La muchacha y el aire
Para acercarme a lo que llamaré los misterios del Arte con mayúscula, siempre me ha sido útil la vía que pasa por el ámbito de las artes menores: un payaso, un malabarista, la joven que vuela allá en el trapecio, el equilibrista, el mago que saca de su chistera menudencias no muy espectaculares, como conejos o cintas o pañuelos... Así, en pequeña escala, la estructura es más simple: la ingenuidad, quizás, la entrega con mayor pureza, libre de las complejidades de ejecución que la oscurecen en las obras mayores. En el breve poema anónimo del siglo XVI que deseo leer en seguida, no hay reflexión alguna, concepto que trascienda. Es como una imagen de las que llamamos “instantáneas”, sólo que éstas suponen una detención, puede que una congelación, del tiempo, mientras que en mi miniatura popular el instante sigue transcurriendo en toda su frescura –digámoslo de una vez: está ‘vivo’. La situación es de una inmediatez encantadora:
Éstos mis cabellos, madre,
dos a dos me los lleva el aire.
No sé qué pendencia es ésta
del aire con mis cabellos,
o si enamorado de ellos
les hace regalo y fiesta:
de tal suerte los molesta
que cogidos al desgaire
dos a dos me los lleva el aire.
Y si acaso los descojo
luego el aire los maltrata,
también me los desbarata
cuando los entrezo y cojo;
ora sienta de esto enojo,
ora lo lleve en donaire,
dos a dos me los lleva el aire.
Me pregunto qué sensación dejarán en otros estos candorosos versos: en mí crean un aura de secreta felicidad: siento la presencia de una revelación consoladora, de una dichosa experiencia según la cual el mundo es un espacio a salvo y bello donde las fiestas no tienen por qué acabarse nunca.
La voz de la muchacha irrumpe cristalina desde un ‘antes’ que se da por supuesto: “Éstos mis cabellos, madre…”
¿No es cierto que brotan sus palabras de una pausa recién hecha sobre un espacio luminoso, matinal –jardín, terraza, huerto? De algún modo sabemos quiénes están y dónde: la conversación se interrumpió no más hace un segundo, y de la pausa emerge el risueño comentario sobre los juegos del viento. “Éstos mis cabellos...” ¡Qué inmediatez tienen esos ‘éstos’ con que la escena toma de pronto cuerpo, gratuitamente, ante nuestros ojos desprevenidos! ‘Éstos’: nada más cercano: ‘éstos´ pone las hebras entre los largos dedos suaves. Y el vocativo, casual, al extremo, convoca la fragancia del instante, donde, "dos a dos" –con la precisión de una miniatura– el aire está haciendo ahora volar las hebras.
"Pendencia" del aire, se queja la joven, con sus cabellos ("no sé qué pendencia es ésta / del aire con mis cabellos): otra vez viene ‘ésta’ a inmediatizar la anécdota, mientras la desproporción entre los antagonistas, el aire justamente inmenso –una de las dimensiones del Planeta, uno de los cuatro elementos del Universo– y la palpable minucia de los cabellos, subraya cómo todo transcurre en travesura, gratuidad, gracia. Puede, sin embargo, que no sea en realidad pendenciosa broma del viento, sino caricia de amante, pues
les hace regalo y fiesta...,
línea donde verbo y sustantivo evocan la viva belleza del pelo con tanta mayor sensual eficacia que cualquier prolija descripción barroca. Pero al punto retorna la imagen del fastidio travieso, ya que el aire molesta a los cabellos y, atrapándolos, se los lleva "dos a dos" de nuevo. Con lo que descubrimos uno de los secretos del hechizo.
Se esconde en el encantador contrapunto que repiten ambas estrofas dentro de dos, o más bien, tres, modalidades diferentes: primero, el vaivén entre acoso y caricia por parte del viento; luego, entre las acciones de la joven librando o recogiendo los cabellos ("y si acaso los descojo", o bien: "cuando los entrezo y cojo"), y, por fin, mientras avanza el peinado, entre su fingido enojo y buen humor ante las impertinencias del aire. El reiterado ir y venir confiere a la pequeña escena la vivacidad de su movimiento, en tanto el estribillo unifica el conjunto concentrando la atención en el palpable, miniaturesco detalle de los cabellos:
dos a dos me los lleva el aire...
Afirmamos, al principio que no hay en la diminuta composición concepto oculto que desentrañar. Un poema, decía Archibald McLeish, no tiene que significar, sino ser. Pero, todo ser entraña un símbolo. Y es aquí donde nos viene a la mente cierto pasaje de Don Quijote de la Mancha (II Parte, capítulo XVI): "La Poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo estremo hermosa..."
Eliseo Diego (1920-1994)
La sed de lo perdido. Antología.
Ediciones del Equilibrista, México, 1993.
2148 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
17-IV-2023. Selección de Felipe Garrido.
Reacciones a la selección previa:
Adolfo Castañón: Hoy en la mañana de este domingo 16 de abril del 2023 recibí la entrega 2147 de Un poema al día, con no una, sino seis composiciones de Eliseo Diego --nombre de seis sílabas que armoniza con el haz enviado. Provienen de la antología La sed de lo perdido, editada por El Equilibrista en México en 1993. La analecta incluye una bibliografía selecta de Eliseo Diego, una relación de las traducciones firmadas por el autor cubano --puede descubrir ahí el lector que Eliseo se dio el lujo de hacer su propia versión del Orlando de Virginia Woolf, midiéndose así con la mancuerna formada por Jorge Luis Borges y su madre, Leonor Acevedo de Borges–, una selección de estudios, entre los que sobresalen uno de José Lezama Lima y otro de Ramón Xirau. En la cuarta de forros se estampan frases de María Zambrano, Álvaro Mutis y Gabriel GarcÍa Márquez: “Es uno de los más grandes poetas que hay en lengua castellana” dice el autor de Cien años de soledad.
La sed de lo perdido fue editada por Antonio Fernández Ferrer, critico y catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares. La selección funciona como una guía pasa recorrer la obra de Diego. De ella se entresacan aqui poemas del libro Cuatro de oros, editado en 1990, cuando el poeta era dueño de toda la fuerza de su edad. En los poemas transcritos está presente el niño que fue Eliseo, su veneración por la “inmensa vieja inmóvil junto al fuego” de cuyos labios prodigiosos brotan todos los cuentos, su deslumbramiento y su apego por el primer amor.
No puedo dejar de decir que en los poemas aquí recogidos por Felipe Garrido late esa presencia tersa y dulce del poeta. Doy fe de que aqui está el prodigioso Eliseo Diego. el anti-Fausto antillano que supo desde muy joven mandar al diablo al diablo para ir por “los extraños pueblos”, “en la calzada de Jesús del monte” hacia “el oscuro esplendor”. Gracias a Eliseo Diego y a Felipe. Saludos a Josefina de Diego.
Beatriz Corona: ¡Qué tiene Eliseo Diego que con la alquimia de estas sencillas palabras, con su ritmo, provoca tal sensación de nostalgia!
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