El enterrador I
La mariposa negra tiene algo de murciélago.
El enterrador la atrapa en un frasco y juntos entran a la región prohibida: túnel de sombría complacencia, favorable a la inmovilidad.
El enterrador me mira con los ojos de la mariposa.
El enterrador II
Resplandece bajo el agua: música de fugas luminosas. Pero en tierra la tortuga pierde gracia, sólo llama a compasión. Herida busca el camino de vuelta, el refugio inalcanzable del mar.
El enterrador es una tortuga atrapada en el matorral. En su agonía se conduele de los vivos.
El enterrador III
Ángeles del cielo, bestias aladas sin sexo y sin conciencia, dejen para mí la última tarde. Quiero morir en paz con los hombres que enterré.
Fui un fugitivo sin camino en este huerto. ¡Dejen ya de batir alas sobre mi cabeza! ¡Pájaros carroñeros!
Sólo deseo imaginar lo que no quise vivir.
Ángeles del cielo, si alguna vez los derroté, bastante he pagado la osadía.
El enterrador IV
No es asunto de que el corazón estalle de tanta sangre regada y los pulmones boqueen como carpas fuera del agua. Tampoco basta con un hígado como piedra negra, separado de la vesícula por una red de túneles tapiados. No es suficiente explicación el avance de células mortíferas, langostas arrasando el camino a paso de comando. Ni siquiera es definitivo el cansancio, la imposibilidad de los anticuerpos de seguir defendiendo una plaza rendida.
Ocurre que el enterrador, para poder morir, necesita saber que está vivo.
El enterrador V
Me cansé de ver la muerte, de olerla, de traerla pegada a la piel.
Cuento los segundos de la hora final.
A nadie culpo de mis heridas, me voy con las moscas, fúnebres compañeras.
Ya veo el infierno, los cerdos chillan enfurecidos.
Poética
El río resplandece.
Yo languidezco mirándolo.
De esa lucha retórica, nace el poema.
Saúl Juárez (1957)
El viaje de los sentidos.
Verdehalago, México, 2000.
2096 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria. 24 -II-2023. Selección de Felipe Garrido.
Reacciones a la selección previa:
Adolfo Castañón: El envío 2095 de la serie “Un poema al día” tiene dos poemas de Gioconda Belli, poeta nacida en Nicaragua en 1948, y ahora despojada de su nacionalidad, aunque este enunciado deba se manejado con pinzas escépticas pues remite no tanto a las leyes de Mendel como a ciertos manejos azarosos de índole oficial, política. Esta situación la coloca en la condición del o de la apátrida, por más que toda su enunciación lingüística la remita a su condición de nativa de Centroamérica, Nació bajo el signo de la Rata , en el horóscopo chino. Rata de Tierra, para mayor precisión. Leal a su signo, su voz y su sombra suscitan inmediata simpatía. La idea que vertebra el primer poema es de incontestable estirpe estoica. Señala que el hogar verdadero del ser humano son las palabras. El segundo poema, en cuyo acento parpadea “El ojo de la mujer”, para frasear el título del libro editado por Visor en Madrid en 1991. Alienta el impulso altivo de Safo y de Hipatia, estandartes del amor propio conjugado en femenino y, más aún, afinado y afirmado por una dicción a la vez asertiva y preñada de sentido..
La sombra de la Gran Diosa es el silencio que custodia estas palabras en que resuenan los acentos de la insurgencia acallada al tiempo que se abren como una flor azul en el sueño. No es fácil encontrar palabras para saludar la vivacidad de esta poeta cuya voz parece hecha para perdurar. El pacto entre oralidad y escritura, entre memoria y abandono, entre lo dicho y lo indecible se armoniza en estas composiciones en que la Musa no sólo sabe escribir sino también escuchar para luego sugerir. La poeta lleva bien el nombre de la misteriosa mujer que sonríe a la eternidad gracias a Leonardo da Vinci. No sabemos si es pariente del alto poeta peruano Carlos Germán Belli. El cándido lector quisiera intuir que pertenecen a la misma constelación. Gracias siempre a Nicaragua. tierra de Gioconda Belli.
Bernardo Bátiz: Amanece apenas y me encuentro, nos encontramos, la maestra y nosotros, con una poesía fuerte y delicada a la vez, de una mujer que se ve obligada a abandonar su casa, sus cosas, su lecho, su terraza en la que danzan volcanes, para ponerse a salvo de la tiranía. Decisión valiente y envidiable. Una mujer que huye y busca refugio en su propio mundo, el de las palabras modeladas con amor, belleza y talento. Nacida a la mitad del siglo XX, nos da envidia al declarar bellamente cómo dejó todo, el lago, las luciérnagas, “colorines trastocados”, los muebles blancos y se sumerge en su mundo, el de la palabra recia, convertida en joya por su sensibilidad y su talento. Como una talla de Cellini. Gracias, maestro Garrido, por descubrirnos otra verdad transparente, a la poeta-pintora que se describe a sí misma como criatura de Dios, con pelo largo de mujer, ojos, nariz, boca, curvas, hondonadas de mujer. Todo eso por lo que todas las mañanas bendice su sexo, su propio ser, formado recia y delicadamente por Dios.
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