El cuarto Rey Mago
Para Emmanuel Carballo Villaseñor
–Me lo trajeron los Reyes Magos –dijo Fermín, y metió la cuchara en la crema de pimientos tiernos que Toña acababa de servirle.
–Yo les pedí otra cosa –protestó luego Fermín con el plato extendido, mientras Toña partía en dos la tarde.
–Ya te dijeron que es distraído, niño –refunfuñó la Beba, que no encontraba el pañuelo y se quería sonar.
–¿En mayo? –se escandalizó la tía Celia.
Algo iba a decir el Nene, pero las primas memoriosas lo miraron de mala manera.
–Fue hace dos años, o cuatro –explicó Fermín–, pero antes no me quedaba –y alzó el brazo para que lo viéramos.
–¿Vas a apagar tu cigarro? –preguntó la Beba botando en el plato una flota de aros de cebolla.
La tía Martucha estaba de dieta y no respondió. Aspiró el humo y lo dejó escapar hacia las cenefas de estuco.
–Voy a escribirles otra vez –dijo Fermín muy serio, mientras cuchareaba la sopa.
–¿En mayo? –insistió la tía Celia, que estaba esperando el agua de arrayán.
–Y ¿qué más si es mayo? –exclamó Martucha, malhumorada porque no se había dejado seducir por las tostadas de cazón.
–¿Estamos en mayo? –preguntó Fermín.
–En mayo, en agosto, cuando se te dé la gana –siguió Martucha y enseguida, con la voz reblandecida, con aire de misterio–. Esas cartas a destiempo van a dar a manos del cuarto Rey Mago.
La Beba resopló molesta, ahuyentando el humo con las manos. El Nene abrió la boca para decir algo, pero optó por morder un pedazo de pan. Martucha esperó hasta que el silencio fue tan denso que pudimos escucharlo.
–El cuarto Rey Mago –dijo la tía con su vocecita de clavo– era un astrólogo poco competente. Se equivocó de estrella. Olvidadizo. Desorientado. Llegó al pesebre mucho tiempo después que los demás.
Toña apareció en la puerta de la cocina con los canelones al ron, pero no se atrevió a entrar.
–No se dio por vencido –siguió Martucha–. Regresó a sus libros y a sus apuntes. Salió cada noche a escudriñar los cielos. Cruzó mares y desiertos. Siguió nuevas estrellas. Incansable y torpe, siempre llegó tarde. Años y años pasó en su empeño. Todo lo perdió. Familia, amigos, fortuna. Los días y las noches.
–Es una historia muy triste –suspiró Celia.
–Hasta que lo alcanzó –prosiguió Martucha con las manitas crispadas–. Porque finalmente dio con Él. Claro que para entonces el cuarto Rey Mago era ya un anciano. Y aquel cielo no tenía estrellas. Y Jesús no era ya un niño. Estaba en la cruz.
Celia iba a sollozar, pero prefirió servirse más agua.
–Y el cuarto Rey Mago tuvo miedo de haber llegado definitivamente tarde. Pero Jesús todavía estaba vivo, así que el astrólogo, con el corazón desbocado, comenzó a buscar entre su ropa el regalo que había cargado toda la vida para el Niño divino y, con horror, descubrió que no lo llevaba. Tal vez nunca lo tuvo encima; tal vez lo olvidó desde que comenzó su aventura, tanto tiempo atrás. Ya les dije que era distraído.
–Quiero más sopa –pidió Fermín.
–Y entonces sí, el cuarto Rey Mago sintió que lo había echado todo a perder. Sintió un dolor tan intenso que de los ojos envejecidos dejó caer tres lágrimas. Y Jesús, conmovido por la constancia de aquel hombre, hizo aún un milagro y le convirtió las lágrimas en perlas, para que el astrólogo, a pesar de su impericia, tuviera qué regalarle.
–¿Me sirves, tía? –insistió Fermín.
–Así que ahora él tiene a su cargo las peticiones hechas fuera de tiempo. Seguro que él recibió tu carta –terminó Martucha mientras aplastaba la colilla con un gesto de suprema elegancia.
–Yo les pedí otra cosa –protestó Fermín con el plato extendido.
–Ya te dijeron que es distraído, niño –refunfuñó la Beba, que no encontraba el pañuelo y se quería sonar.
Felipe Garrido (1942)
Conjuros.
UdeG / Jus. México, 2013
2049 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.6-I-2023. Selección de Felipe Garrido.
Reacciones a la selección de ayer:
Adolfo Castañón: Acuso recibo de la entrega 2048 de Un poema al día. Esta vez contiene no uno sino cuatro. Dos de Miguel de Unamuno y dos de Federico García Lorca. . Del primero se rescatan, en primer lugar, los versos que llevan el folio 1371, escritos el 5 de diciembre de 1929, cuando el autor tenia 54 años. A esa primera muestra sucede “Navidad en el Hudson”, fechada el 27 de diciembre de 1929, cuando García Lorca contaba treinta y un años, e incluida en su libro Poeta en Nueva York. El tercer poema, nuevamente de Unamuno y foliado con el número 1570, tiene un epígrafe de San Lucas, VI, 21 y retrata y trata la caravana de los legendarios Reyes Magos. El cuarto y último poema es del poeta nacido en Granada. Saluda “El Nacimiento de Cristo” y se encuentra también en Poeta en Nueva York, uno de sus libros más audaces y, por lo mismo, de más difícil lectura.
No se sabe si Unamuno leyó a García Lorca. En cambio, puede documentarse que Lorca sí leyó a Unamuno, pues en 1918 le escribe a su amigo Adriano Valle: “¿Ha leído usted los últimos ensayos de Unamuno? Léalos, gozará extraordinariamente”. (FGL. Epistolario completo. Cátedra. Madrid, 1997, pp. 52-53. Esta cita me permite fantasear que algún lector hipotético intente armar alguna vez un diálogo a partir de los poemas aquí transcritos y de las circunstancias biográficas que ambos vivieron, marcadas trágicamente por la Guerra Civil Española.
Bernardo Bátiz: El Lorca de la casada infiel y la muerte del torero es inmenso, pero los grandes poetas también escriben versos que no serán populares, como estos de “Navidad en el Hudson”, versos que no cantará el pueblo, pero que serán estudiados, analizados, leídos por minorías como Monterrey 18 y por eruditos que rastrean su sentido y su mérito. En la madrugada, mientras acabo de despertar, antes de santiguarme, ya estoy leyendo algo que esta vez no acaba de convencerme. ¿Cómo me van a gustar una esponja de niebla, un marino degollado… cómo voy a entender o a disfrutar de colinas de martillos, la escayola de los proyectos, una desembocadura con marinos afanosos y velas desgarradas? Siento que ahí ha de estar la poesía, en esas descripciones nebulosas, esas metáforas obscuras. Hoy no pude con eso. Y pido disculpas a mis maestros y a mis amigos.
FG: Estoy seguro de que hay en el grupo quienes compartirán esta opinión. No todo lo que escriben los grandes poetas, como Lorca y Unamuno, es igualmente grande. Ni todo gusta por igual a todos los lectores. Lo que hace hoy Bernardo Bátiz, sostener un punto de vista, es virtud de buenos lectores. Y que un grupo de lectores no necesite compartir siempre sus gustos ni sus maneras de entender los versos es virtud de buenos amigos.
Jaime Bali: Y sí, querido Felipe, uno se sorprende y piensa en lo que escribe Lorca a la sombra de los rascacielos en plena crisis, anunciando la desaparición del mundo o del capital que ya no vale oro. No sé si Lorca venía de La Habana o iría muy pronto para allá. Ese Lorca inescrutable, ese mismo que se asomó al malecón habanero y no vino a México, se quedó sin conocer el Paso de Cortés y los volcanes y Teotihuacán; tal vez pensaba regresar a pisar tierra continental en otro derrotero entre rimas y con esto nos sorprende al decir desde Manhattan unas palabras inescrutables que seguramente los letrados nos explicarán mañana; lo cierto es que Lorca escuchó las notas de un saxofón entre los bocinazos de los autos que iban rodando por la Quinta Avenida...
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