El segundo laberinto
El ala de tus ojos
ha batido mi piel
la cubrió de olivos verdes
que han sacudido mi piel.
A la sombra de sus pestañas
Madre
se ha teñido
de oro el mar.
Entre rescoldos de copas
él templa mi agua,
Madre.
Este oro me derrama.
Cae nuevamente
Señor
agua estremecida
en tus cabellos.
La tarde
Señor
iba derramando gotas
y suaves fulgores
respondían a la danza
del viento
cuando un descender de plata
comenzó a recordarme
tu nombre.
Has desatado nuevamente
el descenso al fondo
del abismo.
Y esta grieta que me atrapa
girando
eterna.
No existía el segundo disco
–sin Paolo no se aprecia la tempestad–
Sólo encierro
estrechez de fruta seca
tolvaneras.
Y sentir
que un golpe de tu aliento
me rescata.
Una súplica
a ti que todo puedes
no me encierres
en la charca
no me hundas
si tú sabes
hacer que retoce
el mar.
Celebro ritos nocturnos
me incrusto de astillas
al develar tu aliento.
Las ruecas
sepultan hogueras
y ríos que se inflaman
porque la corteza de plata
cobra vidas
a la luz de tu nombre,
Señor.
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