Ciudades subterráneas I / XXI
I
Muy pronto tuve noticias de los túneles. Apenas pasaron unos días a partir de mi arribo a San Luis Potosí cuando leí, o me contaron, acerca de la existencia de conductos subterráneos que unen a las iglesias pero que también corren hacia poblados y villas cercanas; algunos se dirigen, aparentemente sin razón, hacia el desierto. La idea de una red de calles bajo tierra llamó mi curiosidad y desde entonces recopilo cualquier informe que se relacione con el asunto de los túneles. Como resultado de las indagaciones tengo un fichero que contiene datos e interpretaciones que cubren un amplio espectro de la imagenería popular. Dice una leyenda, por ejemplo, que mucho antes de que llegaran a este valle los nómadas conocidos como chichimecas, el Gran Tunal tenía un clima extremoso que alcanzaba niveles intolerables, de calor en el día y de frío durante la noche. Esto pasaba antes incluso de que los dioses decidieran construir el nuevo Sol con las arenas flameantes del desierto. En ese tiempo habitó aquí una raza de humanos de baja estatura, tez blanca, semiciegos, que nunca salían de la protección de las cuevas. Estos pobladores no podían aventurarse hacia la superficie inclemente de la tierra, por lo que excavaron hacia el interior para buscar espacio y movilidad; así crearon intrincados laberintos, poblaciones y, en algunos casos, verdaderas ciudades subterráneas llenas de acción y bullicio. Con el tiempo el clima se tornó más hospitalario, los hombres empezaron a buscar la superficie, dejaron sus cuevas y el submundo que construyeron; además, el enfriamiento produjo contracturas, desplazamientos de la tierra que destruyeron las ciudades subterráneas con temblores e inundaciones. La mayoría se refugió en la nueva seguridad de la costra terrestre; unos pocos se negaron a dejar abandonados sus hogares o quedaron atrapados porque las vías de escape se obstruyeron. Así, existen todavía ciudades bajo tierra, con habitantes semiciegos que producen una cultura extraña de la que tenemos noticia muy de vez en cuando, si el temblor o la catástrofe abren puertas efímeras al inframundo. Nuestra cultura guarda vestigios de un pasado subterráneo como el diablo y el infierno, la fascinación ambivalente por los dragones, la deificación de la serpiente, los viajes al centro de la Tierra, la fuente original de los espejos. Fue tan doloroso y dramático el abandono de nuestro pasado bajo tierra que lo cubrimos con una gruesa capa de represión y olvido, al grado que, aún hoy, cuando se descubre un túnel es rápidamente sellado y sólo permitimos su existencia en la leyenda.
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