Pesadilla
Señoras y señores pasajeros, muy buenas tardes; desde la cabina de mando les habla su piloto, el capitán Ausencio Cruz y Gama, para informarles que, como ya lo habrán notado, nos encontramos en una zona de intensa turbulencia. Quiero informarles que están a bordo de un vuelo histórico, sin precedente, que marca una nueva etapa en la aviación. Gracias a los esfuerzos y los sacrificios de muchos hombres y mujeres, hemos logrado superar los viejos procedimientos autoritarios que por décadas imperaron en los viajes por el aire. Por primera vez en la historia serán ustedes mismos quienes decidan lo que debemos hacer. En un momento más, las señoritas sobrecargo van a repartirles un cuestionario que deben llenar para decidir qué maniobras habremos de ejecutar para llegar con bien a nuestro destino. Se les ruega que, antes de dar respuesta a las preguntas tomen la precaución de leer con cuidado el reglamento impreso en la parte final del cuestionario, de modo que cumplamos debidamente con la normatividad vigente y con los requerimientos de transparencia que exigen tanto el Comité de Decisiones como el de Siniestros.
Irene
Me acuerdo de Irene, en camisón, al mediodía, bajo el tabachín cuajado de llamas y los plátanos de racimos colgantes que la brisa abanicaba. El sol me hacía entrecerrar los ojos, y sé que ella sabía que yo la estaba mirando, pues era ella quien había dejado entreabierta la puerta de la cocina. Era oscura, delgada, descalza, muy joven y cantaba con una voz adelgazada que yo no comprendía. Al borde de la pileta, con una jícara encendida, iba cubriéndose con el agua fría y al mojarse el camisón la desnudaba. Los pechos eran pequeños y puntiagudos. Los cabellos negros; le moldeaban la espalda recta y le alcanzaban casi las nalgas, rotundas, que no podré olvidar. Luego mi madre nos llamaba a la mesa y ella servía –todavía le escurrían los cabellos– y yo no escuchaba el parloteo de mis hermanas ni lo que mi padre contaba ni los gritos de las guacamayas en el corredor. Yo procuraba sentarme como mi madre decía y no podía sostenerle la mirada y sentía batir mi corazón y aspiraba su perfume de mamey abierto.
Minerva
Treinta años esperé a Minerva. En un tiempo la aguardaba a la puerta de la iglesia, la seguía en la calle, podía pasar la tarde ante su casa. Su padre detestaba mi timidez y en cuanto hubo un pretendiente serio la casó. Soy hombre cabal. Si antes no le había hablado, entonces menos. Si ella pasaba por mi tienda, yo veía a otros clientes y mis empleadas la atendían. Nada tuvo que reprocharme su marido. Guardé una soltería impoluta, hasta que enviudó por segunda vez. Cuando la primera, yo estaba en los Estados Unidos; Minerva tenía tres niños y la gente aprobó su matrimonio con un ganadero ocho años menor que ella. Regresé con fortuna y suspiré de nuevo. Para entonces Minerva tenía otros tres hijos y estaba más bella que nunca. Volvió a enviudar y, terminado el luto, empecé a cortejarla. Nos casamos rodeados por sus hijos y nietos. He ido envejeciendo; veo mal y uso bastón. Ella está rozagante, firme, esbelta. Dicen que espera volver a enviudar.
Solymar
El Gran Espíritu envió a sus hijos con un costal, una gallina y un iguana. Cayeron en la Palma Primordial, que era todo lo que había. Primero hizo unos cortes en el tronco y descubrió la tuba, el vino de palma. Allí se quedó dormido. Segundo abrió el costal y vio que tenía tierra y arena. Esparció la arena sobre las aguas y el iguana empezó a caminar con cuidado, hasta que vio que la arena aguantaba su hermoso cuerpo verde. En seguida el muchacho vació la tierra y la gallina empezó a sacar lombrices. Para premiar su diligencia, el Gran Espíritu envió a Solymar: ojos negros, talle ondulante. Llevaba unos granos de maíz para comer, unos granos de cacao para comerciar, y tres barras de hierro para hacer cuchillos, machetes y azadones. Segundo y Solymar debían engendrar a los hombres, pero Segundo estaba siempre trabajando y Solymar sedujo al iguana. Por eso los hombres no somos perfectos.
Felipe Garrido (1942)
Mentiras transparentes.
Laberinto, México, 2022.
2031 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
19-XII-2022. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA
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