Ir al contenido principal

2170 - LARRAÑAGA PORTUGAL: Balada de ultratumba

 

Balada de ultratumba

 

Murió su amada, y con el alma herida

          Por la terrible ausencia,

La amortajó poniendo entre sus manos

          Un ramo de azucenas.

Él mismo la condujo al cementerio,

          Y en una tumba nueva,

Su corazón y sus pasadas dichas

          Allí enterró con ella.

¡Y todo lo dejó! Sólo en el alma

          Se llevaba la pena,

La amargura infinita del que llora

          La soledad inmensa.

Diez noches en la cámara mortuoria

          Pasó solo y en vela

Y a la undécima, en horas avanzadas,

          Llamaron a su puerta.

--¿Quién a turbar mi religioso llanto

          Y mi dolor se acerca?

--Yo, que la paz no gozo de la tumba,

          Su amada le contesta.

Y se adelanta a abrir --Aquí me tienes,

          --Le dice la doncella--

Tu dolor me levanta del sepulcro,

          ¡Tus lágrimas me queman!

Él permanece mudo, y ella entonces

          Como visión de nieblas,

Con la mirada en él viéndole siempre

          Silenciosa se aleja.

La sigue, y alumbrados por la luna

          La llanura atraviesan,

Ella delante de él, como una sombra,

          En su mortaja envuelta.

Y llegan del lejano cementerio

          Ante la obscura verja

Que se abre, y en el campo de las tumbas

          Los amantes penetran.

Los cipreses sus sombras recortadas

          Arrastran en la tierra,

La blancura apagando de los mármoles

          Con una mancha negra.

Ante el sepulcro nuevo, se detiene

          La virgen, y se sientan,

Y ella le dice al escuchar un eco

          Que doloroso suena:

--¿No escuchas? es el canto de los gallos,

          Obscuros centinelas,

Que de las horas la pesada marcha

          En el silencio velan.

Es preciso partir, voy a la sombra;

          Allí el olvido reina,

Y la humedad devora los tejidos,

          Y los huesos se hielan.

Ven a dormir conmigo en esta fosa

          Que tu pasión encierra;

¡La vida de la tumba es tan tranquila!

          ¡Su noche tan eterna!

Y vio surgir la palidez marmórea

          Sobre su faz serena,

Y de sus ojos apagarse el fuego

          En las obscuras cuencas.

Sintió los brazos de su amada asirse

          A su garganta seca,

Y un beso que en su boca le clavaban

          Los labios de la muerta.

Caer sintióse en pavoroso vértigo

          Al fondo de la huesa,

Y cerrar aquel tálamo sombrío

          La lápida de piedra.

 

Manuel Larrañaga Portugal (Guanajuato, 1868 - Ciudad de México, 1919)
Revista Azul
Tomo IV, núm. 6, México, 8 de diciembre de 1895.
Edición facsimilar, UNAM, México, 1988.

 2170 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

11-V-2023. Selección de Felipe Garrido.

Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA

 

Imagen vía Pixabay



Reacciones a la selección previa:

Adolfo Castañón: Gracias por la entrega 2169, este 10 de mayo, de la serie “Un poema al día”. Trae el poema “A Margarita Debayle”, incluido en el libro Intermezzo tropical, que  Rubén Darío publicó en Nicaragua en 1909, después de haber pasado quince años fuera de su país. Es una pieza alada que flota entre el cuento para niños y el aro evangélico. Trata del viaje que hace la niña Margarita “al azul”, un reino prohibido, de donde trae una estrella. La parábola del cuento transita con levedad desde esa incursión hasta la absolución que su inocecia obtiene por la gracia del Redentor.  Esta tosca reducción conceptual no hace justicia al etéreo ambiente que el poeta va tejiendo con sus arpegios y ritmos. El poema desarrolla un cuento infantil cuyos personajes son un rey y una princesa, una niña traviesa y deseosa de coger una estrella. El tema del deseo y sus consecuencias recorre el poema como un estremecimiento. La inocencia del tono contrasta con la sensualidad intensa del poema. El castigo se resuelve en absolución. El poema tiene un final feliz pero queda en el aire la tensión de ese azur deseado y deseante que lleva a la princesa a penetrar en el azul prohibido. Ella será absuelta. sí, pero el lector sabe que el azul sigue ahí, y que en cierto modo a todos nos acecha.

 

Bernardo Batis: El cuento en verso de mi adolescencia, escuchado una y otra vez en las fiestas familiares, declamado por mi tía materna, Dina, menuda, vibrante, emotiva, diciendo los versos con clara y tenue voz ante su fiel y silencioso público; mi abuela Loretito, con húmedos ojos; mi madre Esther, su hermana menor, impaciente, ella tan práctica tan de acción, oyendo declamar (quizá algo celosa) “Las princesas primorosas / se parecen mucho a ti / cortan lirios, cortan rosas…” Todos atentos: mis hermanas, mi hermano, mis primos y yo. El maestro Garrido, Monterrey 18 me retrotraen a un pasado que cargo en las alforjas de mi memoria, hasta el fondo de ellas, mero adentro…

 

Dolores González Casanova: Felipe, gracias especiales este día. Este poema de Darío significa mucho para mí. Hasta las lágrimas. Algún día te contaré (escribiré) por qué.  Hoy te lo digo. Un abrazo.

FG: Publiqué esa poesía como un homenaje a mi madre, quien me ayudó a memorizarla en 1951, cuando yo cursaba tercero de primaria. 

DGC: Yo también la decía de memoria, también mi mamá me ayudó a aprenderla. Ella murió hace 37 años hoy y cuando estuvo muy grave en una primera ocasión, 17 años antes, recitó el poema completo cuando estaba delirando. En fin, debo contar mejor esta historia.

FG: Es curiosa la presencia de la madre ausente en este poema. No la vemos, no escuchamos nada de ella, nada alude a su persona… y sin embargo yo la siento allí, dominando la escena.

  

Comentarios

Entradas populares de este blog

#2039 - MISTRAL: El establo | Romance de Nochebuena