Nosotras
Éramos cinco mujeres contra la marca.
Delfina nació en Tierra Fría una tarde de julio,
y su madre murió de risa en su presencia.
Ella al crecer tuvo una hija y prefirió no reír.
Zany se quedó sin padre a los seis meses
pero lo entendió hasta los sesenta años.
Era una muchacha de luz
que no quiso casarse.
Tuvo tres hijas
con el hombre que no tenía.
Gis era un fuego alado,
una luciérnaga venida desde Grecia.
Tita, un remanso de pan y lamparita
debajo de la tormenta.
Y yo,
pájaro atado al miedo.
Todas teníamos un espejo
una doncella de la primavera
que cantaba en medio de las bestias
se llamaba Romelia
y había nacido en las montañas.
Nunca dejó de sonreír
ni de amar.
Era tan bella como Remedios,
y fue capaz de alojar en su casa
a los asesinos de su único hijo.
Éramos cinco mujeres y Romelia.
En Santa Rita,
a la orilla de La Quebrada,
frente al puente de piedra.
Linda fuma y maldice.
Siempre ha estado ahí, siempre estará
guardando el arroyo.
Manuela y Delfina
eran hermanas
y también eran madre e hija.
Tres niñas tuvo Manuela:
Romelia, Linda y Angelina.
Angelina nos regaló la risa de Tita
para la profundidad de las tinieblas.
Delfina salió en su infancia de Tierra Fría;
también Zany dejo su natal Santa Rita siendo niña;
madre e hija se fueron a buscar un lugar
donde dos mujeres cupieran.
Llegaron a una ciudad
en la que se construía un sueño;
se habían abierto comedores para todos los niños
y los bananos ya no eran solo de la United Fruit Company.
Pero los sueños se vuelven pesadillas
tan fácilmente…
Demasiado pronto la guerra se instaló
sobre sus cabezas,
bajo sus almohadas
y en cada comida.
Muchas bombas cayeron
sobre la ciudad que soñaba,
le arrancaron los párpados y la dejaron insomne.
A Zany la pusieron presa
como quien encierra un pájaro.
Gis escapó apenas a tiempo.
Yo decidí huir a los ocho años.
Volvimos a Santa Rita
pero tampoco ahí pudimos quedarnos.
Y otra vez nos marchamos,
hacia donde nos dejaran vivir.
Un día Delfina se despidió de nosotras:
Andrea había vuelto por su niña nonagenaria,
suavemente la levantó de la cama
esbozó una sonrisa y salió con su niña dormida.
Gis trajo a Carolina,
amazona de ojos claros.
Y Tita a Estéfani,
la de la sangre dulce.
Otra vez somos cinco mujeres y una niña
la estirpe femenina.
Mujeres verdes, violetas, amarillas y rojas.
La guerra se tragó a nuestros hombres
nos dejó viudas y huérfanas,
pero nos salvamos nosotras
y cosechamos nuevos hombres en tierras lejanas.
Aún hay una niña más que sueño cada noche,
una hija mía que no ha nacido
y está contando las olas
en la oscuridad de mis ovarios.
Maya López Ramírez (México, 1963)
Conjuro para romper un espejo
Universidad Autónoma de Ciudad de México
Bonilla Distribución y Edición
México, 2022
2187 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
29-V-2023. Selección de Felipe Garrido.
Reacciones a la selección previa:
Mónica del Villar: Qué fuerte, triste y verdadero este poema de Nandino. (Entrega 2184.)
Adolfo Castañón: Gracias por estos poemas (entrega 2186) de Marina Romero, “una de las figuras del exilio más injustamente olvidadas”, al decir de James Valender y de Gabriel Rojo Leyva quienes tomaron siete poemas suyos en Poetas del exilio español (El Colegio de México, México, 2006). Ocupa el lugar 28, entre Agustí Bartra y José Herrera Petere, en esa seleccion de 38 poetas, de Enrique Díez. Canedo a Lorenzo Varela. Marina Romero es la sexta poeta de esa antología. Las otras cinco son Concha Méndez, Rosa Chacel. Ernestina de Champourcín, y María Enciso.
La poesía de Romero mana de un juego contrastado entre conciencia y autoconciencia; despliega una música precisa y casi se diría astronómica en su cosmos interior. Vertebra sus composiciones el sentido de una intensa soledad, ávida de comunión. La música de la canción popular baña sus versos de graciosa cadencia. La pauta de una prosodia que no teme a las reiteraciones dota a sus asonancias de una rara y delicada tersura. El diálogo explicito con poetas como Juan Ramón Jiménez o Pedro Salinas es apenas un signo del río subterráneo que viene de San Juan de la Cruz y de la poesia tradicional. No es insípida su palabra. En ella florecen y dialogan los sentidos con exactitud transparente y tácita fragante destreza. Gracias y felicidades a James Valender y a Gabriel Rojo Leyva.
Bernardo Bátiz: En los poemas femeninos que F. Garrido espiga con generosidad para nosotros (y para otros, para toda la hermandad poética que él pastorea) he notado, expresado con matices, repetidamente la añoranza del pasado, de un amor no fiel, que olvidó o se fue. En esa variedad destaca la poeta del exilio español Marina Romero, por su finura, por la delicadeza de sus metáforas y el cálido regusto de la soledad que queda, que pesa. Que debe pesar, yo no lo sé, pero lo adivino.
FG: Un poema más de Marina Romero, por si se quiere ahondar en el tema:
“La vida es así / Tú y yo. / Pero / por muy corta / que sea la distancia / de tu corazón / al mío, / tú no puedes sentir / mi sed, / mi doler, / mi hambre; / no puedes / reír mi risa / ni llorar / mis lágrimas, // (Hay sociedades benéficas, / almas caritativas, / generosos filántropos.) // En la arena cálida / de las playas, / y a dos pasos / tan sólo / del agua / boca arriba / mirando al cielo, / está vacío / y seco, / el caparazón de la tortuga.”
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