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#1903 - GARRIDO: La rosa eterna

 

La rosa eterna

Antes de que nadie la cantara
la rosa ya existía.
Antes del tiempo y la memoria.
La rosa vuelta piedra;
rosa enterrada,
muda, mineral, apenas descubierta.
Tan vieja como el mar,
como la noche nueva su fragancia inextinguible.
En el piso del bosque, entre las hojas y los hongos demudados
cayó la sangre a borbotones.
Hubo un furor de cerdas, una ráfaga de culpa tasajeada
por colmillos marfilinos.
Gotas de sangre alucinada; sangre de Adonis;
semilla roja de la rosa roja.
Lloró Venus la muerte del amante.
Sus lágrimas urgentes,
cristales nacarados,
sin luz dejaron los divinos ojos.
Por la espesura derramadas,
blanca semilla de la rosa blanca.
Rosa de nieve, rosa de leche, rosa soñada.
Cierro los labios compasivos,
muda la lengua dolorida,
pero la vida estalla. Incontenible, mi voz desata.
Siempre la muerte quedará burlada
al paso de la rosa eterna,
la rosa intemporal,
rosa profunda, ilimitada, íntima,
sumergida, nocturna, sigilosa,
alzada antorcha de hermosura
por vanas espinas custodiada.
Te toco y te abres como una rosa,
como la luz del alba que apunta apenas,
como el dorado filo del amanecer.
Rosa pequeña que mi mano cubre,
labios nocturnales,
ángeles, música, manantial, torrente,
el cielo estrellado y la luna de octubre,
rosa celeste, adivinada,
rosa vigilante, desvelada,
rosa abstracta, rosa literal, rosa clandestina,
derramada rosa del pubis.
Brilla en la playa la rosa repentina,
jade sonoro coronado de espumas,
incesante turquesa florecida,
rosa de sal rizada por el viento,
rosa de coral, rosa aguamarina.
Rosa inalcanzable
como la voz de la sirena.
Rosa de perfumes ignorados,
abisal, radiante rosa submarina,
imposible rosa azul de mis ideales.
Yo tuve en las manos una rosa adolescente.
Era perfecto su talle
y su sonrisa, los resplandores de una fuente.
No conocía el miedo;
el toro de la noche la rondaba hechizado.
Un ciego viento helado
opacó sus ojos, envileció su aroma.
Rosa herida, rosa rota,
rosa de párpados vencidos.
Rosa de agujeros, rosa de ceniza,
palacio en ruinas, rosa perforada,
rosa desmedrada, rosa de sombras, rosa de nada.
Sea maldita la muerte de la rosa.
Atiende al corazón.
Oye crecer en él la rosa de mañana,
la rosa que resurge,
la rosa rediviva, la rosa restaurada;
la sangre que renace,
la hoguera que se inflama.
La nueva rosa es tuya,
rosa consumada.
En mi tierra desolada tú eres la única rosa.
Al besarme tiemblas, como de frío.
Tiemblas, triste rosa enlutada.
Como una tenue promesa nace tu fuego,
rosa del río y del desierto.
Crece la hoguera en altas llamaradas
concéntricas y abiertas
como el confín de arena,
rosa de luz definitiva,
rosa que me haces rosa, rosa enamorada,
rosa que es una sola duplicada.
Encontramos la rosa a solas
y hasta el dolor nos usamos.
Hoy no quiero recordar el dolor de la rosa,
el aroma que visten nuestras ropas de luto,
los muertos que el rosal guarda en sus raíces,
las noches y los días de tormenta,
la rosa al aire deshojada.
Hoy no quiero sino la rosa en llamas.
Yo soy aquel que te cubre de rosas
tendido al borde del sueño,
fresca rosa de hierba,
de anís y canela,
de copal y de lava.
Ven a mí, rosa desnuda,
de ti misma enjoyada.
Ven bajo el velo de las sombras vastísimas
a la rosada luz de la aurora;
bajo los pétalos radiantes del sol en celo
al amparo propicio de la tarde encantada.
Ven con tu rosa en las manos,
rosa reencontrada, rosa renacida.
Dame la dulzura de tu rosa secreta,
rosa de sangre y lágrimas y tiempo,
rosa erguida como una torre de victoria,
rosa suave, sumisa, sometida,
rosa total, enardecida,
belleza ideal, rosa esperada,
caricia entre soñada,
rosa entre todas elegida.
Como una rosa salvaje
al golpe de la ola la claridad estalla.
Deslumbra su fulgor.
Cae la rosa atravesando el agua.
Llega la luz como una flor abierta.
Hay una rosa en las manos del poeta
y hay una rosa en su canto invencible.
Todo en la vida es rosa
y su pezón erguido me provoca.
Envueltos en la luz que se renueva
día con día hay que volver a la rosa;
la rosa de hoy, la rosa de mañana,
la rosa imperceptible, la rosa del amor desnudo,
la rosa de piedad, la rosa de pureza,
la rosa de incontables pétalos,
la rosa heráldica que repite tu nombre
en cinco letras dividido,
la rosa que renace en cada rosa
fiel a su propia quemadura,
la rosa de purpúreo magisterio,
la rosa humilde que florece en rosa,
la rosa eterna que en mi canto vive.

Felipe Garrido (1942)
4-VIII-2012




La primera vez que leí en público este poema, a la memoria de Valente Arellano (1964-1984), insigne matador, en la Casa de Coahuila, en México, la capital. Foto: Elisa Garrido (27-VII-2014).


1903 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
3-VIII-2022. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos (INBAL)

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