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#2172 - TAPIA DE CASTELLANOS: Intuición

 

Intuición

“Ninguna mano dirigió mi mano
cuando mi mano se ensayó en la lira,
que el hombre enseña su saber humano
mas nadie enseña lo que el cielo inspira.”
Nadie me dijo en mi niñez amada
cuánto era bello el esplendente cielo,
y vo mil veces lo miré extasiada
de blanca nube entre el flotante velo.
Nadie me dijo que se hallaba escrito
un lenguaje divino en las estrellas,
y algo alcancé a leer del infinito
al contemplarlas en las noches bellas.
Nadie me habló de Dios cuando ostentaba
el sol en el zenit su disco ardiente;
y la obra de Dios en él miraba
cuando en sus rayos se bañó mi frente.
Aspirando el aroma de las flores
nadie me habló de amor, ni de ternura,
y adiviné sus cándidos amores
al ver reproducirse su hermosura.
Al escuchar los cánticos del ave
del bosque secular en la espesura,
en su ignorado idioma tierno y suave
adiviné su amor y su ventura.
Al contemplar los turbulentos mares
el rugido escuchando de sus olas,
mis lágrimas corrieron a millares
su poder admirando, ahí a mis solas.
Una historia de amor y de tristeza
no me contaron al morir el día,
y a esa hora, doblego la cabeza
vencida por mortal melancolía.
Aun antes de que mi alma comprendiera
de mi madre el cariño y el desvelo,
yo, besando su negra cabellera,
en sus pupilas contemplaba el cielo.
Nadie en mi juventud me habló de amores
y lo que era el amor yo lo ignoraba;
y en medio de mil sueños seductores
Y sin querer, con el amor soñaba.
Del amor maternal nadie me dijo
el sentimiento celestial, intenso;
y antes aún de conocer un hijo
ya lo adoraba con amor inmenso.
Nadie al dormirlo me enseñó a arrullarlo
y un cántico ha inventado mi cariño,
que él sus ojitos cierra al escucharlo
y duerme el sueño angelical del niño.
Cuando pequeña, apenas aprendía
a venerar a Dios en los altares,
y su eterna grandeza descubría
en los montes, los cielos y los mares
Por sublime intuición amo lo bello,
y si no sé cantarlo ni decirlo,
veo en todo su vivido destello
y puedo comprenderlo y sé sentirlo.
Y en mi hogar, olvidando mis dolores,
me finjo con placer aquí a mis solas,
bosques, campiñas y gallardas flores,
lagos y mares de encrespadas olas.
Y admiro la verdad y la belleza
y los hechos sublimes de la historia,
de las almas sublimes la grandeza
y el arte y el valor, y amo la gloria.
Y arde mi corazón y arde mi mente,
y sin saber cantar pulso mi lira,
“Que nadie enseña lo que el alma siente
y nadie enseña lo que el cielo inspira”.

Esther Tapia de Castellanos (Morelia, 1842 - Guadalajara, 1897)
La República Literaria.
Revista de Ciencias, Letras y Bellas Artes
Año I. Tomo II.
Setiembre 86 – Febrero 87
Guadalajara (México)
Tip. De Luis Pérez Verdía,
á cargo de Ciro L. Guevara.
Bajos del Hotel Humboldt, números 1 y 2.
MDCCCLXXXVII.

Edición facsimilar
Gobierno del estado de Jalisco,
Guadalajara, 1990.

2172 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
13-V-2023. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA

Imagen vía Pixabay


Reacciones a la selección previa:


Rosana Romo Pérez, a propósito de Ruth Vargas Leyva: Nada más natural es ver el adiós de aquel que dejó la casa. Quedan sus libros de la escuela, el álbum de recuerdos en el kínder. Alguna prenda que ya no entraba en la maleta. La almohada guarda la mancha de un charco que un día fue humedad. Nada más natural que sentir la ausencia de aquel a quien la edad lo hizo emigrar a los veinte años. Hoy cumple 42 y sé que no volverá. Es natural.
Maya López: De Ruth Vargas Leyva, “a medianoche buscando tus huellas...”
Federico García Lorca, en 1931 (enviado por Margarita de Iztapalapa): "Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. 'Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre', piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión. Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada…”
Rosario Ramos: A propósito del poema de Darío, debo decir que a mí también me la enseñó mi madre. Es curioso como bien dices, Felipe: quien domina la poesía es el padre, la autoridad, el Rey, pero la presencia de la madre se siente. Un clásico de Darío que mis nietas siguen recitando. ¿Cuántas generaciones ha trascendido?

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