La experiencia que he vivido…
La experiencia que he vivido es realmente espeluznante. Voy a contar un poco más para que se entienda, para que se sepa por qué lo pienso así.
Mientras estaba en el Salón Central del Centro de Convenciones de Aguascalientes –era uno de los más de tres mil que estábamos asistiendo al Encuentro– me llegó –eso sí con el zumbido de fondo– una voz. Les puede parecer una fantasía o un recurso metafórico, pero no, no es eso lo que quiero que se piense: era una voz; no mi voz, era una voz como de locutor de radio de medianoche; era audible perfectamente para mí, a pesar del bullicio del gran salón. Al escucharla moví la cabeza a varios lados, sintonicé todos mis sentidos; la voz era clara, y tenía como música de fondo el zumbido.
–Eduardo Espejo, ¿sabes realmente quién eres? –dijo. Me volví a las personas que estaban tras de mí, porque pensé que alguno de ellos era el dueño de la voz; pero no, cada uno estaba en lo suyo; dos conversaban, los demás estaban aparentemente en silencio, atendiendo no sé qué. El nombre y la pregunta se repitieron: –Eduardo Espejo, ¿sabes realmente quién eres?—.
Me quedé desconcertado, pero tratando de entender el sentido de las preguntas. Me perdí en una serie de reflexiones, hasta que finalmente regresé a mí. El zumbido aumentó gradualmente, y entonces sentí cómo lentamente me llegaba un dolor de cabeza, que me subía por atrás del cuello, se concentraba, poco a poco a un lado de los oídos, y después iba a estacionarse en mis sienes. Conforme el zumbido iba aumentando, me iba doliendo la cabeza. Escuché una vez más la voz:
–Eduardo Espejo, ¿sabes realmente quién eres?–. El zumbido se hizo como el de un avión al despegar, y el dolor se volvió insoportable. Me levanté, tocándome las sienes y, pidiendo permiso como pude, salí de la fila. Me dirigí a un mezanine, y me senté en un mullido sillón frente a una mesita. Poco a poco el dolor fue disminuyendo. A lo lejos una edecán me observaba. Me levanté para no llamar más la atención, y me dirigí a los servicios sanitarios. Me eché agua en la cara; me veía mal: tenía ojeras y los ojos enrojecidos. Respiré profundo, me flexioné hacia delante. El zumbido seguía conmigo de una manera permanente, pero noté que cambiaba de volumen con un patrón que no podía reconocer. Me tallé los ojos y me eché más agua en la cara. Me di masaje en las sienes y en la parte central de la frente, donde confluye la nariz y se separan los ojos. Sin secarme la cara, salí al jardín, donde un aire frío me confortó, pero asimismo hizo que mi nariz empezara a fluir. Me soné con un pañuelo desechable que tenía en la bolsa del saco. Sentí que poco a poco regresaba a un estado de confort aceptable. Llamé por teléfono para verificar la hora de mi vuelo y, sin despedirme de nadie me fui del Encuentro.
Mario Miguel Ojeda (1959)
Eduardo estaba como ausente…
Eduardo estaba como ausente, siempre silencioso; eso sí, me trataba con mucho cariño, pero no tomaba ninguna iniciativa, y yo la verdad es que no sentía las más mínimas ganas de iniciar nada. Hasta que un día que mi hermano Enrique nos visitaba, aprovechando que se llevaron a los niños a la casa de sus abuelos, me armé de valor y le conté lo que pasaba. Hablamos solos en la sala sin ninguna interrupción. Mi hermano me tranquilizó, me dijo que eso que me estaba sucediendo era muy común, que pasa con frecuencia después del embarazo; me pidió que no me angustiara porque eso no me ayudaría; me recetó unos medicamentos. El tratamiento, o las palabras de Enrique, tuvieron un efecto casi inmediato.
Eduardo se declaró sorprendido de lo que pasó la noche en la que mi cuerpo respondió, unos cuantos días después; me preguntó qué me pasaba; le dije que estaba de regreso, un poco tratando de ser simpática; él se sonrió y creo que se sonrojó –el cuarto estaba en penumbras. La verdad es que esa noche yo estaba totalmente desatada; di rienda suelta a algunas de las fantasías que tenía pendientes con Eduardo y las cosas fueron en verdad extraordinarias. Me viene a la memoria que, cuando ya él estaba totalmente agotado, le dije que era maravilloso, que estaba dichosa de que fuera mi hombre –así lo dije.
Mario Miguel Ojeda (1959)
Lo que podemos contar
Editorial Adarve, Madrid, 2022
1932 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
8-IX-2022. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos (INBAL)
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