño sea mi paso por el mundo,
hasta que nuevo sueño, dulce y grato,
me presente de Dios la faz sublime.
16-27 septiembre 1839

Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842)
En La patria en verso.
Un paseo por la poesía cívica en México.
Felipe Garrido, selección y comentarios.
Conaculta, INBA, UANL, Jus, México, 2011

1939 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
15-IX-2022. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos (INBAL)


"Valle de México desde el cerro de Chapultepec"
José María Velasco


Comentarios

Entradas populares de este blog

#2203 - NEJAR: Los fusilados de Goya | El ciego de la guitarra | Entre las cenizas (Tr.: LANGAGNE)

#1967 - SANDOVAL ÁVILA: Un maderamen... | Abril | Septiembre