Pastoral
Tiempo II
I
Alzan el claro hocico mis lebreles
y husmean en los aires invasores
de lento corazón desconocido.
En blandas curvas y extranjeras flores
traduce absorto el valle conmovido
la tierna multitud de sus temblores.
Alzan, tensos, la pálida cabeza
y a serme ajena su honda luz empieza.
Cristales que se apartan del rocío
abriendo finas hojas por el cielo,
y un aroma sin patria que me embiste
dudando entre paloma y asfodelo.
Y el agua que a mi rostro se resiste
con espuma tenaz o brusco hielo.
Y este clamor que viene de la tierra
y en mi pujante soledad me encierra.
Hiere mi boca el tierno caramillo.
Se eriza el musgo fiel en las colinas.
Oigo blancas pisadas de cordero
y un relámpago azul de golondrinas.
Es hora de nacer y no me espero
perdido entre dulcísimas espinas.
Todo es nuevo, mi voz y las criaturas
que me acechan con lágrimas oscuras.
Como nacido de mis propios huesos,
oliendo a ciega sangre sin memoria,
en la caliente máscara del día
palpan mis ojos la dorada historia.
Suman mis pies en la flamante vía
rosa y ardor su cifra transitoria
y asusta a las torcaces en el viento
brújula verde, mi crecido aliento.
II
Del olmo fraternal nieblas escucho,
nieblas heridas por secretos trinos.
Pego al cándido tronco la mejilla,
devoro los menudos torbellinos,
y hallo, desierto, en la poblada orilla,
tan ajenos los modos cristalinos
en que mi propia voz abrió un momento
el canto alegre y el sin par lamento.
Los pálidos discursos de las hojas
punzan mi lengua con premiosas quejas.
La sombra de los mirlos en mis dedos,
el oloroso andar de las abejas,
sus crueles nupcias de oro en los viñedos,
mi huella firme en las arenas viejas:
todo está fuera y de mis huesos vuelve
y en lucha con mis ojos se resuelve.
El menudo ademán con que me inclino
sobre la guija que en el agua sueña,
en verdes pozos de marinas llagas
entre azorados peces me despeña.
Se pudre el fruto que en mis manos vagas
la antigua lumbre de febrero enseña,
y árboles secos y áridas simientes
se disputan mis ojos inocentes.
Salgo del claro reino al claro reino
perdido como el mar entre sus olas.
Aquí está el alto, el gorjeado pino.
Aquí me esperan nubes y corolas.
Por aquí andaba mi color divino
fundiéndose con piedras y amapolas.
Por aquí andaba en mi solar de altura
con zarcillos de Dios en la cintura.
lII
¿Qué resplandor me curva de repente
y de espuma frutal hinche mis venas?
Por todas partes me desatan lianas.
En toda tierra me sostengo apenas.
Y voy fuera del plan de las mañanas
golpeándome entre lágrimas y antenas.
Más allá de mis manos crece el higo.
Más acá de mi boca arde conmigo.
Pliego y despliego esta enconada brisa
que hurta perfumes, con los silbos juega
y anuda mis cabellos con la escala
donde la madreselva se me niega.
Tras mirlo y garza y picaflor resbala,
temblando de amistad, mi mano ciega
y todo está detrás de su oro vivo,
lindero de mi aliento, anda cautivo.
No hay duda, no, me miran como siempre
desde una miel transida los rebaños.
Con la estrenada lumbre del rocío
vienen a mí perfectamente extraños.
Pesados de rumor como un gran río
pasan abiertos por mis pies huraños
y a golpes de zampoña desolada
mi vieja imagen quiebro en su mirada.
Toda huella me asalta. Con un signo
prisionero golpea en mis retinas.
Cantos robados al amargo cielo
se enredan en las hierbas cristalinas.
Jadeante de visión y turbio celo
me alza la brisa entre sus garras finas.
Y el llanto que en su ráfaga me escuda
del cruel abecedario me desnuda.
Sara de Ibáñez (Chamberlain, 1909 - Montevideo, 1971)
Pastoral
Cuadernos Americanos, México, 1948.
2193 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
4-VI-2023. Selección de María / Felipe Garrido.
Reacciones a la selección previa:
Bernardo Bátiz: La poesía es un mundo inmenso, que se va descubriendo; no es el mío, me han acercado a él mi tía Dina, la declamadora de fiestas familiares; en San Ildefonso, mi maestro de Literatura Mexicana y Latinoamericana Vicente Magdaleno, quien leía pausado y nos invitaba a leer y a opinar. Recientemente Felipe Garrido y mi entrañable grupo Monterrey/18 (llevamos seis años de fidelidad), Son, los diarios poemas que leo en la madrugada (y una diaria conversación nocturna) los que me mantienen vivo en medio del rudo mundo de la política y la burocracia en que vivo inmerso por deber y vocación. Gracias a todos. (Voy atrasado y me reservo comentar la foto de Tórtola Valencia, que irrumpe triunfadora entre las palabras.)
Maya López: ¡Qué entrega tan divina la de Tórtola Valencia! Casi la veo bailar delante de mí. Ah, palabras, ah poesía, me arrebata su sudor, su frenesí. ¡Viva Tórtola Valencia!
“Bajaban mil deleites de los senos/ hacia la perla hundida del ombligo”, Rubén Darío. // “con tus uñas clavadas en mi cuello / moriría, creyendo que dos rosas / con sus espinas fieras y celosas / señalaban mi muerte con el sello / de las muertes gloriosas.” Pío Baroja. // “Un fuego de rubíes todo tu cuerpo inflama”, R. Gómez de la Serna. // “Echas la baraja y abres la navaja; / desprendes las rojas hojas de un clavel; / golpeas en lo alto la redonda caja / de tu pandereta de vibrante maja; / pero al fin, te ofreces en mirra, oro y miel.”, José Santos Chocano.
José Luis Talancón: Tórtola Valencia sirena y serpiente / Isadora pez y ave a la vez, Cuello, bufanda y engrane.
Fascinante Claudia (entrega 2192), sólo nombrarla despunta la imaginación en curvas y valles, abismos, bosques y atardeceres. Nombre, palabra, geografía y realidad profunda que invita a la cueva y al origen mineral; belleza nominal y marina, que eleva la emoción de estar en este mundo, Terra Ignota que desafía a desgranar el enigma, subir al tren sin saber de dónde viene ni a dónde va,
Correr tras el verbo / creer y pensar. / Bisagra impotente y filosa rebana intangibilidad /
camino sin moverme del sillón.
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