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#2256 - BERNÁRDEZ: Marca de agua | Un mar y un pájaro | Volcadura

 

2256 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
20-VIII-2023. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA

Marca de agua

“Heriste mi corazón con tu palabra y te amé”.
San Agustín, Confesiones
Un árbol crece, lo escucho respirar por las noches, sus hojas acarician las letras que escribo, y lo que deletreo se enraíza en mis ojos, huella del sonido es el contorno de su movimiento y la sutileza de su vaivén alumbrando lo súbito de su aparición. Lo cierto es que hay escasas referencias sobre su existencia. A veces es descrito como un latigazo, un resplandor..., es tan sucinto su ofrecerse que parecería más un titubeo, aquello que cimbra la fortuna de su hallazgo, y la precisión de su pálpito. Su mostrarse acrecienta el deseo y su omisión el desesperar en su credibilidad.
Su figura se diluye entre la niebla de lo impensable, ¿queda en esa donación lo que irradia en el encuentro con lo remoto? A saber... Su búsqueda exhaustiva conforma el relieve que acusa al tercero ausente, señal de que lo palpable es un surco que va deshilándose al paso de los días como si alguien pudiera asomarse entre su celosía desvaneciente, como si la alegría que derrocha a través de su estrépito solventara la hora agudísima de la tormenta. En otros momentos simples, donde la vida se celebra en su plenitud se le sorprende, por ejemplo, cuando siendo niños se toma un manojo de arena y queda el vestigio del brillo de la sal en la piel, cuando asombra la fluidez del agua, cuando la espuma es el toque pregonando su marcha.
Si se trata de adivinar su rostro, poco permanece, salvo algún temblor que rebasa explicación certera y que los venturosos refieren evidencia. Habita en su remanso el balbuceo que aprisiona el imaginario de la materia, que aún cercano a la duermevela, guarda el tremor de lo efímero.
Y la palabra en su advenimiento despierta el recelo de que a través de sus rasgos la mirada sea penetrada por otra. La emoción que domina es el desconcierto ante lo maravillado, después sobrevendrá el anhelo en su renovación negativa: “el ansiar” en trasfondo de la ansiedad, que en la rispidez de la discusión, se erigirá en el bastión de la angustia. Tanta zozobra encalla en los arrecifes de la risa, don apreciado e, irrefutablemente, el más enaltecido en su gracia.
La sílaba se prende a los labios, no atreve su ser ni su pronunciamiento, el precipicio del aire es un infinito que le hace volver al polvo y al papel; su no decirse es una duración que es más aurora en su nacerse albor. Grafía que procura ser savia, estría que avanza por el manantial del latido rayando ríos en la corteza que nutre la pulpa y la resina. Resuena cerrando la disparidad imbatible del equívoco, inocencia perseguida que desaparece en el aliento que roza la piel. No hay cabida ya para el gorjeo. Queda la punzada, el fruto entre las costillas, la respiración entrecortada, la espiga que yace cobijada por el espesor del follaje. Arrebujado sabe que de incorporarse la neblina invadirá los resquicios de lo memorioso y la certeza de alguna vez haber sido una palabra pura.
Dentellada. Rizo. Hendidura. Dentro. Espina. Devastación del olvido, caligrafía de arena que el viento inscribe en su marcha. La semilla cae y un árbol despliega su anchura, testigo de la saeta que es marca de agua en el corazón del hombre.

Un mar y un pájaro

Un mar hecho pájaro, cascada iridiscente brotando de lo umbrío, abrevando en el estero del miedo cuando la muerte enlumbra y la vida reclama urdimbre, aún de la brevedad del deshielo, hasta volverse un más allá del extravío y del rompiente, un rezo lento en preámbulo de lo que asalta en resplandor y que al declinar la tarde es bastión del limbo.
Enormidad y sujeción nómada de la niebla, gota que resbala por la palma dejando tras de sí su cardenal, acotación irredenta que pretende resolver su lazo en el traslape de las horas. Mucho se ha andado, para aceptar que el perdón no libera del rencor ni disipa el odio ni dulcifica el golpe; no reconcilia lo tachado con el signo que debió ser consignado al papel ni ampara del abandono. Desconocer. Se es ciego ante el pedregal que se extiende bajo su temporal, y el cuerpo llora lo que al corazón se le prohíbe.
Un pájaro que no río ni agua dulce de laguna, un tañido que se posa en la arboleda incansable, repique de quien queda al margen condenado al comentario, un decir no diciéndose, en el haber corrido el riesgo de penetrar el resquicio del albor donde se renegó de la suerte. Paria.
Una ventana por donde miro el río y el pinar. Delante queda el monte con su rumor de mil azucenas, la lluvia que se arremolina contra los cristales y el revuelo que se entretiene con el monzón que rezumba enloquecido, linde que en su vacilación llora un atlántico por el lazareto de San Simón, por la impronta borrosa de una caleta esmeralda donde se deshilvanó la infancia..., y no saber, simplemente, no saber, si lo decisivo es lo que no se hace mar ni río ni pluma…
Pájaro-cerco-raya que pronto habrá de resquebrajarse como el jarro que se lleva a la fuente y cuyo barro un buen día se estrella contra la baldosa.
Y el agua corre cantarina por los adoquines a saciar la sed del naranjo en flor que habrá de ser rama meciéndose indomable a la distancia de la aljama.
¿Recuerdas los pájaros del río?
¿O era el río por el cardo de los siglos?

Volcadura

Aviso de derrumbe, caída o levante. Arrecife en despeñadero que así debió manifestarse el sonar de la primera vocal en la juntura con la primera sílaba, por decir primero cuando lo indomable del rizoma, donde se gesta, es/ era / será una niebla en desbandada.
Desprenderse: impericia que asedia el tránsito por los días como si el descubrir un resquicio en su tejido llevase hacia el salto ineludible entre la vida y la muerte. Ignorar. In.esperar. Muro. Atalaya, guijarro que rasga para allanar la brecha y develar la gradación de la conciencia.
Leer lo distante, no la canilla en triza que escarcha la caligrafía. Blanco adentro del blanco. In.vacío. No.vacío. Y dejar que lo siempre ido, por ni siquiera haber sido demasía, se cumpla en su misterio, aún de ignorar si hubo un instante donde fue caudal. Pozo. ¿Agua especular?, ¿negatividad del murmullo?
Volcadura, ¿de qué otra manera acariciar el envés?, es tal la rapidez de su corte que la contradicción de su simple estar se alza en premisa que habrá de sentenciar su exterminio. El conflicto se enraíza desde la herida por la que se nace y se muere, y su reconstrucción da de lleno con la insuficiencia: aquello que no se nombra, no existe, aunque exista fuera del lenguaje.
Mentira. Lo afirma el puñal que apremia su moradura en expresión exquisita de la angustia. Mentira que no habrá de demostrar el alegato de su falacia, ni evitar que el aleteo azuzado se levante, una y otra vez, en re-beldía, hasta que exhausto comience a recelar si en su gravitar es capaz de mirar.
Ah la noche, la noche larga y terrible cuando el rugido del mar se niega a arrojar el secreto de la Venus oscura.
¿Y la lágrima?, ¿se acepta el evangelio de su sal en pago por lo prístino? ¿Será su agua bautismal la que lleve al osado a rendirse ante la profundidad? Desatina y renace quien ha encontrado en su llanto el balbuceo que irradia la gracia de lo indócil: “Soy porque no soy”.
Nitidez. Hiato de la máxima lucidez, rostro pluriforme que lleva en su surgir la marea de lo intocado, como si la incisión en reposo germinara en lengua de brasa que confunde lo inexorable con la claridad.
Recato del cristal trasvasando su materia en un vitral de Chartres, y aún más secreto, el susurro que erige muros que habrán de recomponer la rosa de los vientos
Grava. Y el mar se extiende en lienzo para delinear lo increado….
No es un mar. Es tierra roja erizada en sus márgenes según los comentarios de un escriba.
No hay deslinde. Sólo firmamento.
Suspensión.
El equilibrista se juega la suerte en la oposición fundacional. Sí. No. Cada vuelco relampaguea entre lo de arriba y lo de abajo. Vértigo... La escritura como lugar del no.aparecer, de lo inédito, de lo inverosímil: el trazo hiende y el blanco sangra.

Mariana Bernárdez (Ciudad de México, 1964)
Memorial del fulgor
Prólogo de Tomás Pollán
Sapere Aude
Oviedo / México, 2022

Dicen los lectores

José Luis Talancón: Me pongo hoy los dos poemas de Adolfo Castañón en lo más alto de mi alegre amanecer para celebrar la vida en su cotidiano estallamiento. Qué gloriosas odas a la vida que es cotidiana y no se repite. Cada instante trasluce enamoramiento y felicidad, conscientes de habernos sacado la lotería por el simple hecho de estar juntos y cuchichear en la tarde lluviosa de la vida cantando y tejiendo la existencia en compañía. Toda una fiesta su poesía Muy agradecido por este diario compartir a diario estas voces de tantos talentos que nutren al espíritu y permiten enfrentar la adversidad del Mundo y jugar como un niño a escondidas de sí mismo.
Alba Martínez Olivé / Dolores González Casanova:
Dice Umberto Eco: […] Hoy los libros son nuestros viejos [quienes guardan la memoria colectiva]. No nos damos cuenta, pero [al leer los libros] nuestra riqueza respecto del analfabeto [o del que siendo alfabeto no lee] consiste en que él está viviendo y vivirá sólo su vida y nosotros hemos vivido muchísimas. Recordamos, junto a nuestros juegos de infancia, los de Proust, sufrimos por nuestro amor, pero también por el de Píramo y Tisbe; asimilamos algo de la sabiduría de Solón; nos han estremecido ciertas noches de viento en Santa Elena y nos repetimos, junto con la fábula que nos ha contado la abuela, la que mucho antes había contado Scheherezade.
Esto podrá dar a alguien la impresión de que, no bien nacemos somos ya insoportablemente ancianos. Pero es más decrépito el analfabeto (de origen o de retorno) que padece de arterioesclerosis desde niño, y no recuerda (porque no sabe) qué ocurrió en los idus de Marzo. Naturalmente, también podríamos recordar mentiras, pero leer ayuda también a discriminar. No conociendo las culpas de los demás, el analfabeto ni siquiera conoce los propios derechos.
El libro es un seguro de vida, una pequeña anticipación de inmortalidad. Hacia atrás (¡ay!) más bien que hacia adelante. Pero no se puede tener todo a la vez.
(Umberto Eco, “Por qué los libros prolongan la vida” (C) LA NACIÓN, Roma, 1991. Traducción de Jorge Cruz)

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