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#1952 - GARCÍA MARRUZ: Transfiguración de Jesús en el Monte

 

Transfiguración de Jesús en el Monte

Y después de seis días, Jesús toma a Pedro, y a Jacobo, y a Juan
su hermano, y los lleva aparte a un monte alto:
Y se transfiguró delante de ellos; y resplandeció su rostro
como el sol, y sus vestidos fueron blancos como la luz.
San Mateo, Cap. 17-1.2
En tanto que Israel se agitaba todavía entre la adúltera y el justo, el mercader y el mancebo;
en tanto que discurrían por los gastados tapices de las calles susurradas y sagaces los escribas de la Vieja Ley;
y en el templo los animales eran ofrecidos con ojos rápidos y diminutos y hondas inclinaciones del cuerpo;
en tanto que las calles empinadas y estrechas olían a comida simple y brutal y se obedecían las prescripciones;
y el paso lento de los fariseos y el paso rápido de los mercaderes se entrecruzaban en el mismo paño gastado y minucioso;
en tanto que una tiznada intimidad se pegaba a los cuerpos como un manto muy usado,
o ese lugar sabido hasta la dulzura y la angustia y al que nunca podremos sorprender de nuestra propia alma;
y las casas se sucedían como las razones de una discusión de que ya conocemos todas las partes;
en tanto que la virtud era una abstención justa para las santas mujeres y para los cautos fariseos,
o era a lo sumo en los mancebos misteriosos el rumor aún oscuro, aún presentido, de una fuente lejana;
he aquí que Jesús ha tomado de la mano a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los ha llevado al Monte.
Él los conduce suavemente mientras que en círculos celosos, susurrantes preguntan quién es Aquél que se aleja con el gesto del que regresa;
mientras el humo de las murmuraciones los va agrupando en círculos ya lívidos, ya purpúreos, que van a morir en la espalda de los hijos de Zebedeo;
el aire se deja atravesar gozosamente por el pecho delicado de Jesús, por su paso urgido de tan dulce modo por el llamado inaudito del padre.
Jesús camina con Pedro, con Jacobo, con Juan, grabados en la luz próxima e inmemorial;
traspasado traspasa el paño de la angustia e impulsa los vitrales;
hasta ahora Él les había mostrado sus palabras pero ahora les ha de entregar también su silencio;
hasta ahora ellos han conocido su compañía, pero ahora les ha de entregar también su soledad;
he aquí que ya Él no es más un maestro dorado en la luminosa tristeza de las palabras;
por primera vez ejercita un acto que le es totalmente propio;
pero entonces ha visto a Pedro y a Jacobo y a Juan tan pequeños y pobres, y los ha llevado al Monte.
En el Monte su cuerpo no resiste a Aquél que nunca supo pensar nada que no pudieran compartir su pecho o sus dos manos;
oh, difícilmente podríamos comprenderlo, Él se ha vuelto totalmente exterior como la luz;
como la luz Él ha rehusado la intimidad y se ha echado totalmente fuera de sí mismo;
mas no como el que huye sino como el que regresa, Él se queda con su parte como el que divide un pan;
como la luz Él recuerda la fuente que emana de lo escondido y ocupa la extensión justa de su nombre;
mas no como el que se olvida sino como el que recuerda, o el que sirve una cena sencilla;
como la luz se devuelve a los ojos inmensamente abiertos de Pedro, atónitos de Jacobo y cerrados de Juan;
y Pedro ve a Moisés, y Jacobo ve a Elías, y Juan ha visto a Cristo.
Para ellos se ha tornado un objeto de contemplación, como un astro puro en la mirada del Padre;
se ha ofrecido totalmente para ser contemplado en la luz como después se ofrecerá para las entrañas absortas del pecado en el Calvario;
como la luz ha olvidado sus deseos y lentamente penetra el cuerpo real de su pensamiento secreto;
derramado restituye un misterioso cántaro, y alza el diálogo de la Samaritana;
las catorce generaciones desde Abraham hasta David, huésped de la medida misteriosa, tañedor de alabanzas;
las catorce generaciones desde David hasta la Transmigración de Babilonia;
las catorce generaciones desde la Transmigración de Babilonia hasta los pardos silencios de José,
álcense y regocíjense porque en este instante una multitud se estrella en la boca del salmista como espuma;
y el silencio es una familia sagrada y una lámpara que une sin tocarnos como los recuerdos;
y el pardo de las tardes sobre los bueyes del nacimiento, y el pardo de la espera y de José no es ya la sombra escogida por Dios para revelarse;
porque esa sombra ha nombrado la luz que le velaba el rostro hasta conmoverla.
Mientras a Pedro le tiemblan los cabellos contados, el ojo justo e injusto, la mejilla mosaica;
y Jacobo tiembla por la muchedumbre de pecados de su pueblo como por algo en nada distinto a su memoria o su esperanza,
Juan siente pena de Dios por su Alegría indecible y quisiera en este instante poderlo recostar contra su pecho; mas tiembla.
Ahora ya no es el Sol que nos alumbra y se oculta cegadoramente, sino que la Luz por vez primera como nube los cubre y se revela en su gloria;
pero Jesús la corrige suavemente porque ha vuelto a sentir lástima de su privilegio de heridas;
y porque la luz podría anonadar los semblantes amados de sus discípulos que esperan;
de modo que cuando Jesús modera el rayo de luz viva y el Horno subidísimo de su dicha para decirles “no temáis”, ellos sienten que dentro de su corazón alguien los ha llamado misteriosamente por su nombre,
y comprenden su virtud o su cuerpo no ya como una abstención justa sino como el niño a quien una visión deslumbrante hace arrojar indolentemente una moneda de la mano;
y la moneda salta en la fuente como la infancia o las cuarenta y dos generaciones desde Abraham hasta ese día;
como la infancia que acuña nuestro Rostro ahí donde no puede ser despertado.
Domingo de Resurrección, 1947

Fina García Marruz (1923-2022)
Visitaciones, 1970
En Felipe Garrido, Material de lectura. Poesía moderna.
UNAM, México, en preparación.


1952 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
29-IX-2022. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos (INBAL)

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