[Siete Divagaciones del pequeño filósofo]
155. Nombrar
Habría que nombrar el Sí en cada cosa. Nombrar por primera vez con la inocencia del Génesis.
156. Balada de los ricos
Se respira mejor cuando uno es rico, aunque los ricos piensen lo contrario y se arrodillen con el único fin de respirar por la boca. Se respira mucho mejor cuando uno es rico, indudablemente.
157. Ya no te voy a escupir
Me gusta mucho jugar contigo a las canicas rojas, blancas y azules, mi querido abuelo. Jugar cantando la cucaracha, la cucaracha. Jugar cantando y bailando. La próxima vez que nos veamos en tu casa, ya no te voy a escupir. Te lo prometo. También te digo que me encanta escupir por arriba y por debajo de las cosas que hay en el mundo, como mi amiga Leonor. Yo creo que el escupo es algo muy bueno y muy lindo para toda la gente, sí, para los grandes y los chicos. Así piensa mi abuelita, aunque no abra su boca. Nunca olvides, abuelo de la barba filuda que me hace reír, lo que ahora te digo con alegría: Sólo te escupo así, de repente, porque te quiero más que a nadie en este mundo. Te quiero más que a Cantinflas, mi perro fiel. Me gusta mucho escupir, jugar con el gato Platón cantando la cucaracha, la cucaracha, y tocar finalmente el piano con los dedos, los dientes y las uñas tan largas como aquella luz que viene de lejos.
158. Bárbaramente
Con fonón o sin fonón, yo me dirijo a mi sombra en bárbaro, con la barbarie del antiguo y nuevo mundo en la punta de la lengua. Me gustaría explicarme por dentro, más allá de todo, y por fuera, más allá de todo, pero voy confundiéndome en bárbaro-fonón más allá de todo, lejos de aquel latín que ya no es tan fragante ni portentoso como algunos creen o piensan.
No hay que pensar en nada ni en nadie, puesto que las Bellas Artes del Barbarismo seguirán siendo nuestro único Dios. Bendito sea el Dios de la Barbarie, como decían los antiguos, con fonón o sin fonón. ¿Maldito sea? Después de sonreír con un poco de nostalgia frente al espejo, me dirijo a mi triste y alegre sombra en bárbaro, aunque la memoria es débil y no puedo recordar lo que mi lengua dice.
159. Desnudarse en la vía pública
Está bien que se desnuden en el Paseo de la Reforma, mis flacas y mis flacos, no digo que no, que siempre no, que primero Cantinflas porque lo primero será tumultuosamente lo primero, para decirlo al modo del oscuro Jimmy, del iluminado James Joyce. No digo que no: digo que está bien que se desnuden mis gordos y mis gordas. Está bien, todo está muy bien, chiquillas y chiquillos. Pero tengan un poco de piedad con los espectadores de hoy, de mañana y de siempre, que aún somos las víctimas con inmundicia y gloria.
La muchedumbre de tetas, tetillas, tetonas, panzas y ombligos de toda índole, así como los pellejos y las gorduras que cuelgan de los cuellos, los fondillos y las rabadillas, que son y no son lo mismo, no constituyen una ceremonia muy estimulante.
Misericordia entonces, mis encuerados del presente y del porve-nir. Tengan un poco de piedad con el Ángel de la Independencia. No digo, yo nomás digo. Qué divinos y divinas de la primera, segunda y tercera edad, mis flacos y mis gordas, mis gordos y mis flacas. Un espectáculo ingobernable, no digo que no, bendito sea el Dios del Nudismo, un ritual que nos agobia, nos divierte, nos alumbra y nos deslumbra con el poder del desasosiego una celebración circense por lo sublime.
No lo digo yo. Está en el aire: no hay desnudos ni desnudas que no cuelguen del aire. Yo nomás digo.
160. Aquel ramalazo
Un ramalazo de loca me diste en los labios húmedos, con esa lengua tuya donde ya no habita el amor. Como si fueras una rascatripas de poco vuelo, sí, una violinista de mala muerte, me pusiste fuera del mundo con ese ramalazo de lengua donde el amor ya no es más que un desierto en cuyo espacio habita solamente el olvido.
Y ahora ¿qué haremos? Mis labios quieren besarte como en aquella primavera de Valparaíso, pero no se atreven. Acaso estemos a punto de perderlo todo: el vuelo del cormorán sobre la espuma del océano Pacífico, así como la luz del mediodía en el plumaje de los pelícanos que aparecen y desaparecen más allá del amor, sobre aquel desierto marítimo donde nunca dejará de habitar el olvido que aún nos pertenece.
Un ramalazo de loca me diste en aquellos labios todavía húmedos, con esa lengua tuya más fiera y más deslumbrante que nunca, donde ya no habita el misterio del amor.
Y ahora ¿qué haremos? Amor antiguo, l'amour fou, ¿amor de siempre?
161. La luciérnaga
Fuiste muy feliz. Ya te puedes morir en paz, como una luciérnaga abrumada por tantísima luz. Fuiste casi un santo.
Hernán Lavín Cerda (Santiago de Chile, 1939)
La sonrisa de Dios
Ediciones Eón, México, 2007.
2220 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
2-VII-2023. Selección de Felipe Garrido.
Reacciones a la selección previa:
Adolfo Castañón: Gracias querido Felipe por las letras de Silvia Zenteno compuestas para ser leídas por un publico infantil y enunciadas desde los vértices de una poética de los espacios mínimos desde los cuales la mirada infantil contempla el mundo. La gracia de Zenteno estriba en un sentido de la travesura fabulada y de la cándida mentira que de tan blanca parece transparente. Van saludos en voz baja para no despertar a los niños y niñas arrullados por Silvia.
Laura Fischer: Qué alegre cuento el tercero, el de las aceitunas, en la entrega 2219. Muchas gracias por esta selección de Silvia Zenteno, en especial este cuento. Me remonta a mi propia infancia, cuando una tarde, a escondidas, corrí a la cocina para tomar una cucharada entera de ajonjolí --no tenía un sombrero de copa y no lo necesitaba, como bien dice la autora--, sólo tenía afición por las semillas de sésamo y esta gran ambición se convirtió en la cucharada más amarga que no pude sospechar, ¡pura decepción que me enseñó a conocer que lo que cuenta no es la cantidad, sino la calidad aplicada!
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