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#2255 - CASTAÑÓN: Carta con motivo de ningún aniversario | Educación del estoico o el viaje del hijo que no fue pródigo

 

2255 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
19-VIII-2023. Selección de Felipe Garrido.
Miguel Ángel Porrúa, editor; Academia Mexicana de la Lengua; Creadores Eméritos FONCA

Carta con motivo de ningún aniversario

Antes de que el silencio
envuelva el jardín
antes de que la luz se vaya y la sombra
salga de nosotros y nos cubra
su oscura música inaudita
Antes de que el sol deje de alegrar
la gota de agua que lleva mi nombre
debo y quiero decir
que no fuiste la previsible abnegada
ni la triste que acepta
la vida en común como cárcel
menos la que está en la caja de la cama
calculando con sórdida aritmética inocuas venganzas
Tampoco fui yo
el macho de vana mente y gloria espúrea
ni el casado perfecto
que calza mandilón y lava platos
ni el niño que va haciendo travesuras
a la vista de todos y a escondidas de sí mismo
En la intrincada ruleta
nos tocó el premio de estar juntos
--y no tardar demasiado en reconocernos:
amantes a veces,
hermanos a medias incestuosos
de tanto vivir juntos
precoces novios póstumos,
uncidos a la yunta del tiempo
por la música y la letra
(entre otras cosas por
la letra, ¿no?)
pues ¿quién lo iba a decir?
Fueron nuestras nupcias biblioteca
y museo y concierto y oda nuestra boda: sacra converzacione
Algo en la luz de la tarde sosegada que recuerda los cuerpos exhaustos
que espiaban los sátiros burlones
en el manchado espejo de la siesta
No será fácil olvidar
el subterráneo cuchicheo
de la conversación inagotable
que nos llevaba a vivir
en el cuento de las horas,
más allá del
suelo que los hombres ensucian
para inventar un vidrioso terreno común
a su impía tarea
Sólo puedo olvidar tu voz
para olvidarme en ella
Fluir con sus acentos de musgo
y su música de ave oculta
que me guía en el bosque
hacia mis propias voces raíces soterradas
Cada marido ¿no?
merece un bostezo
por su estadística de animal satisfecho
La cadena madre
se va renovando en cada esposa
que hace de su cónyuge otro infalible hijo,
otro rehén de la ley madrastra
A ti y a mí no nos tocaron otros hijos:
sino las voces;
otra descendencia:
sino el despertar
en la línea dibujada o leída,
en el poema o el cuadro, el relámpago suspendido entre dos olas
Así será la muerte una aventura
cuya belleza
sólo nosotros
--a solas y entrenós y
nada más—
podremos saludar
como quien relee en el crepúsculo
cenizas partituras de memoria.

Adolfo Castañón (Ciudad de México, 1952)


Educación del estoico o
el viaje del hijo que no fue pródigo

Nací en la misma gran ciudad donde vivo.
No sé a dónde volver como hijo pródigo.
No derroché la herencia ni estoy arrepentido
y sin embargo no tengo otra tierra nativa
que esta vasta ciudad tentacular
en cuyo centro pétreo y gris
vino al mundo el cuerpo de mi nombre
No envidio sin embargo
al hermano alumbrado a la orilla legendaria del mar
ni a aquel otro cuyo ombligo de nostalgia cortó el risco montaraz.
A la criatura que fui
no la arrullaron
las abejas con su reloj de miel
ni su armadura de huesos
creció al compás de la fronda melodiosa.
Sólo me adormeció el rumor fluvial de los autos
el relincho del freno
al detenerse en seco
Supe muy tarde el nombre
de las aves
Tarde conocí el diccionario del viento
pero luego de “papa” y “mamá” y de “Nina»” apodo de la hermana
vinieron a mis labios
--Jaguar, Desoto, Packard—
las marcas de los coches
los nombres
--¡swing: Glen Miller!–
de la música en inglés.
No supe que la voz del chicle era nativa mexicana
cuando primero mastiqué los adams.
Antes que maíz oí roquefort.
Antes que a Pedro Infante
Beethoven en su “Emperador”.
Y estaban los libros
detrás de los libros otros libros,
tras la jaula del orangután: un libro
y debajo de la pirámide: otro
Los soldados de carne y verde olivo
sólo eran textos de segunda
la bandera verdadera,
el escudo del escudo
soñaba entre las lineas de una emblemática
simulada en pergamino por
el impresor de Manuel Carrera Estampa.
Yo no tengo adónde regresar:
nunca me fui.
En este mundo descastado
de rotas raíces intentadas
entre migrantes,
prófugos, adoptados,
innumerables hijos del otro,
gozo la otredad de ser el mismo:
el que se quedó
y no cambió de rumbo la lengua ni la patria,
ni fue en pos de sus raíces en mística odisea
ni buscó otro oficio
ni otra ciudad
conocieron sus pasos y sus perros
¿Acaso este aire ensimismado
es el que simula
una vasta biblioteca?
¿Quizá esta rancia identidad inocua
alimenta las congénitas aduanas
que me vuelven extranjero
entre tantos mismos otros?
Y este parloteo, ¿con quienes charla?
El niño que acariciaba la ventana
--su juguete preferido– y dibujaba con su vaho en el cristal
irisados paisajes invernales
callaba para oír
la clarinada metálica del claxon
la ríspida babel del tráfico
y ahí reconocer
de una en una
las marcas de las voces
la heráldica del pito y la sirena
(“ése fue un Ford, aquel un
Karmann Ghia”).
Tal es la urdimbre oculta
de la no tan saludable
profesión de crítico literario
uniformado al uso de las fábricas de libros
Tal es la razón sobreviviente
del tímpano servicial
que avisa a media voz
cuándo es bocina en bicicleta
y cuándo campana en trolebús.

Adolfo Castañón (Ciudad de México, 1952)
La campana en el tiempo,
1970-2020
(Poesía, fábula y a veces prosa)
Universidad Autónoma de Sinaloa
Universidad Veracruzana
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Guadalajara, 2023


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