De 6/
A veces tengo un miedo verídico
de olvidarte.
Un miedo histórico
como un globo de gas que un niño pierde.
Un miedo científico
como el de quien descubre en su laboratorio
que no se equivocaba.
Otras veces
tengo miedo de olvidarte a secas; así
sencillamente
como quien busca una silla y una ventana
y no recuerda para qué.
Este miedo de que la muerte
sea un dejar de amarte; un desacostumbrarse que lleva trenes adentro,
lentos. Muy lentos.
Un cuerpo vivo que olvida un cuerpo muerto.
En ocasiones estoy seguro que no será así. Que no podré
desacostumbrar tus cosas de mis cosas.
Un miedo reducido a una ecuación muy simple:
que un día me levante y caiga en cuenta
que pasaron meses sin pensarte.
Porque no quiero, porque
eso es lo único que ahora puedo hacer por ti. No olvidarte.
De 5/
Hoy me he quedado
haciéndole compañía al refrigerador.
Escuchando
el trabajo que le cuesta
funcionar, cumplir,
estar al día
con sus frías labores, con sus tareas congeladas.
Lo que se espera pues
de un refrigerador de cocina.
Y literalmente
tomé una silla y me puse en ella
a su lado. Y ahí estuvimos.
Quejándonos. Oyéndonos mutuamente funcionar, respirar.
Pensando en las cosas que deben congelarse
para que el mundo siga. En nuestras cosas,
supongo. En la vida
mecánica o no, eléctrica o no. Programada.
Lineal, independientemente de la curva, o el zigzag,
que marca, en el monitor de pulso, el pulso.
Y ahí estuvimos
prestándonos dos horas de nuestro tiempo.
Sin conclusión alguna
respecto a nuestra última estancia
por seguir:
eso que es congelar lo que se lleva dentro.
De 1/
La vida,
qué extrema palabra.
Qué extenuante.
¿Sobre qué ecuación
--y sus variables–
da su vuelta la lluvia bajo el mundo?
¡Qué reina arrodillada!
¡Cuántos territorios que van de prisa!
Hoy te puedo cantar
como si fueras pájaro: ¡cómo se te parecen
esos viajes!
¡Cómo te imitan
las rosas y sus dardos!
Y te podría contar como se cuentan las monedas
o los discos. Vida.
Como se cuentan las arrugas al llegarnos el cielo
a la espalda. Al doblarnos el ruido, la rodilla, y sus bestias pasajeras.
Pero éste es un poema de amor,
vida, v mereces que se te acerquen
las niñas que llevan flores en sus manos,
las ancianas de melón dulce
que te han bebido como un jarabe portentoso.
Mereces ser nominada diosa y ser temida.
Ser conducida al altar de blanco
y que en tu lecho suelten las nevadas sus antiguas verdades.
Mereces que hasta tus pies
lleguen
las gatas en celo
y huelan la masculinidad que calzan los siglos
en su desleche. Y te huelan.
Pero éste es un poema de amor
y tú
eres esa parte del poema que no se entiende,
que nunca queda clara.
A. E. Quintero (1969)
Cuenta regresiva.
Premio Bellas Artes de
Poesía Aguascalientes 2011
Era, Conaculta, México, 2011.
2146 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
15-IV-2023. Selección de Felipe Garrido.
Reacciones a la selección previa:
Maya López: Del poema de Pura López Colomé: “Ese mar hizo de mí / una madreperla / consagrada / una vasija [rota, digo yo] llena de algo...”
Y, un día antes, a partir del poema de Jaime Labastida: “Lo que antes sucedió sucede ahora.”
Por eso me gusta mi nombre, Maya, es decir “Ilusión”, un espejismo que finalmente desaparecerá en el tiempo: ¡qué libertad!
Rosario Ramos: Contundente la poesía de Jaime Labastida. Una verdad innegable.
Luis Humberto Barjau: Gran Labastida: con el mismo brío de Manrique, ¡tanto tiempo después!
Bernardo Bátiz: El poema de Labastida es realista, incluso prosaico. Propone en un poema una verdad no poética. Dice sin tapujos algo que es cierto en prosa y falso en la más alta poesía de la Revelación. ¿A que viene eso? Sí hubo Alguien, Uno solo, de toda nuestra confianza, que regresó a decirnos que Dios no olvida a nadie.
FG: Anuncié, hace dos o tres meses, un nuevo libro de cuentos mío: Mentiras transparentes.
Me encantaría poder regalarlo a todas mis amigas; incluso a todos mis amigos.
Pero, por fortuna, son demasiados: no tengo medios para repartirlo como yo quisiera.
Lo siguiente que más me gustaría es que ellas y ellos quisieran leerlo, y que lo compraran.
Publico en seguida el texto que aparece en su cuarta de forros.
Esteban Ascencio: Felipe Garrido es un cuentista excepcional. Y, Mentiras transparentes una obra extravagante, un encuentro afortunado con el gozo, con el placer de sentirse en la agitada comodidad de la lectura que se experimenta cuando se está ante un notable narrador. Garrido toma de lo cotidiano lo necesario para involucrarnos mediante ágil y curtida prosa en cada uno de los más de trescientos relatos que componen el libro y que dan comienzo con Tiro al blanco y finalizan con Eau de Soir. Así, cada historia va tejiéndose de modo tal, que misteriosamente comienza en nuestras manos a hilvanarse una suerte de camino ya no de bifurcaciones, sino circular, donde cada paso nos acerca a nosotros mismos, es decir, a los personajes hasta el punto de quedar atrapado en alguno de ellos, como pudiera suceder en el relato: Mariel o Irene o Cocodrilos o Al alba. Sin importar en cuál quede uno, advierto que más allá de la brevedad, el humor es un factor decisivo y la virtud se halla en lo preciso, en lo estético, de ahí la contundencia. La profunda claridad del autor que a pie juntillas conoce todos o casi todos los laberintos imaginados se precisan en la lectura. Así, por ejemplo, nos entera del cuantioso valor de la sorpresa y el asombro. Digo pues, que en su conjunto las historias no escapan a la esfera narrativa, cuyo principio y final mágicamente se tocan, dando como resultado una obra interminable. Digámoslo de este modo: Mentiras transparentes, es uno de esos afortunados libros que no terminamos nunca de leer.
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