#2258 - ESQUINCA: [Un occidental decide tener su primera experiencia con hongos pajaritos] (Tres casos)
2258 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
22-VIII-2023. Selección de Felipe Garrido.
Un occidental decide tener su primera experiencia con hongos pajaritos. Le sirven la infusión en una taza de porcelana de vago origen chino. La bebe despacio reclinado en una banca de piedra que hace las veces de mirador en la orilla de la laguna. El día es transparente. Mira en la lejanía los cerros y las nubes. Ha decidido que usará el poder del hongo para ver un dragón en las nubes. Se aplica. Dirige la mirada a una nube grande, luego a otra. Nada. Lo distrae el tamborileo de un pájaro carpintero. Al volver la vista hacia el horizonte nota que las nubes se han reunido y forman un inmenso dragón alado. Que se acerca. Cuando concentra la mirada advierte que puede penetrar en el diseño del blanco dragón. Las plumas y las escamas que lo conforman están, a su vez, hechas de seres diminutos. Figuras de elegantes dignatarios chinos en poses hieráticas. Cientos. El pájaro carpintero vuelve a repiquetear en el tronco del pino. La visión se disipa. Semanas después acude con sus hijos al Museo que acaban de montar en la ciudad. Se anuncia una colección de objetos extraños, sorprendentes. Al entrar se topa con una gran vitrina. En su interior hay un colmillo de elefante finamente tallado con figuras de elegantes dignatarios chinos en poses hieráticas.
Jorge Esquinca (Ciudad de México, 1957)
Un occidental decide tener su primera experiencia con hongos pajaritos. Le sirven la infusión en una taza de porcelana de vago origen chino. El lugar es amable. Muros blancos y sillones cómodos. Bebe despacio. Hay una pareja de ajolotes (Ambystoma mexicanum) inmóviles en una pecera rectangular. Llama su atención un punto luminoso que comienza a destacarse en un rincón de cielorraso. Es un faro, una señal de orientación en el mar de lo blanco. Un prisma. Que se divide. Impresiones de guerreros o danzantes vistas en algún códice prehispánico se multiplican, cubren la superficie y reunidos conforman la figura de un gigantesco Buda. Que se divide. Un mar de espumas encrespadas, un torbellino, un vórtice. El punto luminoso es el ojo de una ballena. Moby Dick emerge y salta de este a oeste. Vuelve a sumergirse. El cielorraso se agita, es un pulso, una respiración. Es el lomo de un venado que mira de frente y se escapa hacia una pradera de infinita blancura. En la mesa, la pareja de ajolotes ha pasado a través del vidrio, tienen medio cuerpo dentro y medio cuerpo en el exterior de la pecera.
Jorge Esquinca (Ciudad de México, 1957)
Un occidental decide tener su primera experiencia con hongos pajaritos. Le sirven la infusión en una taza de vago origen chino. La bebe despacio. Mareo.
Náuseas. Le indican que se recueste directamente sobre el pasto del jardín. Mientras está ahí, boca abajo, le arrojan una cáscara de dátil. La mira. Es una inmersión. Hay en ella un pequeño cosmos, perfectamente organizado. Es una revelación del orden profundo en el que todo resulta un acorde, inexplicable, pero cierto. La hoja de la palmera está ahí para que la garza llegue y se pose en el momento preciso. El destino de la garza es llegar a posarse en esa hoja en ese momento. Las voces, las risas nunca sonaron mejor. Nada, nadie es más ni menos de lo que es. La individualización se reduce a cero. Se forma parte de algo y se está bien con eso. Un sentimiento de fraternidad sin fronteras. Con los ojos cerrados observa el interior de su cuerpo, el fino entramado de venas y arterias, el corazón –“vaso y centro”-, el mismo orden inescrutable prevalece. Nada necesita ser comprobado. Todo es, infinitamente...
Jorge Esquinca (Ciudad de México, 1957)
En El Lejano Oriente en la poesía mexicana
Introducción / Selección / Glosario de Elsa Cross
Universidad Autónoma de Sinaloa,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Universidad Autónoma de Nuevo León
Vaso Roto Ediciones
Metepec, 2022
Dicen los lectores
Adolfo Castañón: Gracias por el envio de los poemas de Ida Vitale, espigados de su libro “Mella y criba”, impreso por Editorial Pre-textos en 2010.
Los poemas elegidos plantean un sutil columpio entre meteorología y temporalidad. sin dejar de tener en el pulso el misterio, los espejismos y engaños de la vida. En “Magnitudes improbables” la “pregunta retórica” desemboca en una cadena irónica de preguntas hechas para acechar el misterio de la luz. En “Programa” se adivina el concierto de la vida que sabe medirse a sí misma a través de su contemplación. La luz de la esperanza y de la vida que nos cautiva con sus esplendores brilla en estas armaduras verbales de Ida que transitan entre el “asombro”, la Mella y el juicio que Criba.
El libro del que provienen esta dividido en seis partes: 1. Pequeño teatro familia. 2. Ciudades. 3. Luna llena, tierra vaciada. 4. Armas. 5. Visión oscura --de donde provienen los dos primeros- y 6. Lo firme de donde proviene el último. El hilo conductor es el lenguaje y sus misterios. la creación poética y su ritmo secreto, y en filigrana la amistad y fraternidad con la naturaleza y sus criaturas. Ida Vitale no oculta que es una poeta órfica que sabe entrar a un jardín botánico y llamar a cada flor por su nombre. En la portada del libro aparecen “Los pinos de Roma” de Ramón Gaya. Saludos para ti y para Ida.
Guadalupe Elena: Me ha impresionado leer “Educación del estoico o el viaje del hijo que no fue pródigo”, de Adolfo Castañón (entrega 2255). Cuando dice: “…no tengo otra tierra nativa / que esta vasta ciudad tentacular / en cuyo centro pétreo y gris / vino al mundo el cuerpo de mi nombre”, o “Tarde conocí el diccionario del viento”, o “El niño que acariciaba la ventana / --su juguete preferido—y / dibujaba con su vaho en el cristal / irisados paisajes invernales / callaba para oír…”
La niña que fui yo creció allí mismo y, como para él, la ventana era una pantalla que me permitía observar la vida exterior. En esa quietud la imaginación se desbocaba; nacían y crecían ideas, ideales, sentimientos, emociones y sueños; en el mundo no cabían, pero allí se desbordaban.
Mis papás acostumbraban ir al cine los sábados y no siempre nos llevaban. Empezaba entonces ¡la acción! Mi hermana, mi hermano y yo nos dábamos a la tarea de construir un barco de vela con sábanas, maderas, cartones… lo que teníamos a mano. Para mí, ¡nos quedaba glorioso!
Surcábamos mares desconocidos, con el velamen hinchado por dos ventiladores. Desde la proa, con la cabeza en alto y la mirada al frente, yo atisbaba el horizonte en busca de mi soñada isla de vegetación exótica, aves de mil colores, cascadas, ríos, flores…
Horas en las que la imaginación y la fantasía hacían latir el corazón con un vigor desconocido.
Ahora, adulta, cada vez que viajo al mar el ensueño retorna. Y sigo leyendo, descubriendo, imaginando… Esta vez me acerqué a la ventana de Castañón… y le estoy agradecida.
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