Despatriada
6 de diciembre de 2021
No tengo dónde vivir.
Escogí las palabras.
Allá quedan mis libros,
mi casa. El jardín, sus colibríes,
las palmeras enormes;
las apodadas Bismarck
por su aspecto imponente.
No tengo dónde vivir.
Escogí las palabras.
Hablar por los que callan.
Entender esas rabias
que no tienen remedio.
Se cerraron las puertas.
Dejé los muebles blancos,
la terraza donde bailan volcanes a lo lejos,
el lago con su piel fosforescente,
la noche afuera y sus colorines trastocados.
Me fui con las palabras bajo el brazo.
Ellas son mi delito, mi pecado.
Ni Dios me haría tragármelas de nuevo.
Allí quedan mis perros Macondo y Caramelo,
sus perfiles tan dulces,
su amor desde las patas hasta el pelo.
Mi cama con el mosquitero.
Ese lugar donde cerrar los ojos
e imaginar que el mundo cambia
y obedece mis deseos.
No fue así. No fue así.
Mi futuro en la boca es lo que quiero
decir, decir el corazón, vomitar el asco y la ranura.
Queda mi ropa yerta en el ropero.
Mis zapatos, mis paisajes del día y de la noche,
el sofá donde escribo,
las ventanas.
Me fui con mis palabras a la calle.
Las abrazo, las escojo.
Soy libre
aunque no tenga nada.
Octubre de 2021
Gioconda Belli (1948)
Carátula / 112
Fundación Luisa Mercado
Con el apoyo de Unión Europea/ Ministerio
de Asuntos Exteriores. España/ AECID/
Cooperación Española/ Hivos
Y Dios me hizo mujer,
Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.
Gioconda Belli (1948)
El ojo de la mujer
Visor, Madrid, 1991
2095 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria. 23 -II-2023. Selección de Felipe Garrido.
Reacciones a la selección previa:
Adolfo Castañón: Recibí hoy en la mañana el envío 2094 de “Un poema al día”, donde se transcriben cuatro piezas de tu libro Conjuros, editado por Jus y por la Universidad de Guadalajara en 2013. Recuerdo que en su presentación, con Gonzalo Celorio y algún otro académico cuyo nombre no recuerdo ahora, leíste algunos de sus más de doscientos textos breves donde conviven la viñeta poética, la instantánea lúdica, la chispa amorosa, los duelos, los diversos caracteres --en el sentido de la etopeya estilo La Bruyere o Canetti--, los días del calendario, el apunte meteorológico, las elipses y los eclipses, las escenas a la orilla del río lo mismo que las estampas gastronómicas, confabulaciones, exvotos y mini hagiografías, descripciones de mujeres de todas las edades y ciertos guiños personales, deseantes y recurrentes que prestan al libro su acento más personal y acaso desmesurado.
La palabra Conjuro tiene varias acepciones. La primera remite a la cuarta acepción del verbo conjurar: “Decir el que tiene potestad para ello los exorcismos dispuestos por la Iglesia”. La segunda es la “imprecación hecha con palabras e invocaciones supersticiosas, con la cual cree el vulgo que hacen sus falsos prodigios los que se dicen mágicos y hechiceros”. A su vez, conjurar es “ligarse con otro, mediante juramento para algín fin”. Conjuro es también un ruego encarecido.
Este denso panal de significaciones raya en lo prohibido, roza lo demoniaco o lo mágico, apunta a unas constelaciones inquietantes y asociaciones peligrosas, ya sea por el riesgo que encaran los cuerpos cautivos del deseo o por la fuerza con que ciertos hechos nos arrancan del tiempo presente y nos instalan en la infancia.
Estas muestras de varia invención donde lo lírico convive con lo teatral, lo cómico y lo dramático forman parte de un haz de ficciones que enlazan a Felipe Garrido, en México con Julio Torri y Juan José Arreola, y en el orbe hispanoamericano con Eliseo Diego, Eduardo Galeano, Ramón Gómez de la Serna y Gabriel Miró.
Margarita Palacios: Felipe querido, hace tiempo cuando leí por primera vez Conjuros, quedé prendada de sus palabras. Otra vez, en condiciones que así lo pedían, lo grité y quedé sanada. Hoy, al volver a leer la frase, sonrío y me digo: el texto es perfecto, manifiesta con ritmo el más sano deseo. ¿Cual? “Te condeno a que no puedas cerrar los ojos sin verme, abrir los labios sin llamarme…” Si, me recuerda la maldición gitana: te condeno a que vivas para siempre… Somos tiempo, luego, somos las historias del tiempo.
Rosana Romo Pérez: Unos minutos antes de morir mi hermano Francisco, el mayor, con el que tenía una cercana empatía, un ejemplar de Conjuros que estaba en mi librero fue a dar al suelo. Lo tomé como un “Hasta luego”. En mi libro Una cesta de fruta verde le dedico un poema.
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