No es el plan leer los libros que tú leíste, aunque la biblioteca sea una y ésta apenas comience a notar tu ausencia en el polvo que cubre los tomos de María Moliner.
comprar un cuadro, un tapete, ir a la tienda por un juego de toallas.
Internarme en el súper e ir directamente a la sección de frutas y verduras con el firme propósito de comprar aguacates sin pedir ayuda alguna.
Las persianas tienen su ritmo. Por la mañana un cuarto; después de las dos, totalmente abiertas y el Cerro de la Silla aparece. También el destello metálico del Estadio del Monterrey; el hospital de Ginecología, la joroba de Félix U. Gómez y la avenida Garza Sada que se pierde hacia el sur.
Por la noche la ciudad se transforma. Se destaca el Paseo Santa Lucía, se iluminan sus árboles, la gente va de aquí para allá. El Museo de Beisbol, las lanchas y el Parque Fundidora al fondo del paisaje. El Cerro de la Silla está ahí, pero ahora su presencia, pese a todas sus señales, se va convirtiendo en un acto de fe.
Está ahí, pero es de noche, como un enorme San Juan de la Cruz que reza por todos nosotros.
Yo sigo con mis rutinas. Pocas veces hago la siesta y me obstino en leer o corregir o de plano escribir.
Durante ese tiempo que va de la comida a la cena hago mis rondines.
Las puertas deben estar abiertas y los focos apagados. Entro y enciendo, apago y salgo.
Me siento aquí y allá, voy al baño, recorro el pasillo, tomo un vaso de agua, dos o tres. Evito el alcohol llegada la noche
y uso pantuflas en el interior de la casa. Cerradas en invierno, abiertas en verano.
Cada vez leo menos en mi diván y más en la cama. Antes de cenar me obligo a caminar, y salgo de paseo.
El ascensor parece una moneda que se lanza al aire y nunca cae, nunca se resuelve el misterio que implica ir o volver de la planta baja al piso catorce.
Hoy, fuera de este espacio por ser domingo, en Higueras, en el porche, en piyamas, frente al sol,
he leído un libro de Louise Glück que te regalé. Todos los libros de Louise Glück que hay en la biblioteca los compré yo, y los leíste tú.
En El iris salvaje, publicado por Pre Textos en 2006 y traducido por el poeta peruano Eduardo Chirinos, que murió de cáncer,
hay versos que subrayaste y un poema donde dibujaste en un rincón de la página una flor. Este poema lo transcribí por Whats App y lo envié a tus hijos, que son los míos y a tu hermana Adriana, que fue mi cuñada.
Me parece que es un poema ejemplar con una retórica sumamente madura y una preocupación moral, de vida, muy de lengua inglesa en su tradición.
Siguiendo con las peripecias del día a día que parecen ser los ejes de cuanto escribo
me pregunto:
una vez que haya calentado la comida, que haya puesto orden y empacado y guardado todo lo que me he de llevar. Que haya cerrado la llave del gas, apagado el bóiler, las puertas y dejado el dinero a Leonor.
Que conduzca por la carretera, y haya dejado atrás el aeropuerto, Apodaca, Guadalupe, y llegue con mi mochila y hielera al piso catorce.
¿Qué haré con las persianas, las abriré, pondré la comida en el refrigerador y volveré a cerrarlas como lo hago todas las noches?
¿O dejaré la comida en la hielera en medio de la cocina y avanzaré por el pasillo con la confianza de que afuera, sobre la ciudad, el Cerro de la Silla que hoy no veré –como tú no lo ves–, estará ahí como un enorme San Juan de la Cruz, inmóvil en su sitio, rezando por todos nosotros?
José Javier Villarreal (1959)
Poeta de provincia.
Antología poética (1981-2021)
Tilde Editores, Monterrey, 2022.
2007 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
25-XI-2027. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos (INBA).
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