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#2242 - ASIAIN: Lo que hay es la luz

 

Lo que hay es la luz

Lo que hay es la luz.
Lo demás es silencio.
Lo que hay es tu voz.
Allí plantar un árbol.
Cultivar una piedra.
Y comernos un higo.
Lo que hay es un higo.
Lo hemos dado a luz.
Míralo: es ya una piedra.
Ya le crece el silencio.
Musgo sombra de árbol.
Ramas hojas tu voz.
Como el viento tu voz.
Con dos sílabas: higo.
Un fruto que da un árbol.
Que lo planta en la luz.
Escúchalo en silencio.
Te convido a ser piedra.
Sé en mi jardín mi piedra.
Sé lo que eres: voz.
Sé tu voz en silencio.
Sé también ese higo.
Tú ya me has dado a luz.
Yo te daré a ti un árbol.
Una palabra: árbol.
Y debajo una piedra.
Una sílaba: luz.
Para otro: tu voz.
Pruébalo: sabe a higo.
Cómela así, en silencio.
Y mira así, en silencio.
Oye el rumor del árbol.
Piensa el sabor del higo.
Mira el musgo en la piedra.
Devuélvete a tu voz.
Ponlo todo a tu luz.
Hay luz en el silencio.
Hay tu voz y hay un árbol.
Y una piedra es un higo.

Aurelio Asiain (1960)
El Lejano Oriente en la poesía mexicana
Introducción / Selección / Glosario
de Elsa Cross
Universidad Autónoma de Sinaloa,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Universidad Autónoma de Nuevo León
Vaso Roto Ediciones
Metepec, 2022


2242 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
5-VIII-2023. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA

Dicen los lectores

Bernardo Bátiz: Eurídice Román de Dios, nada menos que de Dios, traída a nuestros ojos y a nuestro entendimiento por el maestro Garrido, viene a sumarse al interminable desfile de nuestros poetas. Su nombre ya es una metáfora sugestiva. Me gusta en especial lo que dice desde Tabasco:
“Nacen lirios para el tacto…” y “albahaca y yerbabuena yerba santa.” Y recuerdo a Pellicer cuando Eurídice dice: “El agua pierde su forma, se desborda / y ahoga lo que a su paso crece.”
Sealtiel Alatriste: Los poemas de Manolo Sánchez Izquierdo me devolvieron a una época en que ir al toro, enchinarselo a uno la piel desde el paseíllo, y hablar, por ejemplo, del temple de Valiente Arellano y su futuro, podía llenar tardes enteras de domingo al salir de la plaza. Me hizo recordar las conversaciones con Sonia, después de la tragedia, contemplar su dolor de madre. Me acordé de tantas tardes soleadas del otoño capitalino, de las chicuelinas que Manolo Martinez le dio al toro Aceituno, del toreo (que llamábamos psicodélico) de Curro Rivera, los molinetes de Eloy, del duende de Paco Camino encerrado con seis berrendos de Santo Domingo, y las tardes esplendorosas en el tendido de sol, con Rafael Ramírez Heredia y Nacho Solares, que era juez de plaza.
Armando Olvera: Sobre la entrega con la poesía de Eurídice Román de Dios (¡qué bello nombre ¡caray!, hay algo hermoso en pronunciarlo), me declaro impresionado por la belleza de esta poesía, te atrapa desde las primeras líneas. Me decidí a buscar la obra de esta gran mujer. Encontré uno de 1993 “Estuvo una vez en Nuestros Ojos”. Y estoy a la búsqueda de “Territorios del agua“.

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