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#2168 - CORTÉS: Crónica de los prodigios | HEREDIA: Al Popocatépetl

 

Que a ocho leguas de esta ciudad de Churultecal están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto de ellas sino la nieve se parece. Y de la una que es la más alta sale muchas veces, así de día como de noche, tan grande bulto de humo como una gran casa, y sube encima de la sierra hasta las nubes, tan derecho como una vira [flecha], que, según parece, es tanta la fuerza con que sale que aunque arriba en la sierra andaba siempre muy recio viento, no lo puede torcer.
Y porque yo siempre he deseado de todas las cosas de esta tierra poder hacer a vuestra alteza muy particular relación, quise de ésta, que me pareció algo maravillosa, saber el secreto, y envié diez de mis compañeros, tales cuales para semejante negocio eran necesarios, y con algunos naturales de la tierra que los guiasen, y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo, de dónde y cómo salía. Los cuales fueron y trabajaron lo que fue posible para la subir, y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay y de muchos torbellinos que de la ceniza que de allí sale andan por la sierra, y también porque no pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hacía, pero llegaron muy cerca de lo alto, y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpetu y ruido que parecía que toda la sierra se caía abajo, y así se bajaron y trajeron mucha nieve y carámbanos para que los viésemos, porque nos parecía cosa muy nuestra en estas partes a causa de estar en parte tan cálida según hasta ahora ha sido opinión de los pilotos [de las naves], especialmente, que dicen que esta tierra está en veinte grados, que es en el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace un muy gran calor.
Y yendo a ver esta sierra, toparon un camino y preguntaron a los naturales de la tierra que iban con ellos, que para do iba, y dijeron que a Culúa, y que aquél era buen camino, y que el otro por donde nos querían llevar los de Culúa no era bueno, y los españoles fueron por él hasta encumbrar las sierras, por medio de las cuales entre la una y la otra va el camino, y descubrieron los llanos de Culúa y la gran ciudad de Temixtitan, y las lagunas que hay en la dicha provincia, de que adelante haré relación a vuestra alteza, y vinieron muy alegres por haber descubierto tan buen camino, y Dios sabe cuánto holgué yo de ello.

Hernán Cortés (Medellín, 1485 - Castilleja de la Cuesta, 1547)
Crónica de los prodigios. La huella del hombre
Selección de textos y Prólogo de Felipe Garrido
México, Asociación Nacional de Libreros, A.C.
12 de noviembre de 1991
Día Nacional del Libro


Al Popocatépetl

Tú que de nieve eterna coronado
Alzas sobre Anáhuac la enorme frente,
Tú de la indiana gente
Temido en otro tiempo y venerado,
Gran Popocatépetl, oye benigno
El saludo humildoso
Que trémulo mi labio te dirige.
Escucha al joven, que de verte ansioso
Y de admirar tu gloria, abandonara
El seno de Managua delicioso.
Te miro en fin: tus faldas azuladas
Contrastan con la nieve de tu cima,
Cual descuellas encima
De las cándidas nubes que apiñadas
Están en torno de tu firme asiento:
En vano el recio viento
Apartarlas intenta de tu lado.
¡Cuál de terror me llena
El boquerón horrendo, do inflamado
Tu pavoroso cóncavo respira!
¡Por donde ardiendo en ira
Mil torrentes de fuego vomitabas,
Y el fiero tlascalteca
El ímpetu temiendo de tus lavas,
Ante tu faz postrado
¡Imploraba lloroso tu clemencia!
¡Cuán trémulo el cuitado
¡Quedábase al mirar tu seno ardiente
Centellas vomitar, que entre su gente
Firmísimos creían
Ser almas de tiranos,
Que a la tierra infeliz de ti venían!
Y llegará tal vez el triste día
En que del Etna imites los furores,
Y con fuertes hervores
Consigas derretir tu nieve fría,
Que en torrentes bajando
El ancho valle inunde,
O bien la enorme espalda sacudiendo
Muestres tu horrible seno cuasi roto,
Y en fuerte terremoto
Vayas al Anáhuac estremeciendo,
Y las grandes ciudades
De tu funesta cólera al amago,
Con miserable estrago
Se igualen a la tierra en su ruina,
Y por colmo de horrores
Den inmenso sepulcro
A sus anonadados moradores...
¡Ah! ¡nunca, nunca sea!
¡Nunca, oh sacro volcán, tanto te irrites!
Lejos de mí tan espantosa idea.
A tu vista mi ardiente fantasía
Por edades y tiempos va volando,
Y se acerca temblando
A aquel funesto y pavoroso día
En que Jehová con mano omnipotente
La ruina de la tierra decretara.
El Aquilón soberbio
Bramando con furor amontonara
Inmensidad de nubes tempestuosas,
Que con su multitud y su espesura
La brillantez del sol oscurecieron:
Cuando sus senos húmedos abrieron
El espumoso mar se vio aumentado,
Y entrando por la tierra presuroso,
Imaginó gozoso
A su imperio por siempre sujetarla.
Los hombres aterrados
A los enhiestos árboles subían,
Mas allí no perdían
Su pánico terror: pues el Océano
Que fiero se estremece
Temiendo que la tierra se le huye,
A todos los destruye
En el asilo mismo que eligieron.
Acaso dos monarcas enemigos
Que en pos corriendo de funesta gloria,
Sobrados materiales a la historia
En bárbaros combates preparaban,
Al ver entonces el terrible aspecto
De la celeste cólera, temblaron:
En un sagrado templo guarecidos,
De palidez cubiertos se abrazaron,
Y al punto sofocaron
Sus horrendos rencores en el pecho.
Pero en el templo mismo
Los furores del mar les alcanzaban
Que con ellos y su odio sepultaban
Su reconciliación y su memoria.
Revueltos entre sí los elementos,
Su terrible desorden anunciaba
Que el airado Criador sobre la tierra
El peso de su cólera lanzaba.
Tú entonces, del volcán genio invencible.
El ruido de las ondas escuchaste,
Y al punto demostraste
Tu sorpresa y tu cólera terrible.
Cual sacude el anciano venerable
Su luenga barba y cabellera cana,
Tal tú con furia insana
La nieve sacudiste que te adorna,
Y humo y llamas ardientes vomitando,
Airado alzaste la soberbia frente,
Y tembló fuertemente
La tierra, aunque cubierta de los mares.
Entonces dirigiste
A las ondas la voz, y así dijiste:
“¿Quién ha podido daros
Suficiente osadía,
Para que a vista mía
Mi imperio profanéis de aqueste modo?
Volved atrás la temeraria planta,
Y no intentéis osadas
Penetrar mis mansiones, visitadas
Sólo del aire vagaroso y puro”.
Así dijiste, y de su seno oscuro
Con horrible murmurio respondieron
Las ondas a tu voz, y acobardadas
Al llegar a tus nieves eternales
Con respetuoso horror se detuvieron.
De espumas y cadáveres hinchadas,
Mil horribles despojos arrastrando
Hasta tu pie venían,
Y humildes le besaban,
Y allí la furia horrenda contenían.
Jehová entonces su mano levantando,
Dio así nuevos esfuerzos a las ondas,
Que súbito se hincharon,
Y a pesar de tu rabia y tus bramidos
A tus senos ardientes se lanzaron.
Mas aun allí tu cólera temían,
Pues de tu ardiente cráter arrojadas,
Y en vapor transformadas,
Vencer tu resistencia no podían.
Pero Jehová contuvo tus furores,
Y sobre tu cabeza
Con inmortal, divina fortaleza
Aglomeró las ondas espumosas.
Viéndote ya vencido
Por el mar protegido de los cielos,
En tu seno más hondo y escondido
Los fuegos inextintos ocultaste,
Con que tu claro imperio recobraste
Pasados los furores del diluvio.
En tanto de tus senos anegados
Un negro vapor sube,
Que alzando al éter columnosa nube,
Al universo anuncia
Los estragos del húmedo elemento,
De Jehová la venganza y la alta gloria,
Su tan fácil victoria,
Y tu debilidad y abatimiento.
Después de la catástrofe horrorosa
Luengos siglos pasaste sosegado,
Temido y venerado
De la insigne Tlaxcala belicosa.
Jamás humana planta
Las nieves de tu cima profanara.
Mas ¿qué no pudo hacer entre los hombres
la ansia fatal de eternizar sus nombres?
Mira tu faz el español osado,
Y temerario intenta
Penetrar tus misterios escondidos.
El intrépido Ordaz se te presenta,
Y a tu nevada cúspide se arroja.
En vano con bramidos
Le quisiste arredrar; entonce airado
Ostentas tu poder. Con mano fuerte
Procuras de tu espalda sacudirle,
Y haciéndole temer próxima muerte,
Por los aires despides
Mil y mil trozos de tu duro hielo,
Y amenazas con llamas abrasarle,
Y le encubres el cielo
Y la lejana tierra
Con pómez y volcánica ceniza
Que a fuer de lluvia bajo sí le entierra.
Mas él, siempre animoso,
Ve tu furor con ánimo sereno:
Holla tu nieve, y desde tu ancha boca
Mira con ansia tu hervoroso seno.
Mil victorias y mil doquier lograba
El español ejército valiente,
Pero ya finalmente
La pólvora fulmínea les faltaba.
Y su impávido jefe fabricarla
Con el azufre de tu seno quiere.
Hablara así a sus huestes el grande hombre:
“Eterno loor a aquel que se atreviere
A acometer empresa de tal nombre”.
Así dice, y Montaño valeroso,
La voz de honor oyendo que le anima,
Baja a tu ardiente sima,
Y tus frutos te arranca victorioso.
¿Con fuerza te estremeces? ¡ah! yo creo
Que a cólera mi labio te provoca.
De tu anchurosa boca
Humo y sulfúrea llama salir veo.
¿Qué? ¿me quieres decir fiero y airado
Que sólo he numerado
Los terribles ultrajes que has sufrido?
Basta, basta, oh volcán; ya temeroso
El torpe labio sello;
Pero escucha mis súplicas piadoso:
No quieras despiadado
Ser más temido siempre que admirado.
Jamás enorme piedra
De tus senos lanzada
Llene de espanto al labrador vecino;
Jamás lleve tu lava su camino
A su fértil hacienda,
Ni derribes su rústica vivienda
Con tus fuertes y horribles convulsiones;
Que el inextinto fuego
Que en tu seno se guarda
Para siempre jamás quede en sosiego.

José María Heredia (Santiago de Cuba, 1803 - Ciudad de México1839) Iberoamericana Editorial Vervuert, Madrid.


2168 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
9-V-2023. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA

Reacciones a la selección previa:

Adolfo Castañón: Hoy lunes 8 de mayo recibo la entrega 2167 de Un poema al día. La forman tres poemas: “Pronúnciame”, “Mi cuerpo” y “Entender / No entender”, que Mariana Bernárdez incluye en el volumen Rumor de niebla, editado en 2020 por los sellos Ediciones Del Lirio y Bonobos en Toluca. Gracias a la generosidad de la autora tengo un ejemplar de este volumen dedicado por ella, cuyo “Posfacio” firma Vicente Quirarte: “Para un retrato de Mariana Bernárdez”. Los poemas aquí transcritos pertenecen al capitulo final del libro, Lejos. Los otros capítulos se titulan Fulgor, Tristura, La casa azul, Lo indomable, Agua de Celan y Lo abiert'. El epígrafe que apuntala este capitulo es de San Juan de la Cruz (1542-1591): “matando muerte en vida la has trocado” y viene de Llama de amor viva. Esta señal bastaría para sugerir al lector que lo que se juega en el tablero expuesto por la autora es, por llamarlo de algún modo, el de la ciencia imponderable del tacto necesario para acercarse al santuario interior donde, con Rumor de niebla, tienen morada el silencio y lo sagrado. ¿No es esa 'ciencia' la que ha practicado con su oficio la poeta en títulos como Memorial de fulgor (2022), Aliento Alento (2017, edición bilingüe), En el pozo de mis ojos (2015), Después de los mares (2012), Sendas de olivo (2011), Bailando en el pretil (2007), Luz derramada (1993), entre otros.
El paso de Mariana Bernárdez no les ha pasado inadvertido al poeta portugués Nuno Judice, que la ha traducido, ni a los poetas Dolores Castro y Antonio Colinas que han escrito sobre ella, ni a Raúl Renán, con quien ha sostenido unas conversaciones, Todo está en la línea (2008). Su escritura y su vocación tampoco le pasaron inadvertidas a Ramón Xirau, quien fue su guía para llegar a María Zambrano: acercamiento a una poética de la aurora.
La voz poética que atraviesa el aliento de Mariana Bernárdez nace de esa luz singular que es la de la aurora, cuyo imán atrajo tanto a María Zambrano como a Nietzsche y a San Juan de la Cruz.
Gracias, querida Mariana, por tus letras que saben despertar los sentidos internos de los lectores.
Maya López: José Juan Tablada: “La Noche es un reina viuda del Día, / majestad pesarosa que arrastra el duelo / de su fúnebre cauda de terciopelo.”

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