Así
Elevóse en la orilla del arroyo
blanco jirón de gasa,
y al llegar a lo azul, desvanecióse,
cayendo en gotas de agua.
Mi esperanza de amor se alzó ligera
como esa nube blanca,
flotó un punto en el cielo de la dicha,
y se deshizo en lágrimas.
A una estrella
Cándida estrella que das
el fulgor más peregrino,
y tu celeste camino
radiante cruzando vas…
¡Cuántas noches, desde lejos,
al verte por lontananza,
un rayo de mi esperanza
soñé ver en tus reflejos!…
Y ¡cuántas, me parecía
cuando tu lumbre velabas,
estrella, que te ocultabas
porque yo me entristecía!
Tengo el pecho comprimido
por un intenso pesar,
grande, grande como el mar
y triste…como el olvido…
Seres que en la cuna vi,
seres que mecí en la cuna,
hoy la contraria fortuna
aparta lejos de mi…
Mis caricias y mi afán
en llanto se convirtieron:
lloré por los que murieron,
lloro por los que se van…
Y se quedará la casa
cuando se hayan alejado,
como nido abandonado
de golondrina que pasa…
Golondrina que se aleja
para nunca más volver…
¡Ay, yo no quisiera ver
el triste nido que deja!
Cándida estrella que das
el fulgor más peregrino,
y tu celeste camino
radiante cruzando vas…
Alumbra los tristes lares
que atraviesan los viajeros;
con tus rayos placenteros
calma todos tus pesares…
Y cuando lejos de aquí
busquen amor y consuelo,
¡blanca estrella, desde el cielo
acarícialos… por mí!
Contraste
Sobre los troncos de las encinas
paran un punto las golondrinas
y alegres notas al viento dan:
¿Por qué así cantan? ¿Qué gozo tienen?
Es porque saben de dónde vienen
y a dónde van.
En este viaje que llaman vida,
cansado el pecho y el alma herida,
tristes cantares al viento doy:
¿Por qué así sufro? ¿Qué penas tengo?
Es porque ignoro de dónde vengo
y a dónde voy.
Josefa Murillo (1860-1898)
Obra poética.
UVE, Xalapa, 1984
2126 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
26-III-2023. Selección de Felipe Garrido.
Reacciones a la selección previa:
Adolfo Castañón: Gracias por la entrega 2125 de “Un poema al día”. Trae el “Discurso por las flores”, “prosa con flores” preñada de semillas que son pensamientos en que germina la fraternidad o solidaridad del ser humano con la naturaleza y con la gran cadena del ser. El poema es el segundo de Subordinaciones, publicado en 1949, cuando el poeta contaba 52 años y había publicado ya una decena de títulos. El libro está dedicado a la chilena Gabriela Mistral, su amiga y maestra en el arte de las subordinaciones cósmicas y el poema a Joaquín Romero. Se inicia con el recuerdo de un paseo que hizo el poeta por Tierra Santa, la Palestina de Jesús el Cristo, la tierra baldía de Israel en que la aridez se ve rota por el discurrir de las flores. El poeta se identifica con el reino vegetal y se siente árbol y flor, clorofila, ceiba, orquídea, savia, cacto y hongo, nomeolvides, nopal y rosa...
El recuerdo del paseo lo lleva a pensar en el México antiguo, reino en que había un mes dedicado al Dios de las Flores, Xochipili. En la enredadera de las asociaciones esto lo hace evocar al pintor Diego Rivera, ese otro artista cautivo del reino vegetal que supo retratar a unas jóvenes indias cargadas de alcatraces y a evocar los enlaces de un pueblo en pie que “siembra la misma primavera”. Es curioso que el poeta se deje mecer por la alianza entre la botánica florida y la raza vencida del indio mexicano que vive y se desvive en compañía de la muerte y del sacrificio, de la flor y de la piedra, presentes en el jardín del poema con su algarabía que suena a vidrio. ¿Cabria decir que en estos versos se encuentra como concentrada la poética y la retórica del paisaje que hace volar su obra para que florezca como un pétalo seco entre las páginas de un libro encontrado al azar por un lector como éste que ahora mismo lee estas líneas que lo cultivan?
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