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#2052 - NERUDA: Oda a la edad | CARRIEGO: Hay que cuidarla mucho

 

Oda a la edad

Yo no creo en la edad.
Todos los viejos
llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.
Mediremos
la vida
por metros o kilómetros
o meses?
Tanto desde que naces?
Cuánto
debes andar
hasta que
como todos
en vez de caminarla por encima
descansemos, debajo de la tierra?
Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.
Tiempo, metal
o pájaro, flor
de largo pecíolo,
extiéndete
a lo largo
de los hombres,
florécelos
y lávalos
con
agua
abierta
o con sol escondido.
Te proclamo
camino
y no mortaja,
escala
pura
con peldaños
de aire,
traje sinceramente
renovado
por longitudinales
primaveras.
Ahora,
tiempo, te enrollo,
te deposito en mi
caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora.

Pablo Neruda (1904-1973)
Odas elementales.
Ed. Jaime Concha.
Cátedra, Madrid, 1985.


Hay que cuidarla mucho

Mañana cumpliremos
quince años de vida en esta casa.
¡Qué horror, hermana, cómo envejecemos,
y cómo pasa el tiempo, cómo pasa!
Llegamos niños, y ya somos hombres,
hemos visto pasar muchos inviernos
y tenemos tristeza. Nuestros nombres
no dicen ya diminutivos tiernos,
ingenuos, maternales, ya no hay esa
infantil alegría
de cuando éramos todos a la mesa:
“—¡Que abuela cuente, que abuelita cuente
un cuento antes de dormir, que diga
la historia del rey indio…”
Gravemente
la voz querida comenzaba…:
“—Siga
la abuela, siga, no se duerma!”
“—¡Bueno!…”
¡Ah, la casa de entonces! La modesta
casita en donde todo era sereno,
¡Nuestra casita de antes! No, no es esta
la misma. ¿Y los amigos, las triviales
ocurrencias, la gente que vivía
en el barrio… las cosas habituales?
¡Ah, la vecina enferma que leía
su novela de amor! ¿Qué se habrá hecho
de la vecina pensativa y triste
que sufría del pecho?
¡Era de linda! Tú la conociste,
¿No te acuerdas, hermana?
Ella leía siempre una novela
sentada a una ventana.
Nosotros la mirábamos. Y abuela
la miraba también. ¡Pobre! Quién sabe
qué la afligía. A veces ocultaba
el bello rostro, de expresión muy suave,
entre sus blancas manos, y lloraba.
¡Cómo ha ido cambiando todo, hermana,
tan despaciosamente! Cómo ha ido
cambiando todo… ¿Qué se irá mañana
de lo que todavía no se ha ido?
Ya no la abuela nos dirá su cuento.
La abuela se ha dormido, se ha callado:
la abuela interrumpió por un momento
muy largo el cuento amado.
Aquellas risas límpidas y claras
se han vuelto graves poco a poco, aquellas
risas que no se habrán de oír. Las caras
tienen sombras de tiempo en tiempo, huellas
de pesares antiguos, de pesares
que aunque se saben ocultar existen.
En las nocturnas charlas familiares
hay silencios de plomo que persisten
hoscos, malos. En torno de la mesa
faltan algunas sillas. Las miradas
fijas en ellas, como con sorpresa,
evocan dulces cosas esfumadas:
rostros llenos de paz, un tanto inciertos
pero nunca olvidados. ¿Y los otros?,
Nos preguntamos muchas veces. Muertos
o ausentes, ya no están: sólo nosotros
quedamos por aquellos que se han ido,
y aunque la casa nos parezca extraña,
fría, como sin sol, aún el nido
guarda calor: mamá nos acompaña.
Resignada, quizá, sin un reproche
para la suerte ingrata, va olvidando,
pero, de cuando en cuando, por la noche,
la sorprendo llorando:
“—¿Qué tiene, madre? ¿Qué es lo que la apena?
¿No se lo dirá a su hijo al hijo viejo?
¡Vamos, madre, no llore, sea buena,
no nos aflija más… basta!” —¡Y la dejo
calmada, libre al fin de la amargura
de su congoja atroz, y así se duerme!
¡Húmedas las pupilas de ternura!
¡Ah, Dios no quiera que se nos enferme!
Es mi preocupación… ¡Dios no lo quiera!
Es mi eterno temor. ¡Vieras! No puedo
explicártelo. Sí ella se nos fuera
¿Qué haríamos nosotros? Tengo miedo
de pensarlo. Me admiro
de cómo ha encanecido su cabeza
en estos meses últimos: la miro,
la veo vieja y siento una tristeza
tan grande… ¿Esa aprensión nada te anuncia
hermana? Tú tampoco estás tranquila:
tu perdida alegría te denuncia…
También tu corazón bueno vigila.
Yo no sé, pero creo que me falta
algo cuando no escucho
su voz. Una inquietud vaga me asalta…
Hay que cuidarla mucho, hermana, mucho.

Evaristo Carriego (1883-1912)
La Canción del Barrio y otros poemas.
Selección e Introducción de Javier Aduriz
Editorial Biblos, Buenos Aires, 1984.

2052 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.10-I-2023. Selección de Dolores González Casanova / Chari Akal / Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA


Reacciones a la selección previa:

Adolfo Castañón: Gracias por el envío de los cantos y versos de la poeta nayarita Queta Navagómez, nacida en 1954, que tan hermosa y eficazmente aprovechan tradiciones ancestrales de su tierra. La entrega incluye tres momentos: “Abuela crecimiento”, “Tatei Nakawué” y “Tatei Matinieri”, desprendidos de Canto para desplegar las alas de los niños pájaro, Tinta Nueva Ediciones, México, 2006. Los lectores de Un poema al día ya habían tenido oportunidad de conocer muestras de la obra de esta autora antes de recibir la entrega 2051 en este 9 de enero de 2023. El hilo conductor de estas letras es el imán que representan los antepasados, abuelos y bisabuelos, vivos y trascendidos, presentes o virtuales, que rodean la acción y la fantasía, el pensamiento y la alimentación espiritual de quienes están cerca de ellos. Muy afortunada es la convivencia de la lengua originaria y del castellano en estas composiciones que se adentran en el subsuelo del tiempo y que en cierto modo cabrían ser canonizadas o inscritas en un libro de referencia para la educación de los que vienen. Esa es precisamente la función que cumple la transcripción que aquí saludamos. El respeto a los ancestros está presente en las culturas mesoamericanas, así como en las asiáticas y, desde luego, en las antiguas civilizaciones europeas, en los pueblos africanos y nómadas, donde está muy presente este hilo conductor de la memoria transmitida por los antepasados. Gracias querido Felipe, gracias a Queta Navagómez.

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