Balada de ultratumba
Murió su amada, y con el alma
herida
Por la terrible ausencia,
La amortajó poniendo entre sus
manos
Un ramo de azucenas.
Él mismo la condujo al
cementerio,
Y en una tumba nueva,
Su corazón y sus pasadas dichas
Allí enterró con ella.
¡Y todo lo dejó! Sólo en el alma
Se llevaba la pena,
La amargura infinita del que
llora
La soledad inmensa.
Diez noches en la cámara mortuoria
Pasó solo y en vela
Y a la undécima, en horas avanzadas,
Llamaron a su puerta.
--¿Quién a turbar mi religioso
llanto
Y mi dolor se acerca?
--Yo, que la paz no gozo de la
tumba,
Su amada le contesta.
Y se adelanta a abrir --Aquí me tienes,
--Le dice la doncella--
Tu dolor me levanta del sepulcro,
¡Tus lágrimas me queman!
Él permanece mudo, y ella
entonces
Como visión de nieblas,
Con la mirada en él viéndole
siempre
Silenciosa se aleja.
La sigue, y alumbrados por la
luna
La llanura atraviesan,
Ella delante de él, como una
sombra,
En su mortaja envuelta.
Y llegan del lejano cementerio
Ante la obscura verja
Que se abre, y en el campo de las
tumbas
Los amantes penetran.
Los cipreses sus sombras
recortadas
Arrastran en la tierra,
La blancura apagando de los
mármoles
Con una mancha negra.
Ante el sepulcro nuevo, se
detiene
La virgen, y se sientan,
Y ella le dice al escuchar un eco
Que doloroso suena:
--¿No escuchas? es el canto de
los gallos,
Obscuros centinelas,
Que de las horas la pesada marcha
En el silencio velan.
Es preciso partir, voy a la
sombra;
Allí el olvido reina,
Y la humedad devora los tejidos,
Y los huesos se hielan.
Ven a dormir conmigo en esta fosa
Que tu pasión encierra;
¡La vida de la tumba es tan
tranquila!
¡Su noche tan eterna!
Y vio surgir la palidez marmórea
Sobre su faz serena,
Y de sus ojos apagarse el fuego
En las obscuras cuencas.
Sintió los brazos de su amada
asirse
A su garganta seca,
Y un beso que en su boca le
clavaban
Los labios de la muerta.
Caer sintióse en pavoroso vértigo
Al fondo de la huesa,
Y cerrar aquel tálamo sombrío
La lápida de piedra.
Manuel Larrañaga Portugal
(Guanajuato, 1868 - Ciudad de México, 1919)
Revista Azul
Tomo IV, núm. 6, México, 8 de
diciembre de 1895.
Edición facsimilar, UNAM, México,
1988.
11-V-2023. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA
Reacciones a la selección previa:
Adolfo Castañón: Gracias por la entrega 2169, este 10 de mayo,
de la serie “Un poema al día”. Trae el poema “A Margarita Debayle”, incluido en
el libro Intermezzo tropical, que Rubén Darío publicó en Nicaragua
en 1909, después de haber pasado quince años fuera de su país. Es una pieza
alada que flota entre el cuento para niños y el aro evangélico. Trata del viaje
que hace la niña Margarita “al azul”, un reino prohibido, de donde trae una
estrella. La parábola del cuento transita con levedad desde esa incursión hasta
la absolución que su inocecia obtiene por la gracia del Redentor. Esta
tosca reducción conceptual no hace justicia al etéreo ambiente que el poeta va
tejiendo con sus arpegios y ritmos. El poema desarrolla un cuento infantil
cuyos personajes son un rey y una princesa, una niña traviesa y deseosa de
coger una estrella. El tema del deseo y sus consecuencias recorre el poema como
un estremecimiento. La inocencia del tono contrasta con la sensualidad
intensa del poema. El castigo se resuelve en absolución. El poema tiene un
final feliz pero queda en el aire la tensión de ese azur deseado y deseante que
lleva a la princesa a penetrar en el azul prohibido. Ella será absuelta. sí,
pero el lector sabe que el azul sigue ahí, y que en cierto modo a todos nos
acecha.
Bernardo Batis: El cuento en verso de mi
adolescencia, escuchado una y otra vez en las fiestas familiares, declamado por
mi tía materna, Dina, menuda, vibrante, emotiva, diciendo los versos con clara
y tenue voz ante su fiel y silencioso público; mi abuela Loretito, con húmedos
ojos; mi madre Esther, su hermana menor, impaciente, ella tan práctica tan de
acción, oyendo declamar (quizá algo celosa) “Las princesas primorosas / se
parecen mucho a ti / cortan lirios, cortan rosas…” Todos atentos: mis hermanas,
mi hermano, mis primos y yo. El maestro Garrido, Monterrey 18 me retrotraen a
un pasado que cargo en las alforjas de mi memoria, hasta el fondo de ellas,
mero adentro…
Dolores González Casanova: Felipe, gracias especiales
este día. Este poema de Darío significa mucho para mí. Hasta las lágrimas. Algún
día te contaré (escribiré) por qué. Hoy
te lo digo. Un abrazo.
FG: Publiqué esa poesía
como un homenaje a mi madre, quien me ayudó a memorizarla en 1951, cuando yo
cursaba tercero de primaria.
DGC: Yo también la decía de memoria, también mi mamá
me ayudó a aprenderla. Ella murió hace 37 años hoy y cuando estuvo muy grave en
una primera ocasión, 17 años antes, recitó el poema completo cuando estaba
delirando. En fin, debo contar mejor esta historia.
FG: Es curiosa la
presencia de la madre ausente en este poema. No la vemos, no escuchamos nada de
ella, nada alude a su persona… y sin embargo yo la siento allí, dominando la
escena.
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