De la “Advertencia editorial”:
A muchos extrañará la existencia de esta novela de Antonio Alatorre; no a sus más allegados, quienes todo el tiempo supimos de este proyecto siempre latente, nunca olvidado del todo y, al final, inconcluso. Sin embargo, no debería ser una sorpresa para sus lectores más atentos: no es más que lógico y natural que un hombre tan apasionada y vitalmente preocupado por la lengua y la literatura, de una curiosidad y avidez intelectuales insaciables y con una capacidad de asombro nunca mermada por los años, buscara objetivar todas esas emociones en un texto de creación literaria.
Alatorre tuvo siempre en mente y corazón esta novela: nunca la destruyó y la atesoró hasta el final entre sus papeles. Dejó dos versiones: una más temprana y fragmentaria; otra, posterior, más acabada […] Sus tres hijos, Silvia, Gerardo y Claudio, recogieron la segunda versión […] y decidieron darla a conocer […]
Martha Lilia Tenorio
De La migraña
[…] ¿Para qué? ¿Y a cerciorarme de qué? Aun suponiendo que esa casa se hubiera mantenido tal como era, bien sé que, en el momento mismo de verla, descubriría que no era aquélla la real, la que llevo dentro. Mi búsqueda de la realidad no me habría dejado nada. Esperando encontrar esa casa, sólo tendría ante los ojos una de sus mil vulgares y cambiantes apariencias. La sacudida de nostalgia y el torbellino de emociones no serían más que trances episódicos y sin importancia en contraste con la atroz frustración de mi búsqueda de la realidad. ¿Será que el desengaño metafísico es lo más insufrible de todo?
Pero ¿alguna vez fue real aquello?
Estoy aquí en la biblioteca, en esta casa cómoda en que vivo y, mientras veo el vaso de dry martini (vacío hace ya un buen rato), pienso en lo que ocurrió hace unas horas, mientras me asoleaba en el jardín. Jardín, césped recién cortado, sol, bruma y todo lo demás, todo eso ¿no es ya un fantasma, algo sin más realidad que la escritura, sin otro ser que estas palabras en que se ha convertido, en que se está convirtiendo? Pues si es así, si lo que parecía ser hace unas horas ya no es ni va a ser nunca más, ¿cómo pedir realidad a aquello
otro? Lo real –eso que llamamos “lo real”– se está haciendo irreal continuamente. A un lado está el vaso que contenía un dry martini. Lo veo durante unos instantes. Pero los instantes van trabados unos con otros, bien seguidos, confundiendo cada uno su sustancia con la sustancia del siguiente. Es un chorrito de instantes. No puede verse dónde termina uno y comienza el siguiente, pero el chorrito de instantes se percibe, se siente, está aquí, entre el vaso y yo. Es un transcurrir, un sucederse. Cada uno de esos instantes es su realidad, cada uno es la realidad, y el que lo precede ha pasado “a la historia”, al mundo del no ser, de los fantasmas, es ya tan fantasma como la emperatriz María Teresa, o como un dinosaurio, o como Aureliano Buendía. No hacen falta los treinta y cinco años que han transcurrido desde aquello: tan demoledor de realidad es un bulldozer de treinta y cinco años como el empujón levísimo de la fracción de tiempo más minúscula que sea posible imaginar. ¿No será que eso que llamamos “realidad” es un mero punto de referencia para que nos entendamos, tan irreal como una bisectriz o como una anadiplosis?
Estas preguntas ponen delante de los ojos un espectáculo vertiginoso, algo que espanta y que atrae a la vez. Es como ver a la muerte y sentir que es el otro lado de la vida, como sentir la nada y ver que es el correlato del infinito. Yo mismo soy un fantasma por todos lados, fantasma en forma de un cometa de larguísima cola y de núcleo pequeñísimo. La larga cola es mi pasado, mi archivo, mi fe de vida, el registro de lo que he sido, que se extiende desde la hora en que nací hasta este instante, el instante en que voy a poner punto para cerrar esta frase. ¡Y no! No, porque ese instante, en el instante mismo, se ha convertido irremisiblemente en pasado. En cambio, el núcleo, el pequeñísimo, delgadísimo núcleo, es mi presente, mi actualidad, mi realidad. En ese instante que en el instante mismo se hace irrealidad. Soy una proa lanzada al tiempo; o ni siquiera la proa, sino el choque de una proa contra la resistencia del océano del tiempo, el surco abierto y espumoso, instantánea de un infinitésimo de segundo. El choque contra el tiempo es la única realidad. La única realidad es la conciencia. Es en la conciencia donde el niño de Autlán, el adolescente de Tlalpan y el adulto de hoy se me funden en un todo, en una sola masa gris, parecida a la bruma que a mediodía acabó por afantasmar al sol, jirones de niebla que confluyen y se hacen indistinguibles. Los tres están hechos, literalmente, de la materia de que se hacen los sueños, pero los tres se funden y existen en mi transcurrir, en mi travesía, en mi conciencia.
Mi escritura es como un retrato de mi conciencia. Escribir es aceptar mi irrealidad, mi muerte, pero también mi realidad, mi única verdadera realidad. Porque no se trata sólo del plumbago de Autlán, de los manzanos de la casa de Tlalpan, o del césped de aquí, recién cortado: también yo me desrealizo y me afantasmo con cada palabra que escribo. O, más bien, soy yo el único que se desrealiza, arrastrando en su catástrofe ontológica mil y mil escombros fantasmales: un excusado de tablas, un dry martini, unas tejas jaspeadas de liquen.
Antonio Alatorre (1922-2010)
La migraña
Fondo de Cultura Económica, México, 2012
1894 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
25-VII-2022. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos (INBAL)
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