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#2165 - LAVÍN CERDA: La fotografía | Sabiduría de los zapotecas | La ceremonia incesante: alumbramiento y deslumbramiento

 

La fotografía

¿Alguien ha visto el rostro de Dios?
Aquél, no el otro, ése
que nadie sabe
cómo es
o cómo nunca ha sido, fue, ha sido:
sin nariz, aún, sin lengua y sin ojos.
¿Un espectáculo divino
o más bien lamentable?
Necesitamos con urgencia una fotografía de Dios,
aquel Dios de verdad, no el apócrifo.
Que venga en el aire, pendularmente,
con una foto suya entre las manos:
una imagen
no sólo
de su rostro de sombra o de luz,
ahora mismo, con hondura y esperanza,
para evitar que el espectáculo
sea todavía más lamentable
¿o tal vez más divino?
¿Qué sucedió al fin con sus ojos,
su nariz casi ficticia
y su lengua invisible, ya muy remota?

Hernán Lavín Cerda (Santiago de Chile, 1939)


Sabiduría de los zapotecas

Como los zapotecas, yo también sospecho
que incinerar a los que acaban de morir con el dibujo
de aquella sonrisa en los labios, no es una buena costumbre.
No solamente desaparecerá la visión del mundo
en los ojos de los muertos, sino además el jardín
o el precipicio donde aún habitan sus almas.
Entierren a los que acaban de morir, si aún les parece bien.
¿Por qué no los entierran bajo el poder y la gracia
de aquellos árboles cubiertos por el esplendor de las flores amarillas?
Si ya no hay otro camino, será mejor que los entierren, paso
a paso, en su visión del mundo, sin enterrarlos nunca.
No permitan que los muertos al fin se precipiten
a la fosa común dominada por los hijos del Dios del Fuego.
Como los zapotecas, yo también me deslizo
entre aquellas nubes que se abren y se cierran, como aves
que se deslizan entre la primera luz
del crepúsculo del amanecer, y aquel asombro
del crepúsculo del atardecer
durante la ausencia de su primera y última luz.
Como los zapotecas, yo también sospecho
que incinerar a los que acaban de morir con un soplo de vida
o con aquella espiral del vértigo en sus labios, no es una buena costumbre.

Hernán Lavín Cerda (Santiago de Chile, 1939)



La ceremonia incesante:
alumbramiento y deslumbramiento


“Ser es una ceremonia incesante”: me soplan al oído mientras uno se desliza, inmóvil, durante el sueño. ¿Quién habla? ¿Quién escribe a través de nosotros como en un rapto, día tras día, apareciendo y desapareciendo en una ceremonia incesante? Sospecho que la luz y la oscuridad de la vida no dejan de palpitar en esta escritura.
Vida en palabras, eso es todo: ni más ni menos. Un trabajo de buzo en las profundidades del yo: no sólo individual sino también colectivo. Aquel difuso y deslumbrante yo de nuestra especie. El Arte de la Palabra es una investigación o iluminación de algunas zonas oscuras que no están a la vista. El poeta Oswald de Andrade dice en su texto “3 de mayo”: “Aprendí con mi hijo de diez años / Que poesía es el descubrimiento / De las cosas wue no se ven". No solamente eso, sin duda. El personaje único de este libro, entonces, o casi único (porque no hay nada único en esta vida), no es más que la especie humana, como ocurre secular y ecuménicamente. El esquivo, paradojal y equívoco ser humano: esa criatura que puede llegar a ser múltiple en su grandeza y en su miseria.
Acaso no aparezca en la ceremonia incesante de cada día, aquel yo lírico, unívoco y doliente, con el que trabajaban y aún trabajan algunos colegas del oficio poético y, ¿por qué no decirlo?, también filosófico. El desafío es ir elaborando la tela de los alumbramientos y deslumbramientos alrededor de un yo individual y colectivo que se multiplica sin tregua, ese yo de varios niveles, con el propósito de profundizar, sin precipitaciones, y finalmente abrir la puerta del subterráneo. ¿Será posible?
El instrumento verbal se aproxima al cántico, pero a media voz. Lo que aquí se intenta es que el canto no perturbe la música del pensamiento. ¿Cómo conseguir el equilibrio? Pensamiento que canta, grave, paradójico, leve y burlón. Cántico que piensa cuando va deslizándose por la piel de las páginas donde se exhibe La sonrisa de Dios.
Poesía y filosofía se unen desde los tiempos más antiguos: umbilicales y consanguíneas, ellas son palpitantes criaturas del sentimiento y del pensamiento. Hay un ritmo de oleaje que canta mientras va pensando, de palabra en palabra. Sólo así pueden brotar las visiones más nuevas y más arcaicas. Juventud y antigüedad en el mismo soplo que parece venir del Génesis. No hay un instante que no sea Génesis, más acá y más allá del mundo, a pesar de todo. Sócrates no dejaría de pensar en ello, aunque fuese con el filo, la pesadumbre y el estupor del veneno en sus labios. Aventura de vivir entre la luz y la sombra de las palabras. Ritmo que va de la piel hacia el espíritu, como en un viaje de exploración, y regresa del espíritu hacia la piel. Eso es todo: ni más ni menos.
Ciudad de México, septiembre de 2006

Hernán Lavín Cerda (Santiago de Chile, 1939)
La sonrisa de Dios
Ediciones Eón, México, 2007.


2165 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
6-V-2023. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA


Adolfo Castañón: Gracias por la entrega 2164 de Un poema al día. Incluye dos poesías de José Juan Tablada, tomadas del volumen de reciente aparición El Lejano Oriente en la poesía mexicana, antología introducida y seleccionada por la poeta Elsa Cross, coeditada por cinco instituciones, e impresa en 2022. El haz incluye 141 poetas --si mi lápiz no me engaña-- y abarca varias generaciones. El libro aparece “En homenaje a Octavio Paz”. El arcoiris de su fragua hace de esta cosecha a la vez un paseo y una radiografía de lo que ha estado en juego en la conjunción de voces que son astros y el imán de eso que convencionalmente se llama El Lejano Oriente, si bien en rigor pascaliano Asia está no al este de México, como Francia, sino al oeste.
La titánica tarea que ha emprendido la poeta, ensayista y orientalista Elsa Cross, autora en 2022 de un espejo: Un templo paralelo. Ensayos sobre el mito y lo sagrado, parecería haber sido emprendida por una legión de cuidadosos investigadores y lectores, pero es fragua de una abnegada y desinteresada servidora de la palabra y de la memoria que ha sabido organizar como una mujer. bonzo este libro-templo con musical e impecable destreza.
En ese espacio, la figura de José Juan Tablada, atinadamente elegido por Felipe Garrido para esta entrega, cobra doble relieve y filo por más de un motivo. El poema titulado “Crisantemo” (en las Obras completas de Tablada, UNAM, 1971, atinadamente es “Crisantema”) desprendido de “Musa japónica”, fue publicado en México el 20 de septiembre de 1896 en el periódico El Mundo y aparece en las páginas 59-60 de esta antología monumental. Lo que podría llamarse la 'urticaria' asiática empezó a producir comezón desde fines del siglo XIX.
El otro poema “Nox”, del mismo libro, podría leerse como una composición inscrita bajo el ascendiente lunar de Rubén Darío, y en ella se encierran perspectivas que la poesía mexicana ulterior no dejaría de explorar. A la pregunta de qué libro me llevaría a una isla desierta no dudaría en responder: El Lejano Oriente en la poesía mexicana, de Elsa Cross. Saludos a la pléyade --no hay otra voz--, los poetas incluidos.
Ruth Levy: Tablada misterioso y audaz, palabras precisas y añorantes. Me sedujo.

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