El lago
1. Definiciones
Río sin manantial ni océano;
conciencia diamantina sin ayer;
luciérnaga caída sobre el prado;
pupila insomne;
espejo celeste;
flor líquida;
cuna de marfil
para el corro de lanchas párvulas
que meces en tus brazos
azules, muerto azul.
2. Adán y Eva
Brazo oscuro y sinuoso, la colina
ciñe (pero qué estrecho, hasta asfixiarle)
la cintura de luz del lago.
Tan apretadamente, que se llora
pensando en que no va a poder comerse
la manzana redonda de la luna,
que le ofrece en la boca azul
aquel arroyo serpentino.
3. Ventana
Al despertar, duchazo saludable
de sol y cielo y aire de la sierra,
para los macilentos que aún tememos
levantarnos en la ciudad
asfixiados de humo y gasolina.
Es también un trocito azul del lago
con que adornaron nuestra celda,
como con el retrato de una novia
que, desde el marco, nos reprocha
cada noche de ausencia.
4. Alba
¡El sol! ¡El nuevo sol! Midas que hasta
las voces con que le apostrofo
me las torna de oro.
¡Qué ganas de quitarnos
nuestros trajes de oro, Moctezuma,
para que el sol conquistador mirara
todavía de carne viva y tórrida,
la sombra de tu cuerpo
y mi cuerpo de sombra!
5. En lancha
Remando por el cielo y por el agua
pasa una cerca de nopales,
piragua innumerable
cargada de crepúsculo.
6. Instantánea
Tras la diurna función, el tramoyista
del crepúsculo recogió
sus trucos de escenografía.
Los paseantes se guardan los prismáticos
con un poco de desencanto,
y en los estuches de la Kodak
esconden lo que pueden del paisaje.
Y el horizonte, devastado
por la rapacidad
de los turistas y la noche,
va emigrando a mi corazón
--por el río de luz de mi mirada-
en los lanchones, desbordados
de recuerdos y de silencio.
7. Elogio
Las palabras más ricas,
menguante aurirrosado de la luna,
se me van por el lago, verticales,
en una temblorosa exaltación,
a colgarse de ti.
Que los poetas --que todo lo sueñan--
y los amantes --que lo tienen todo--
son aquí tus mendigos humillados.
8. En lancha
Venía persiguiéndonos, la vieja
barca oxidada de la luna,
con su carga de amantes populares.
Era menos plebeya
nuestra lancha, y más rápida:
la dejábamos lejos, y de pronto
chocó en un pico de la sierra:
nadie contó las víctimas,
pero su sangre oscura
era océano sobre el lago.
9. Colores, 1
La colina, rosada, en el agua,
y la sierra, azul, en el agua,
y el sol, caído y púrpura, en el agua,
y la orla de manto de la orilla,
verde bordado de la primavera
colegiala, imperfecto, sobre el agua.
Mi mirada, clara y vehemente,
de un cristal más limpio que el agua,
ida a todas las cosas, sobre el agua.
10. Colores, 2
Luego vendrán, modistos, el crepúsculo
y la luna de siempre,
y el maniqui geométrico del monte
se verá en el azogue del lago
su túnica de grana,
de iris, de oro, de plata.
Hasta que se muera la luna
y le guardemos, todos, luto.
11. En lancha
Cuando hasta en las pupilas fue de noche,
las lucecitas de la orilla
salieron a encontrarnos, alargándonos
sus brazos temblorosos sobre el agua.
¡Qué largo escalofrío el nuestro, entonces!,
porque todos sabíamos historias
en que Caperucita se perdía
en la boca de lobo de la noche.
¡Qué lástimal, ¡qué lástimal
Daba aquello tal pena,
que, como no podíamos salvarlas,
apretando los ojos, las matamos.
12
Pasamos esta noche, mar, soñándote.
Vientos de fronda que de ti llegaban,
burlando el espionaje de los montes,
nos hicieron pensar si prolongabas
hasta nuestro rincón de aldea y lago
--tan bovino, tan manso, tan hesiódico--
tu rebelión interminable.
Como el nublado al cielo sus estrellas,
nos saquearon la troje de los sueños
--igual que otras, ayer, al vecindario—
tus vientos insurrectos.
13. Aprendizaje
Arroyo recto y lúcido:
eres como mirada de discípulo
con que el ojo del lago
aprende la quietud de las montañas.
El día que no corras
será que el lago, muerto,
habrá aprendido ya a cerrar los ojos,
o que se los habrá cerrado, mano
celeste y femenina,
alguna nube.
14. Zirahuén
Eres, mío, más dulce que tu nombre,
tan dulce, sólo, como tú.
Se te parecen algo el manso párroco,
los ojos de los asnos, mis palabras,
y la colina, frágil, bajo el sol.
15. Adiós
Cuán entrañablemente me dolía
arrancarme mis ojos de sus ojos,
que ataba con cadenas de cristal
mi feliz vasallaje de mirarle.
Si hasta el tren --¡qué lento se iba!--,
hasta el tren lo sentia y se marchaba
asonantando el suyo al paso de la tarde,
cargando su recuerdo --también vidrio--
como con miedo de romperlo
si saltaba, corriendo, las montañas.
Todavía, por un claro del monte,
sacó un brazo redondo y lúcido
para despedirme. O sería
más bien para retenerme.
Gilberto Owen (El Rosario, 1904 - Filadelfia, 1952)
Obras
Edición de Josefina Procopio
Prólogo de Alí Chumacero
Recopilación de textos por
Josefina Procopio, Miguel Capistrán,
Luis Mario Schneider e Inés Arredondo
FCE, México. 1979 (2ª ed.)
2233 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
27-VII-2023. Selección de Felipe Garrido.
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