Días del amor
Así como en las mujeres
la luna ordena la marea entre sus muslos,
el mar es barómetro de sangre marinera.
Días en los que el mar es uno solo
y nadie habla ya porque el pensamiento
al convertirse en palabra es agua y cielo.
Largos días del mar; antes de ser vividos
los marcamos con velocidad y olvido.
Desembarcamos en puertos miserables
y conquistamos mujeres sólo con mirarlas.
(Ellas acaso esperen que los hijos
fruto de nuestra semilla y nuestra sangre
nazcan de sal, agua y cielo, solamente.)
De vuelta en el viaje
curamos las heridas del espíritu,
sus alas navajeadas en unas horas de alcoba.
Pero siempre deseamos volver.
¿No así la espuma, tras su incesante viaje,
abandona la gloria de altamar
y regresa siempre a tocar la arena,
muslos, pechos de mujeres bañándose en la orilla?
Porque suele ser más vasto que el cielo en la mañana
el mirar prolongado de unos ojos
en los que selva y lluvia se baten iracundas
o es más claro aún el cuerpo al entregarse.
Sólo en el combate
se blindan los escudos de olvido.
Frente a ti, cíclope,
pierde su veneno el áspid del recuerdo
y el pensamiento, flamígero, reposa.
Sólo entonces soy Ulises el guerrero,
y no los otros,
el que arde incesante si menciona Circe.
Circe victoriosa
Señora de la mágica perfidia:
No por la distancia cesa el eco
de tus palabras que inflaman en mi oído,
como este sol que tras la lluvia toma
el cielo,
y despeja de nubes el espacio.
Firme capitán de mi navío,
al otear el horizonte de Eea,
puse cadenas a deseo y epidermis;
sólo tuvieron libertad los ojos y la espada.
Pero toda caricia que comienza siendo pluma leve
ha de lograr la nota más alta de la llama.
A nadie conté tu larga historia,
porque al héroe toca callar
todo lo que suyo no puede ser imitado.
Anclará mi corazón en Ítaca
y anhelaré la llegada de la noche, para no salir
más del cuerpo y los brazos de Penélope.
Su claridad emergerá del sereno y embravecido mar
de nuestro lecho; ella no sabrá que a veces
será, más que su entrega,
la arraigada memoria de tu carne,
cuyo solo despertar propicie mágicos, inmóviles asombros.
Señora: Es azul la monarquía del cielo
y crece en vitalidad, hora tras hora,
bañando nuestros cuerpos, fecundándolos.
Estos hombres que lloran en cubierta,
absortos en la contemplación de Ítaca,
sufrieron tus metamorfosis implacables
pero no saben que el tributo a su libertad
fue prolongar tu imperio hasta mis huesos.
Sólo la prudencia y el valor del héroe
impiden la orden de virar el timón hacia tus islas.
Vicente Quirarte (Ciudad de México, 1954)
Teatro sobre el viento armado
Universidad Veracruzana, Xalapa, 1979
2177 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
19-V-2023. Selección de Felipe Garrido.
Comentarios
Publicar un comentario