Poblaciones lejanas
Sus relieves candentes, sus pasajes, son un salmo/
luctuoso y monocorde;/
los niños corren y gritan,/
como pequeños lapsos, en un eterno, enmudecido/
sepia demente. Hay ciudades, también,/
que dulcifican la luz del sol:/
En sus espejos de oro crepuscular las aguas abren y encienden/
cercos de aromas y caricias rituales; en sus baños:/
las risas, paredes reverdecientes;/
--Sus templos beben del mar./
Vagos lindes desiertos (las caravanas, los vendavales, las noches combas y despobladas, las tardes lentas,/
son arenas franqueables que las separan), mirajes, ecos que las enturbian,/
que las empalman;/
un gusto líquido a sal en las furtivas comisuras;/
Y esta evocada resonancia.//
Coral Bracho (1951)
Abre sus cienos índigos al contacto
De tu boca, de tus ojos, ahondados bebo, de tu vientre, en tus flancos;/
entre mis manos arden, se humedecen/
(la avidez se emulsifica a estos bordes,/
cobra textura al tenso palpitar de esta piel, cierra su esfínter suave, quemante,/
hasta el cúmulo anular,/
el dolor). Este canto palpado, lamido al linde./
El frío levísimo de tu lengua,/
Contraigo (de tus labios, en mi torso, se expanden –hielos astillados–/
las puntas nítidas) hasta el ansia./
Vuelto estrechez, contorno, vuelto grito ceñido al tacto, mi sexo:/
llama lapidada en la cóncava, ungida; intenso vacío sucinto, intersticial;/
vuelto a su cadencia compacta, a su yermo adicto;/
De tu boca, de tus sombras colmadas, bebo, de tus ingles, tus palmas./
Entre mis muslos arde, se condensa –fiebre crispada y lenta–/
tu imantación; entre mis labios. Hiedra silenciosa, resina, agua/
encendida, sílice, mi humedad, funde y conjuga: plexo,/
calor salino, pulpa sensitiva, apremiante, este tímpano penetrable,/
este nudo, este exceso vulvar. Busco/
el volumen firme que me descentre. La tersura, el calor henchido,/
profundo, que me fuerce, me desate con su roce./
Busco integrar tu sexo (lava que se repliega, costa, para envolverlo, lago adensado el ritmo/
capilar de esta sed), su abundancia aprehensible y lenta, su densidad, a mis límites; viña/
apretada al pulso, sorbida al vórtice; cima bullente, fulcro luminoso, el deseo/
(lamo en tu espesura candente; vierto) abre sus cienos índigos, al contacto, moja./
Los humores, los brillos íntimos, los reflejos/
(tus muslos cavan en mis muslos;/
tu beso escinde)/
de una caricia; el mosto;//
Coral Bracho (1951)
Veinte años de poesía (1968-1987).
Premios de poesía Aguascaientes.
Selección de Alejandro Sandoval
Joaquín Mortiz, México, 1988.
2136 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
5-IV-2023. Selección de Felipe Garrido.
Reacciones a la selección previa:
Adolfo Castañón: Gracias por la entrega 2135 de “Un poema al día”: dos obras de Juan Bañuelos, nacido en Tuxtla Gutiérrez el 6 de octubre de 1932 y fallecido en México el 29 de marzo de 2017, hace seis años. Discípulo de Rosario Castellanos y miembro del grupo La Espiga Amotinada, con Jaime Labastida, Óscar Oliva, Jaime Augusto Schelley y Eraclio Zepeda. El poeta catalán Agustí Bartra acompañó con sus consejos a estos autores comprometidos, de un lado con las circunstancias sociales y políticas y, del otro, con una inventiva prosódica. De esa doble articulación son prenda estos dos poemas transcritos de la antología Veinte años de poesía (1968-1987) compuesta por Alejandro Sandoval para el sello Joaquín Mortiz en 1988.
“Relato” participa de la fábula, del himno y de una elocuencia no exenta de acentos dramáticos. Casi se diría que es una pequeña obra teatral a la que van incorporándose los personajes, incluido el lector. Tiene algo de poema cosmológico y de épica enunciación de alguna manera marcada por Paul Claudel y Saint-John Perse.
En “Visión desde un cráneo verde” surge en el horizonte la experiencia de la muerte no sólo personal sino aun la extinción de la especie. Hay en sus frases un deseo de desprendimiento y de libertad que afirma la figura del poeta como una fuente de armonía y de sabiduría. En ambos poemas aparecen los garfios de interrogaciones capaces de enfrentar la angustia del hombre --de medir su propia sombra-- con su miedo del mundo. Gracias, querido Felipe, por haber traído estos versos de esa alta rara avis que fue y es el poeta Juan Bañuelos.
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