El sueño
Yo vi dos soles rojos dominando el espacio.
Perlaban en sus rayos las luces de topacio
y tendí mis dos manos hambrientas de infinito
para estrujar en ellas un inefable mito.
Las dos pupilas rojas como rosas del cielo
cegaron mis pupilas, soberbias en su anhelo
de mirar cara a cara los toques de diamantes.
Después, como un crujido de nudos que se quiebran...
Tempestades soberbias que en los mares se enhebran;
parto de los dioses... Un quejido de dios...
¡Y bocas que se muerden en un supremo adiós!
Más tarde una sonata más dulce que la miel;
agonía de lirios en el jardín aquel.
Palacio de oro y oro donde habita una maga
que ha dormido cien años por maldición aciaga.
Y después manos blancas desparramando rosas
sobre el alma escondida y serena de las cosas...
Y un silencio de muerte cansado y sepulcral
donde se prende el lotus venenoso del mal.
Y después la mañana que llega a los cristales
del cuarto miserable donde muerdo mis males...
Y después otro día que se esboza en el lloro
de mis días sin sol, de mis soles sin oro!...
Alfonsina Storni (1892-1938)
Versos 201 a 236
“Mañana”. La palabra
iba suelta, vacante,
ingrávida, en el aire,
tan sin alma y sin cuerpo,
tan sin color ni beso,
que la dejé pasar
por mi lado, en mi hoy.
Pero de pronto tú
dijiste: “yo, mañana...”
Y todo se pobló
de carne y de banderas.
Se me precipitaban
encima las promesas
de seiscientos colores,
con vestidos de moda,
desnudas, pero todas
cargadas de caricias.
En trenes o en gacelas
me llegaban agudas,
sones de violines
esperanzas delgadas
de bocas virginales.
O veloces y grandes
como buques, de lejos,
como ballenas
desde mares distantes,
inmensas esperanzas
de un amor sin final.
¡Mañana! qué palabra
toda vibrante, tensa
de alma y carne rosada,
cuerda del arco donde
tú pusiste, agudísima,
arma de veinte años,
la flecha más segura
cuando dijiste: “yo...”
Pedro Salinas (1891-1951)
Poesía completas.
Barcelona, Barral, 1971
Sábado
Me levanté temprano y anduve descalza
por los corredores: bajé a los jardines
y besé las plantas.
Absorbí los vahos limpios de la tierra,
tirada en la grama;
me bañé en la fuente que verdes achiras
circundan. Más tarde, mojados de agua
peiné mis cabellos. Perfumé las manos
con zumo oloroso de diamelas. Garzas
quisquillosas, finas,
de mi falda hurtaron doradas migajas.
Luego puse traje de clarín más leve
que la misma gasa.
De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
mi sillón de paja.
Fijos en la verja mis ojos quedaron,
fijos en la verja.
El reloj me dijo: diez de la mañana.
Adentro un sonido de loza y cristales:
comedor en sombra; manos que aprestaban
manteles.
Afuera, sol como no he visto
sobre el mármol blanco de la escalinata.
Fijos en la verja siguieron mis ojos,
fijos. Te esperaba.
Alfonsina Storni (1892-1938)
Poemas.
Biblioteca del Congreso de la Nación
Buenos Aires, 2017.
2056 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.14-I-2023. Selección de Felipe Garrido.
Adolfo Castañón: Este viernes 13 de enero recibo la entrega 2055 de “Un poema al día”. Incluye no uno sino tres poemas: “Casida de la muchacha dorada” de Federico García Lorca, “Lourdes” de Dulce María Loynaz, y “Gavota” de Ramón López Velarde. En los nombres de los tres poetas resuena la sílaba lo. Cuando me percaté de esto, ´pensé que el duende de la poesía primitiva andaba haciendo de las suyas en la biblioteca del editor…
El hilo conductor de las armaduras verbales aquí presentadas es el el dorado o el argentino de lo femenino: encarnado en “la muchacha dorada” que “se bañaba en el agua / y el agua se doraba” por arte y contagio de la metonimia de Federico García Lorca; en la “muchacha de papel y fuga” que “está pintada en un papel de arroz que es transparente” de Dulce María Loynaz, o bien en la gentil muchacha que, “con su peinado de bandós” se mueve “en un tiempo de gavota” en la final hostería de Ramón López Velarde.
La cifra demiúrgica de la mujer, estas tres casidas o composiciones poéticas monorrimas para ampliar el espectro de los etéreos andamios presentados aquí: la fuerza carismática de la mujer aquí presentada me ha llevado a recordar el libro del teólogo ortodoxo ruso Paul Evdokimoff (190-1970) autor de La mujer y la salvación del mundo, en el que plantea cómo el mundo se sostiene gracias a la inspiración carismática de lo femenino en la vida y en el arte.
Esa es la luz dorada en que se baña la muchacha de Federico García Lorca, esa es la luz que ilumina a la ingrávida Lourdes de Dulce María Loynaz. ese es el relámpago que lleva a López Velarde a reconocer “la carne de luz” de la muchacha que se mueve “entre peroles cristalinos” y en cuyas manos “inundadas de luz”, la vida del poeta “quede rota / en un tiempo de gavota”, esa antigua danza hecha para bailar en pareja. Las muchachas que aquí desfilan no están solas: las siente el lector gracias a la mirada cautiva del artista que en su corazón las salva de la destrucción. Gracias, querido Felipe. Gracias a Federico García Lorca, a Dulce María Loynaz, a Ramón López Velarde y a ese lector o lectora que lee estas letras. Saludos tres veces cordiales.
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