Conjuro 1
De una inscripción en la arena, abandonada al viento: “...te convoco y te condeno a que no puedas cerrar los ojos sin verme, abrir los labios sin llamarme, saciar la sed sin sentir en tu boca la mía, tocar tu cuerpo sin creer que me acaricias, doblar una esquina sin la esperanza de hallarme, alzar el teléfono sin oír en mi voz tu nombre, abrir un libro sin leer estas palabras, porque el único amor que me hace falta es el tuyo, y lo necesito de esta manera desmesurada en que yo...”
Amaranta
Acuclillada, Amaranta sigue con las puntas de los dedos el perfil de la tinaja. Feria en Tonalá. Estridencia de altavoces y polvo con vocación de cielo. Todo lo quiere Amaranta: los cántaros y los platones, las vasijas y las macetas, las ollas y los querubines. Todo lo toma, lo alza, lo mide, lo acaricia. Se arrebuja entre las piernas la amplia falda volandera para que no arrastre y va avanzando así, en cuclillas, entre molcajetes y alcancías, jarros, ánforas y comales.
Siempre que una mujer llega a un lugar donde se vende barro hay una fuerza descomunal que la llama desde su infancia y la devuelve al tiempo en que pasaba las tardes perdida con sus cazuelitas, sin que le importe entonces el precio de las cosas ni las arrugas en el espejo ni los decapitados del día ni la globalización ni la sucesión presidencial ni que el Sol se apreste a pasar al otro lado de la Tierra ni que la capa de ozono ni que las galaxias ni que los hoyos negros ni que la curvatura del tiempo-espacio...
Conjuro 2
En noches de Luna llena deslícese el cayuco tan serpiente que no levante onda ni memorias. Con el soplo del viento atejonado en la laguna, déjese bogar el tronco entre los carrizos y más allá, hasta ese punto en que cierra los párpados el agua. Suéltense las redes con un movimiento que no deje escapar reflejos. Al tiempo que se hunden, siete veces recuérdese en silencio el nombre de la amada.
Es posible entonces que se capturen peces de luna. Diminutos y afilados, habrán de enhebrarse luego en un hilo de plata. Puestos al cuello de la mujer deseada, la llevarán a tu lado, bien dispuesta para el amor.
Despertar
En la penumbra de la habitación, el hombre se reclinó sobre la mujer que había pasado la noche a su lado y la despertó besándola largamente en la boca, con los ojos cerrados. La sintió removerse en la cama, sorprendida y satisfecha; la escuchó gemir con un susurro apasionado; la abrazó con fuerza, buscando que el beso se prolongara tanto tiempo como fuera posible. Sin abrir los ojos reconstruyó en su deseo el esplendor de aquel cuerpo tantas veces amado. Finalmente se apartó. Abrió los ojos y le alisó la cabellera. La miró como si se asomara a un espejo. Vio en ella las canas, las arrugas, los ojos marchitos, la inextinguible pasión.
Felipe Garrido (1942)
Conjuros
Universidad de Guadalajara / Jus
México, 2013
2094 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria. 22 -II-2023. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA
Reacciones a la selección previa:
Adolfo Castañón: Gracias por los poemas de Carlos Montemayor “En Tepoztlán” y “Pareciera”, ambos espigados de Memoria de verano, ambos acordes con una gravitación imantada por la tierra y su energía. “En Tepoztlán” es el nombre de un poema, y también, se diría, de una cantidad espiritual, de una estribación particular de la geometría espiritual donde la lluvia y las letras, el lenguaje y el silencio corren a través del cuerpo de la página.
La otra entrega se divide, en homenaje a la Lengua Materna, en la vertiente rarámuri o tarahumara, y en la del español, la lengua materna de la mayoría de los mexicanos. Esas expresiones que vienen de muy lejos, alcanzan y se apoyan en una dimensión mítica, en una cantidad enorme donde lo colosal dialoga con lo mínimo. Hay en esas voces una afirmación de la infancia humana que se resuelve en imágenes y arquetipos.
Coyoli Socorro Arce: Carlos Montemayor fue un querido amigo de la Secundaria en Parral, Chihuahua. Iba mucho a mi casa para conversar con mi papá que era su maestro de Historia. Un día mi papá le dijo: “Ojalá usted algún día les dé lustre a las letras mexicanas”. Pasaron los años y un día nos encontramos en el Teatro Degollado en un homenaje al poeta Elías Nandino. Me le puse enfrente y le dije “Arriba Chihuahua”. Estaba con el gobernador y otras autoridades; se levantó y me presentó: “La hija del profesor Arce”; ¡no recordaba mi nombre! Quería visitar a mi papá; lo llevé, le entregó varios de sus libros y le dijo: “Profesor Arce, es mi granito de arena por aquello que usted un día me pidió”. Mi papá se emocionó. Desde entonces volvimos a frecuentarnos, cada vez que viajaba él a Guadalajara o yo al DF, hasta su muerte. Conviví con su esposa Susana de la Garza y conocí a otras de sus parejas. Conocí a Emilio, su hijo mayor. Esta entrega me remitió a la adolescencia, cuando Carlos tenía su grupo de rock y cantaba; después cantó ópera. En un aniversario del restaurante fuimos a comer al Sacromonte, y Carlos se levantó a cantar “Júrame”, “Granada”, “Ojos tapatíos”, acompañado al piano por un señor que amenizaba la comida. Todos felices, hasta el dueño, aplaudiendo por el regalo inesperado.
Comentarios
Publicar un comentario