Testamento de la abuela
junten también a los niños,
ay, este nublado de ojos,
quiero sentir cerca su resuello.
Pobres fueron mis abuelos
y más pobres mis padres
y ustedes más
y así hasta el fin de los siglos.
Les dejo la selva que nos sustenta
y la caída de agua;
nunca se negó a llenar los cántaros.
A ti, como mayor, te entrego la familia
no desgrane la granada su roja pedrería
y a ti, Juan, te doy la ceiba;
cuelga ahí tu hamaca
cuando llegue el perro del mal
de la canícula.
A las niñas les entrego las mariposas
para que jueguen a “hilitos, hilitos de oro”,
les dejo a mi paisano el río,
mi hermano el río,
me quería, me retrataba, ondulaba mi cabellera.
Las palomas son para Lupe,
lindas como trocitos de luna,
rondaban mi cama por las tardes
nunca supe si para arrullarme
o no querían que me durmiera.
El azul no hace ruido cuando amanece,
ni ustedes ahora que me entierren,
no lleven guitarras ni desperdicien las lágrimas,
guárdenlas para cuando el amor se vaya.
Todos nos vamos, todos,
cuando los huesos se enfrían.
La muerte, el entierro,
son cosas de la vida.
28 diciembre 1998
Aunque es de noche
No es mía la noche
de vasos rojos y de besos rojos.
Ni siquiera la noche que amortaja
conciencia y ojos en el camposanto del sueño.
Mía es la noche del suero
que eterniza la gota y el quejido
La noche del asfalto del trailero
que soporta con café y con aspirinas.
La noche de las redes que acechan
los jardines flotantes de los peces.
La noche de los relámpagos
que aluzan entre abismos
el paso de la mula y del indio.
La noche de vendimia de mujeres,
a elegir esclavas a precios razonables.
Mía la noche con olor laboral de obrero;
si la fábrica para, para el universo,
¿y el obrero, qué?
La noche rodante del metro
donde los sin-techo cabecean,
el mismo tabaco, la misma ruta.
Mía la noche de los barrotes,
prohibida la entrada a la luna y la justicia.
Tantos son los expertos de la noche,
tan pocos los centinelas del alba.
17 noviembre 1998
Muerte no es morir
Si ya vas a venir, hazlo más tarde;
aunque mi luz apenas parpadea
no es que a vivir me aferre, no es que crea
que convertirme en polvo me acobarde.
En mi invierno el jardín florece y arde
y, a pesar de mi noche, el sol flamea;
deja que se retarde tu tarea,
deja mi río y que tu mar aguarde.
Pero si no seré jamás lo que persigo,
si del árbol de ayer quedó una astilla,
a qué esperar la muerte tan sencilla.
Mi llaga en paz y mi cizaña en trigo.
Dios besó al pecador en la mejilla…
Y muerte no es morir si estoy contigo.
Joaquín Antonio Peñalosa (1922-1999)
Río paisano.
Edición de Fernando Arredondo Ramón
Fundación Altair, Sevilla, 2011
1998 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
15-XI-2022. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos (INBA).
Comentarios
Publicar un comentario