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#1944 - BARANDA: 1. Pájaros

 

1. Pájaros

He llegado a la noche. Una lámpara me alumbra entre la yerba.
Bajo un cielo lastrado los pájaros se nutren de silencio.
Hay sombras de polvo en esta tierra, ¿por qué estoy yo adentro de su luz?
He visto a la prudencia volar como un ave de gracia en la frescura de la edad.
Arriba un pájaro remonta el vuelo y en la grafía del aire me muestra su gusto por los árboles más tiernos.
Llueve en el aliento de las albas, en el país donde la bestia vaga como una sombra humana,
Pienso en las vocales para la ascensión de la luz.
Escucho el oficio de un insecto bajo las hojas del invierno.
Miro los ojos de mi madre en el vuelo de los pájaros.
Ha muerto con el crepúsculo en su corazón.
Hubo aquí fuego en la impureza de una oración.
Queda el esplendor de los jardines abiertos a la salud de las dalias y las gardenias, de las zarzas en el silencio de la tristeza.
Nuestra casa será atormentada por esa visión.
La morfina se agota en la dulzura. Sábanas blancas como el mugido de bestias sin compasión.
Un ave me persigue por túneles de sombras como una inmensa melancolía.
Siento el agua, la flor de la montaña, el polvo. Hay ceniza debajo de la yerba. Palpo el letargo del agua en los rosales.
Llueve sobre las manos de mi madre.
La luz está sobre las vendas de la tierra. Hay cánceres en los esquilmos de la arena. Chancros de malvas cicatrices,
El soplo de los cielos como una sola línea en nuestras manos.
Las ramas de mi cuerpo te recuerdan.
Ah, la melodía de una piedra en la montaña.
Han llegado los ángeles en un buque de carga.
Son una jauría voraz en el lugar profundo del azoro.
Escucho a un ave en su abandono. Una niña en el sagrario de la noche, una muchacha que llama para disculparse a orillas de la tarde.
Vi el corazón del viento en la labranza, el campo en cada brote de la brisa,
tu rostro en la frescura del abismo.
Después, un regio patio donde los pájaros ardían bajo los feudos de su canto.
Alguien cubre tu cuerpo de silencio. Yo deletreo tu rosedal en el perfume de la tristeza.
Hay flores grandes en la hondura. Vírgenes solitarias a la hora en que tu llanto alumbra otro lugar.
Soles a medianoche. He llegado al vacío. Hay una flor áspera y silente en la dulzura de la ausencia.
La ofrenda de la sal se hace con cierzos. El fuego salta y se estremece en cada una de las palabras, en cada uno de los silencios.
Yo te nombro entre los pliegues de la soledad.
Vine por ti del sueño bajo la yerba ciega. Eso era la felicidad: aquello que no tenía respuesta.
Entre tu cuerpo y mis manos: un lamento.
He llegado a la noche y tengo miedo. He sentido la rectitud de la tristeza cobijarse bajo una yerba nueva.
He visto a los gusanos roer mi condición de esclavo.
¡Libérame soledad, estoy enloqueciendo!

María Baranda (1962)
Nadie, los ojos.
Conaculta, México, 1999


1944 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
20-IX-2022. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos (INBAL)

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