Cerca, lejos
Los objetos que distingo claramente
sin ayuda de anteojos
deben estar de diez a veinte
centímetros escasos de mis ojos,
distraídos y lentos ojos miopes.
Con el tiempo
he aprendido a mezclar
lo ajeno y lo contiguo,
lo propio y lo distante.
Me acostumbré a renunciar a lo preciso,
a nivelar centímetros y hectáreas,
a la felicidad extraña
del poco ver y mucho adivinar.
Así mis días:
entre lo íntimo
que se vuelve extranjero a pocos pasos
y las vastedades que me asaltan
en una hoja, piedra o pluma.
Ni cerca ni lejos,
vecina de lo antiguo,
a veces me envuelvo
en mi propia sombra
a descansar de las distancias
y gozar la imprecisión exacta
de mis lentos,
vagabundos ojos miopes.
Blanca Luz Pulido (1956)
A la mano izquierda
Torpe tal vez,
quizá dormida,
ocupada en tareas siempre menores.
Mi mano izquierda
revela pensativa
lo que no recuerdo,
lo perdido,
el trazo siempre vago
de sueños descendentes, imprevistos.
A veces, como quien trata
de encontrar en lo esperado
un brillo nuevo,
le doy tareas que sé no cumplirá;
le pido que sostenga instrumentos
ajeno a su alcance,
un lápiz, una aguja.
Y no me sorprenden
sus líneas oblicuas y extraviadas
ni la sangre que manchará el bordado:
como a mi mano,
los errores me nublan,
la torpeza me asedia,
y busco certezas
en un lenguaje improbable,
en la actitud de un ave,
en una piedra.
Contra la arrogancia de la diestra,
me inclino por las noches
a proteger el extravío
de esa mano cautiva de sí misma.
Ella me guarda del exceso,
conoce el abismo que me espera
y teje en silencio
la trama constante de mi sombra.
Blanca Luz Pulido (1956)
Vaso roto
Rompes un vaso.
La tarde se quiebra.
el día se deshace
con el rencor
de los objetos muertos.
En los fragmentos
recoges tu futuro:
en los pedazos grandes,
las ideas triviales;
en los medianos,
las tardes perdidas,
los amores inocuos.
En los pequeños reza
el coro de remordimientos
por lo inútil.
Las astillas,
que no alcanzas a ver,
te contagiarán
su malestar difuso.
Mas el polvo de vidrio
que pisaste
viajará por tus venas
para instalarse
--taimado y oscuro—
En tu indefenso corazón.
Blanca Luz Pulido (1956)
Cerca, lejos. Antología
personal (1986-2013)
Prólogo de Minerva Margarita Villarreal.
Gobierno del Estado de México,
Toluca, 2013.
2080 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria. 8 -II-2023. Selección de Felipe Garrido.
Reacciones a la selección previa:
Adolfo Castañón: Gracias por el envío que has hecho de los poemas de Adriana Tafoya: “El matamoscas de Lesbia” y “El tableteo de la sátira” en la entrega 2079 de Un poema al día, este 6 de febrero. Segun Gutierre Tibón, Adriana viene del latín, Hadrianus, originario de Hadria, antigua ciudad del Piceno, hoy en los Abruzos, Atri. En ese lugar nacieron los antepasados del emperador Adriano. Es una voz de origen etrusco: la etimología popular dice que 'ater' es 'tierra negra'. También de Atria se derivaría, según Varrón, 'atrium', el atrio romano. (Diccionario etimológico comparado de nombres propios de personas, FCE, México, 2000, p. 16.) A su vez, Tafoya o Tafalla, es un municipio y una ciudad de Navarra. Viene, según López de Mendizábal, del vasco y remite a 'pasto' o 'pastizal'. Estas lineas acaso sirvan para enmarcar el comentario de las dos piezas elegidas.
“El matamoscas de Lesbia”. fue incluida por Juan Domingo Argüelles en su antología Poesía del México actual… (Océano, 2014). “El tableteo de la sátira” apareció en Sangrías, en 2008, editado por El Aduanero. “El matamoscas de Lesbia” es una joya provocadora y zumbona que alcanza a recrear una atmósfera entre decadente y nihilista, antes que epicúrea y estoica, nunca persignada en la cruz. Su lenguaje hace pensar en ciertos momentos de Las flores del mal, en algunos pasajes del Conde de Lautréamont, y también en las lunáticas prosas y narraciones de Madame Rachilde. Un agridulce sabor paladea el gusto de estas estancias deslumbrantes y cáusticas.
“El tableteo de la sátira” evoca el ruido de un tablado y de la algarabía de la danza. La vivacidad es el hilo conductor del vuelo que sostiene las cuatro estaciones de este autorretrato apócrifo con paisaje verdadero que, con una elegancia de pantera, sabe sacrificar cada hallazgo en función de la armonía del conjunto. La autora, huelga decirlo, es una de las voces que con mayor entrega y consistencia pueblan y reinventan el paisaje de nuestra lírica. Signos de admiración para la poeta—ajedrecista Adriana Tafoya.
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