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#1989 - HARRIS: El holograma de Tiresias, Auguste Dupin de la tragedia, instruye a Lobo sobre la resurrección | El holograma de Tiresias se le aparece a Lobo en las Indias Occidentales y le da consejos estratégicos

 

El holograma de Tiresias, Auguste Dupin de la tragedia, instruye a
Lobo sobre la resurrección

La expresión “la muerte de los relatos” es una santa huevada,
Lobo, para mantener a los nuevos sabios de la tribu
bien pagados de sus confortables catedrales y lujosos papiros.
Pero no te confundas, bestia salvaje, que no son catedrales
ni papiros arcanos esos, sino idolas post medievales,
y alquimistas masturbatorios en decadencia cantada.
Te lo doy firmado por mis aciertos tebanos.
Ahora afina tu eólico sentido, lupus canis, que ésta es la firme.
Un sacrificio sin un viaje iniciático es como eyacular
en el vacío. Y tu semen de bestia salvaje, fluido sagrado,
es una potencia de tu cuerpo que no puedes desperdiciar.
Y antes de hacerte a la mar océana, debes saber las causas
y las formas de tu búsqueda: qué esperan las sombras de los lobos
masacrados por los Cazadores del Deseo, para liberar a tu
loba Eurídice de aquellas confusas oscuridades.
Los lobos masacrados por los Cazadores del Deseo que aúllan
por toda la eternidad en el Lupus Hades, ya son vampiros
ávidos, pero no todo vampiro ni licántropo tiene sed de sangre.
Estos licántropos de sombra a los que habrás de enfrentarte en
el Hades Lupus no ansían sangre para seguir aullando
en las confusas oscuridades, sino oro, oro líquido,
que deberás llevar a las profundidades en forma de lingotes
o pepitas como por las que se mataron en California
los buscadores del áureo metal, o por los que masacraron
a los habitantes originarios de las Indias Occidentales, cuando aún
no eran esta Putamérica de hoy, los portentosos conquistadores
del imperio peninsular de España. Deberás aprender a oler,
a aguzar tu olfato aún más, a obliterar tu instinto de sangre
por el instinto del oro, que ambos, sangre y oro, son
portadores del Poder y la Muerte.
Ergo, Lupus Áureo, si me permites que te llame así,
deberás hacerte de una stultifera navis y un puñado
de tus bráder lupinos y enfilar la negra cóncava nave hacia
las Indias de las que te hablo, una tierra que día a día decae más:
La tierra de los muertos, la tierra de los cactos,
donde las imágenes de piedra se levantan y la mano
de un muerto implora bajo el parpadeo de las estrellas,
que se les van en sus ciudades donde los labios han olvidado besar
y el amor se acurruca bajo las fauces de neón, temblando.
El castigo del cuerpo, en su sueño de perro.
No te confíes sólo de la luna a la que tanto has aullado de amor y odio,
Ni del cielo agujereado de estrellas, lo primero que viste
al ser parido en lo más umbrío de tu bosque natal,
porque las estrellas en altamar son cambiantes en su
cielo borracho, no como las del bosque, fijas en su
elemento, el humus y los erguidos pinares.
Por eso te obsequiaré esta rosa. Es la rosa de Paracelso,
una rosa transmutada en el elemento de tu búsqueda.
Sus pétalos dorados te guiarán hacia las madrigueras del oro,
allá, en el cada vez más desolado y transparente Nuevo Mundo.
Hazte de un puñado de lobos hambrientos y marcados,
ya sea por las trampas herrumbrosas o por las balas de
plata de esos Cazadores del Deseo que siempre los han acosado.
Esta estrategia te proporcionará una manada licántropa
que no dudará en morder al primer aullido, por su ira
acumulada. Escucha, Lupus Enamorado, la ira será
tu más deletérea arma, la ira y el amor perdido serán
El alma salvaje de tus colmillos y de los colmillos
de tu tripulación lobuna. Y el deseo, te lo repito,
el deseo, vuestra causa teñida de sangre y crueldad.

Tomás Harris (1956)


El holograma de Tiresias se le aparece a Lobo en las
Indias Occidentales y le da consejos estratégicos

Deberás buscar aliados en estas tierras extrañas, Lobo.
Lee con atención este libro que ahora te cito:
Relación de la conquista de México, su autor,
el tan diestro en ardides como Odiseo, Hernán Cortés,
pero tan colérico en la guerra como Aquiles,
y tan ansioso del oro como Cristoforo Columbus.
Tu ahora mágico y precioso metal.
Adéntrate en sus páginas y aprende sus estrategias,
Mas no cometas sus errores, Lobo, en tus correrías.
No quemes tus naves ni traiciones a los traidores.
Busca en las Indias Occidentales a tus hermanos,
los nahuales, cada uno de ellos un doble animal.
Pero con dominio sobre los humanos a los que replican.
No son como los Döpenngangler de tu burgo post-medieval;
más bien mantienen la herencia del animal que los
habita y su doble condición los hace inapresables
para trampas humanas, y no son objetos de cacería.
Busca a los pumas, a lobos americanos, y a los nahuales
del aire, águilas y murciélagos. Pero no desdeñes a los perros
ni a los coyotes; te servirán en tu causa si sabes
hermanarte con sus respectivas naturalezas;
no son asesinos, pero si te enfrentas a ellos sucumbirás
a su magia, porque están en hermandad con los cielos
y la Tierra, con las flores que se agostan por las
noches y con el sol que despunta el oro bermellón
de cada madrugada donde se aparean la vida y la muerte.
En alguna urbe perdida, entre las abras de las torres
relumbrantes de neón, en las ya fulgurantes ciudades,
debes buscar una hembra humana que te guarezca
de los hombres. En las Indias también te temen,
Lobo, los hombres. Aquella hembra debe ser una
aborigen de esas tierras, una Malinche urbana.
La reconocerás por su fulgor crepuscular,
por su conocimiento de la noche y las calles ciegas,
por su frágil silueta negra como a punto de desaparecer
al primer atisbo de luz solar.
Se llama, como siempre, Aurelia, y dirá de sí misma
Je suis l’otre, recordando a su amante suicidado
en una miserable callejuela de París,
ese príncipe de Aquitania de la torre abolida.
Su cuerpo es una extensión de geroglifos y pinturas rupestres,
en llanuras como las de Nazca y grutas como las de Lascaux,
donde deberás leer no el mapa sino sus sinuosidades;
no el cuerpo, sino el camino hacia el oro.
Su nahual, el animal que la duplica, no sé cuál es.
Eso deberás leerlo con tus garras
en sus geroglifos y pinturas rupestres, o en los temblores de
su carótida que palpitará 7 veces 7
cuando le cites el desgarro fatal de Nerval:
Sí, soy yo, pero póstumo.
Porque en una grieta de su mente,
que decae prematuramente en su deseo,
como todo en este Nuevo Mundo en el que ahora husmeas,
Lobo, los románticos tardíos se le pueden haber
infiltrado clandestinos por un sueño de madrugada
donde le oprimió el pecho un súcubo de Nerval.
Tal vez lleve el verso que hará de sortilegio a su doble,
marcado a fuego en algún confín remoto de su cuerpo.
No sé en qué lengua, si en náhuatl, quechua, sánscrito,
mapundungun, arameo, latín bajo o spanglish…
Esas que susurraban el Primer Día de la Creación, acá.
Aurelia será tu Beatrice de las Indias, Circe y
Calipso a la vez, mas debes ser cauto, Lobo, y no clavar
tus colmillos en su cuello: ya alguna vez fue mordida
por un vampiro de estas tierras del confín,
en un amanecer Mood Indigo como la melodía.
Por lo tanto, no podrás contaminarla por segunda vez:
india, vestal, monja, puta, santa o fantasma,
si hallas el verso adecuado, sin duda reconocerá
tu licántropa condición y te llevará por los laberintos
de las Indias que conducen a tu implacable talismán:
el oro. Pero, como Odiseo, Lobo, no debes dejarte
atrapar por sus dádivas ni por sus negras sábanas.
Recuerda que es como cualquier nahual de las Indias.
Un recurso para liberar a Loba del Hades Lupus:
debes ser despiadado y cruel, el cuchillo y la herida a la vez.
Sedúcela con tus colmillos, sácale el mapa del oro
y abandónala después en un cementerio clandestino
o en una carretera perdida, con esas gasolineras de Hopper,
tan tristes, pero eficaces para los amores despiadados.

Tomás Harris (1956)
Lobo
Lom Ediciones, Santiago, 2007


1989 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
6-XI-2022. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos (INBA).


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