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#2097 - ALARDÍN: cuatro poemas de "Caracol de río"

 

Todo poema es incompleto.
Sólo las formas naturales
redondean su ciclo.
Sólo es perfecto el caracol
a semejanza
de aquél que se aproxima
para olvidar la arena
o abrirse paso entre las aguas.

Carmen Alardín (1933-2014)



Sé que el viento quisiera
esparcir tus cenizas
en la tierra de nadie,
donde nada perturbe
tus íntimas penumbras.
Sé bien que alguien podría
sorprender ese instante en que tus dedos
descorren las persianas tan sigilosamente
que el caracol no ha sospechado tu existencia.
Sé que ha tratado el viento
de regresar el mar hasta tus sábanas,
o remover tus miedos
de que el globo reviente.
Tal vez el globo reventará,
pero con suavidad,
como revienta la corola
de la flor que acaricias en secreto.

Carmen Alardín (1933-2014)


Semejante a la tierra es mi palabra
que se ahoga en sí misma.
El viento y las heridas le hacen surcos,
su textura ya es áspera,
pero cumple
con su cárcel de siglos,
con su color enardecido.
Mis palabras son huellas
que alcanzarán la tarde aunque no llueva.
Aunque en su sombra no se asombre nadie.

Carmen Alardín (1933-2014)


Nuestro amor fue silencioso
como los caracoles,
jamás una palabra puntiaguda
que rasgara la piel de la inocencia.

Carmen Alardín (1933-2014)
Caracol de río.
Verdehalago/ Consejo para la Cultura
de Nuevo León, Conaculta.
México, 2000.


2097 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria. 25 -II-2023. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA

Imagen vía Pixabay

Reacciones a la selección previa:


Adolfo Castañón: Gracias por el envío de la entrega 2096 de “Un poema al día”, con una muestra de los poemas incluidos por Saúl Juárez en El viaje de los sentidos, publicado por Verdehalago en 2000. Ahí el poeta, expone una “Poética” que explaya así: “El río resplandece. / Yo languidezco mirándolo. / De esa lucha retórica nace el poema”. La fórmula, en apariencia sencilla, resulta enigmática. Los poemas que la anteceden son una serie de autorretratos de un enterrador o sepulturero que se encuentra comprometido con las circunstancias y meteorologías de su hacer: “Quiero morir en paz con los hombres que enterré”, dice este artesano de la inhumación que es también y por fuerza un testigo de la historia y de la geografía de la violencia circundante. Por otro lado, el resplandor puebla los espacios desolados de un “un fugitivo sin camino en este huerto”. La invocación a “los ángeles del cielo” es paralela a la increpación a los “pájaros carroñeros”. Se asoma por ahí una tortuga con la cual se identifica el anónimo sepulturero: “Ocurre que el enterrador, para poder morir, necesita saber que está vivo”. Acaso es eso lo que lo mueve a escribir y a mirarse y a medirse en el espejo de una mariposa. Gracias, querido Felipe. Felicidades a Saúl Juárez.

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