Dos poemas
1. Al unísono
Sobre un tiempo gemelo fincamos
un nido de momentos.
Las horas son como jade o esmalte,
como cosa que se devora sin prisa,
pero ávidamente. Las horas
son pinceladas azules y rojas. Preceptos,
decálogos mudos, terribles, fieramente guardados,
escritos en quién-sabe-qué biblias,
en sabe-Dios-qué códigos.
Hay que ver ciertos lados,
ciertos ángulos sin aristas, invisibles, de ciertos asuntos.
Y hay que ponerse de acuerdo en qué matices,
en qué color de la risa.
Si un sonido raro de un libro,
si el tono de flauta o de viola
de una pequeña palabra…
Palpar una misma nube, blanda como lana.
Cantar una misma frase. Sentir un fastidio
idéntico, una ira correspondiente…
Un solo
minuto de descanso, y luego, subir a la montaña
azul de seducciones,
con un extraño brillo en las cuatro pupilas ávidas.
Llevar en lo recóndito un mismo desencanto,
y condenar al mundo con una,
con una sola palabra helada y sucia.
Los minutos se cuentan
por estar-con y no estar. Los minutos
se divien en dos nuevos bandos:
minutos de sí, minutos de no. (… Los ratos
de estar-junto, ratos y macizos y dulces,
de gajo mordido y deshecho en los dientes).
Entonces, ¡qué dulce:
paladear un poema, una tarde, una brizna.
Con perlas redondas tejes un idioma.
Gustar el silencio, y lentamente,
lentamente, en silencio, hojear la vida.
Antonio Alatorre (1922-2010).
2. Lo que yo quisiera es que…
Lo que yo quisiera es que todo se acabara de repente:
los árboles y los nidos
y las camas y los cuervos y las estrellas
y las iglesias y los sexos.
Lo que yo quisiera es que el mundo
quedara en un esquema
y perdiera sus surcos y sus mares,
y sus estatuas priápicas, tumefactas y horrendas,
y las torpes excrecencias de sus himalayas.
Que todo quedara en un esqueleto puro,
sin la carroña periférica,
sin esta negra tierra prostituida, violada de arados,
manchada toda de trigos y anémonas,
agobiada de hambres, y risas, y ciudades…
Lo que yo quisiera es que cuatro
más cuatro más cuatro más cuatro jinetes apocalípticos
salieran de no importa dónde
con instrumentos extraños de muerte en sus treinta y dos manos amargas,
y extirparan la pulpa caliente y podrida.
El blando mesocarpio sensual de la tierra,
fístula hirviente y fecunda de lombrices y protozoarios,
y eliminaran la plaga que se llama los hombres,
desde el recién nacido, verde aún de clorofilas,
hasta el anciano amarillo de otoños.
Que todo quedara tranquilo y vacío,
exultante y sublime como una tumba;
que el sol, derrotado, escondiera por siempre
su faz repulsiva y obesa,
y dejara el lugar usurpado, en el principio, a la madre tiniebla;
y que la luna, blanca y redonda como un seno
de mujer, fuera arrojada lejos, dando tumbos,
por un grande ventarrón inesperado.
Y que entonces quedara sólo una armazón geométrica,
una ingeniería sutil de estructuras primordiales e inocentes,
temblando de mutilaciones, descarnada
y lineal como una telaraña
fría y reciente como un cristal de roca.
Y pasearme entonces, con pulmones de alivio,
absurdo como un rey babilónico, de barba
magnífica y negra, como barba postiza.
Y recrearme, en una mueca más larga que el cielo,
como un imperturbable jehová de plomo después de los seis días
de la des-creación, tomando en el séptimo día un descanso
infinito como un parpadeo.
Lo que yo quisiera es que el mundo
se acabara de pronto.
Antonio Alatorre (1922-2010).
“Dos poemas”-
Pan. Revista de Literatura.
N° 2, julio de 1945. Guadajara, Jal.
Edición facsimilar:
Revistas Literarias Mexicanas Modernas.
Eos, 1943 / Pan, Revista de Literatura, 1945-1946.
Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
1893 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
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